miércoles, 22 de diciembre de 2010



Don't let me high,
Don't let me dry.

No es lo que busqué.
Es lo que tú buscaste.

martes, 21 de diciembre de 2010

Eclipse.

En todo caso, si esto se llama eclipse, no es porque hable de él: es porque no se me ocurrió nada más.
Lo importante -y lo extraño- es que queda poco para terminar. Finalizar este año extraño de una vez por todas.
Sé que me quejo, pero tampoco debería tanto. No pasó tan mal como pensé. Tampoco fue de lo mejor. No supera el año anterior, en el balance general. Digamos que su nota, sin contar el último lapso que se viene ahora sería de un extraño 4.2. Lo único que ha salvado el promedio ha sido lo único bueno que ha pasado después de tantos quiebres -en general y en específicos-.
Lo que es extraño, lo que me causa curiosidad, es ¿por qué ahora? No entiendo. No tiene sentido ni tiene lógica. No me cuadra en lo absoluto. Y creo que fui más cortante de lo que yo mismo pensé que sería alguna vez. Pero no fue mi culpa.
Para nada, sé que yo no hice nada más allá de lo que siempre hice y que no pude seguir haciendo.
Es cuento viejo, sí, pero es parte de lo que me definió alguna vez. Harto. Digamos que tener un disco duro en la cabeza es algo que pesa hasta que se apaga. Ese es el problema: nada se olvida. Nada. Aun se mantiene lo bueno, lo malo, lo rescatable y los días que baneé de mi consciente. Más, si pasa esto.
Más si el hilo, la secuencia de eventos se reactiva después de.
Yo no cacho. Trato de bloquear los impulsos. No hay interés, no hay respuesta. No vivo a base de testeos.
Por muy cruel que pueda sonar.
En todo caso, el cruel en este asunto no fui yo.
Sólo traté de sobrevivir.

Ya no es noche, ya es de día y mis ojos acusan sueño.
Supongo -aunque algo extraño ocurra en el interior y todos esos pensamientos flotantes y gritones que se acumulan en el hemisferio derecho y que calan como punzadas y que se repiten y que son en widescreen, como en un cine- que es mejor dormir. Y dejar los días atrás. Las semanas, las horas, los recuerdos, los vestigios, los imperios, los países, las cicatrices -que duran para siempre- atrás.
Aunque sea lo más difícil que he hecho desde hace mucho tiempo.
Y se sabe -¿usted?- por qué es así.
Y yo nunca mentí. Así que tengo por seguro que sabe es así.



Estoy dando la hora. Ando puro hablando hueás.
¿O no?

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Bruises than won't heal.

Miro al techo y no pasa nada. No llueven cigarros, ni nada por el estilo.
Miro mis manos y no pasa nada.
Miro mi boca y está vacía.
El espejo, creo, es un consuelo que no me queda. No me sirve, no me agrada.
No sé que ha sucedido, ni sé que pasó. Lo que sí sé es que quedé en medio de una tormenta.
Quedé dando vueltas.
Y no quiero girar más.
No sé por qué tuvo que suceder esto.
Justo hoy.
Justo ahora.
Justo al final
Justo cuando todo tenía un orden aparente.

sábado, 11 de diciembre de 2010

I'm staying.



-What are you doing?
-I said okay.
-Don't pull this, Dale.
-I'm not pulling anything. If you're staying, I stay too. He's right. We know what's waiting for us out there. I don't want to face it alone.
-Dale, get the hell out. I don't want you here.
-Too bad. See, you don't get to do that, to... to come into somebody's life, make them care and then just check out. I'm staying.
The matter is settled.

-The Walking Dead 1x06 "TS-19".

martes, 7 de diciembre de 2010

Autista.

