sábado, 11 de julio de 2009

Tanto tiempo.

-¿Sabes hace cuanto tiempo llevo fumando? 6 meses.
Hace 6 mese yo figuraba en Madrid, la casa de unos amigos, todos españoles muy simpáticos. Muy relajado, un poco vagos. Pero, ¿de esos que reciben a todo el mundo cualquier día de la semana? Bueno, ese era cualquier día de la semana conmigo en medio de mucha gente. Y de mucha gente rara la verdad. Entre medio de toda esa gente, de repente aparecen unos chilenos que venían de Barcelona y se regresaban a Chile el día siguiente. Imagínate entonces la energía de esos tipos y también imagínate a mí en un rincón, con unos tragos demás y como me pasa siempre cuando se me pasa la mano y tomo demás...
-...te vas para dentro...
-...hablando menos y sobretodo entre medio de toda esa gente rara que hablaba y hablaba cada vez más y más fuerte. Bueno, la cosa es que estos chilenos se me acercan, se me sientan enfrente y me empiezan a sacar de todo. Ron, whisky, vodka, marihuana, éxtasis, de todo. Y me hablaban y fumaban y tomaban y yo solamente los miraba. Y no escuchaba muy bien en realidad lo que me decían. Pero, a medida que seguía tomando, sólo era capaz de verme en el futuro. O sea, fue rarísimo, pero, los escuchaba hablar de lo que habían hecho, de los planes que tenían en chile y me iba dando cuenta que ese día del regreso también me iba a tocar a mí. Y me iba a llegar pronto, porque ya no sabía que seguir haciendo, no sabía como seguir alargando el tiempo allá. Bueno, pero tampoco sabía que iba a hacer acá. O sea, no tenía ningún plan, no había tenido un plan en 4 años. Y suena súper tonto, pero en ese momento, recién, me di cuenta que inevitablemente iba a chocar con la realidad. Con mi currículum, con lo que tenía, con lo que no tenía. Con mi familia, con el futuro, con toda esa mierda. Bueno, entre medio de eso, salían más pitos, más copete, más de todo. Y sin darme cuenta, porque te juro que no me di cuenta, me estaba tomando unas pastillas sin ni siquiera saber que mierda eran. No sé cuantas pastillas tomé, no me acuerdo de mucho más en realidad, hasta el día siguiente cuando me desperté destrozado en una clínica. Te juro que... destrozado, o sea, sintiendo que estaba muriéndome por dentro. No sabía que se podía sentir tanto dolor. Nunca había sentido algo parecido. Una enfermera me dijo que me había salvado por un pelo.
Pero, ¿sabes que fue lo peor? Lo que vino después. La semana siguiente y la que vino después. Mis amigos me preguntaban en qué mierda estaba pensando. Mi mamá, no sé cómo, se enteró de una parte del cuento y me llamaba desde Santiago preguntándome por qué quería morir. O sea, que fue de otra dimensión, te juro.
Bueno, y ahí me puse a fumar. Fumaba como loco. O sea, era lo único que me calmaba, no sé, me ayudaba a mantenerme ocupado. Y bueno, llegó el día de volver y ahí estaba yo: exactamente como lo había imaginado. Sin saber qué había hecho y ni qué iba a hacer. Excepto por una cosa cierta: que iba a dejar de fumar.
Aunque todavía no lo dejo, estoy fumando menos.
Cada día menos.
-¿Por qué me cuentas todo esto, Emilo?
-No sé... Porque supongo que todos tenemos un secreto que no queremos contar.
-Tanto tiempo. Claudio Polgati. 2009.


Siempre hay una frase que a uno le cae como un balde de agua fría en la cabeza. Que te representa, que te retrata, te dibuja, te desnuda frente al resto sin que siquiera lo sepan. A esta le tocó hoy. A esta le tocó recordarme lo que pasó hace mucho, alguna similitud, casi mínima, pero que retrata igual.
Yo todavía no dejo de fumar. Tampoco creo que cada día esté fumando menos. Todavía no puedo. Menos hoy.

Hoy se terminó la adrenalina. La rapidez, el poco tiempo, la constante vigilia. El cuarto se ve despedazado, arruinado por el paso rápido. Ordenaré un poco, creo. Quizás, eso me termine ordenando a mí. Doubt it.
De alguna forma, la adrenalina -toda esa rapidez, poco tiempo para pensar de verdad- me acompañaba. Ya no está, ya se fue. Ahora, precisamente en este momento, no hay nadie en casa. Cuando llegué, estaba vacía. Como yo, ahora. Vacío. Algo solo, pero con cigarros.
De no ser por la tele, esto estaría en silencio. En el computador, nadie me habla. Tampoco hay alguien con quién quiera hablar. Llegué, revisé y, como no había nadie para hablar y nadie me interesaba para hacer el intento, permanecí oculto, ajeno. Lejos de la fiesta.
En otro momento, podría decir que no me incomoda. Pero ahora sí. Antes era más fácil. Error, más soportable, nunca ha sido fácil, pero antes, no echaba de menos. O lo hacía poco. No era necesario, no había a quién. Ahora tengo muchas razones para echar de menos. Más de las que quisiera, la verdad.
Y, muy a pesar de que pasé toda la tarde acompañado, igual echaba de menos. A veces, echo de menos a la gente incluso estando a mi lado. Más veces de las que quisiera, también...

Supongo que da igual. Porque yo escriba esto nada va a cambiar. Supongo que debo ser sincero conmigo mismo. Pero es que a veces, el silencio daña más mis tímpanos que el ruido de los gritos cotidianos.
Después de tanto tiempo: el silencio me daña más que antes.
Y, aquí, todo está muy callado.
Mucho.

Más, de lo que me atrevo a reconocer.

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