Me acuerdo que cuando caminaba por av. Libertad pensaba que los ciclos que pensé repetibles se volvieron lo contrario. Cuando salí de ella y me encaminé hacia avenida San Martín, las calles aun estaban cálidas y la notoria ausencia de cosas estaba más que perceptible. Me acordé que caminé estas calles acompañados de tantos cuerpos distintos y que ahora ninguno estaba. El ciclo de la vida, le dicen. Algo que aun no me calza del todo.
Si la vida son experiencias nuevas y gente nueva, todo eso implica olvidar. Renovar, cambiar, mutar. Cambia el aire, la gente, las ganas, el cielo, el largo del bigote, lo rápido de los pies. Me parecía y me parece extraño, aislado. Lejos. Nunca me agradó esto de lo súbito. Siempre me costó aferrarme a cosas nuevas, crear algo más que un simple dibujo en un papel. Era tanto el tiempo de aprendizaje, de adaptación, que cuando terminaba se me hacía injusto. Me sentía como recién entrando a un juego donde me sacaron porque la pelota me cayó en la cara. Y puta que me desangró de narices.
El iPod estaba metido en su idea de hilar canciones de Smashing Pumpkins con NIN. Pasé por fuera de Starbucks y revisé mi billetera. No había nada más que los 5 soles peruanos y los 200 pesos colombianos, así que caminé a la playa. Cuando me senté en el escaño de piedra gastada recordé que acá vine con una amiga una vez y que quedó la cagá, porque empezamos una guerra de arena que terminó con mi ojo derecho rojo. Recordé también que una vez vine a llorar. Plancha y de las peores caras de mi vida: fue una vergüenza ajena caminar por ahí.
Estaba aburrido y comencé a ojear el cuaderno de turno. Nunca tengo uno en específico y nunca me acuerdo que escribo en cada uno. Encontré que tenía -entre la materia de un ramo del año pasado- de esas mini-notas que quieren ser cuentos. Apuntes autistas y descargos varios. Junto con un par de anhelos que nunca pasaron. Fue casi como recordar todo lo que quise decir y que nunca dije para no andar sobrando. Para no herir, en una de esas. Si me pagaran por todas las veces que callé y que pude decir algo que realmente quería decir, pero que no dije porque pensé que en el futuro habría algún momento idóneo -tonto, nunca pasó-; no sería millonario, pero tendría de sobra para comprarme un auto. Uno piola y que me serviría como para tirarme al sur. Bencina incluída por un par de días. Fue raro, porque volví a ese trance inútil y sobretocado sobre las relaciones humanas. Y la gente. Ese extraño nexo sobre encajar.
Revisé todas esas películas que había visto sobre lo mismo y que cada vez me identificaban más. Las mismas preguntas y las mismas dudas eternas de sobre cómo funciona la gente. Sus problemas y miedos, sus ganas de ocultarse y arraigarse a uno. La cantidad de secretos y promesas y planes que a uno lo ligan al tiempo con todos los demás. Y como que le tomé peso y lo sentí en mi hombros, así que me desplomé y quedé acostado en la arena. Por suerte, mucha suerte, me quedaba un cigarro. Fue ad-hoc.
Mirando al cielo y buscando la forma de alguna tortuga es que me quedé con la idea de eso. Y descubrí que con el tiempo, con mucho tiempo y harto ensayo-y-error, me obligué a aplastarme dentro de mí y a tratar de fusionar una especie de personaje extrovertido con las cosas que siempre quise decir. Fue como si el autista que siempre fui se aisló aun más dentro de un personaje que controlaba desde adentro. Como haciendo el descubrimiento del siglo -y ni tanto- de que para ser un real autista había que estar rodeado de más gente. Mientras más extrovertido, más se alimentaba el ser solitario e incomprensivo -de la realidad, la vida, la gente, sus sentimientos, sus mundos, sus "verdades"- que se resguardaba detrás de un disfraz. Uno bastante malo, por cierto.
Reciclé harto rato hartas anécdotas y hartas verdades a medias. Un montón de confesiones que sonaron fuerte años atrás y que ahora eran nada. Y traté de pegarme bien fuerte al presente, rogando a dedos cruzados que otra vez las cosas no volvieran a cambiar, pero con el pesimista interno gritando que sucedería over and over again.
Ahí, justo, sonó Jean Michele Jarre y me dejé llevar y traté de apagarme un rato con tal de cambiar de onda.
Al parecer, la frecuencia no fue muy fuerte.
Cuando me paré habían pasado unos 20 minutos. Y vi las siluetas y las huellas en la arena. Y caché que la mía estaba algo más aislada de donde estuvo un grupo. Y a unos 5 cuerpos de huellas de una pareja que caminó junta. Dibujé con un dedo una silueta al lado de la marca que dejó el peso de mi cuerpo y me eché a caminar, borrando cada tanto las huellas de mis zapatillas.
La arena me lo había dejado claro: ser autista -encubierto, camuflado, fuera de foco- no era tan malo, pero cada cierto tiempo -y con mayor fuerza- pesaba.
Y cada vez que eso pasaba, era hora de simular más.
Total, mentir un rato es parte del juego.
Se le llama sobrevivir.
Y en ese juego no iré ganando, pero me defiendo.

"Levemente autista. Como todos los grandes.". 
-Alberto Fuguet.

martes, 30 de noviembre de 2010

Irreparables.

Raúl miró hacia los costados, como para asegurarse que no hubiera nadie a su alrededor. Cuando estuvo seguro, siguió hundiendo sus manos en la bolsa, metiendo cosas que sacaba de un estante que, antaño, estaba cerrado con llave y candado.
-¿Cuánto más estarás en eso?
-Lo que sea suficiente.
Era increíble que, a pesar de todo y tanto, aun quedaran pequeños rastros escondidos, metidos en el polvo, arraigados en su vida. Ya daba lo mismo, suponía. Estaba esa pequeña torpeza, el desaliento de no poder borrarlo absolutamente todo.
Si esto hubiera sido un cuerpo alguna vez, ahora estaría muerto desde hace tanto que el cadáver sería algo demasiado asqueroso de tomar y mover. La única forma era eliminando: el posible entierro había pasado hace mucho.
-Tengo algo que decirte.
-Ya no.
-Es importante.
-No, era importante. Lo fue en su tiempo. Nunca hablaste a tiempo, ahora eso es lo importante: el momento se perdió y nunca más. Fue. Eso es lo que nunca entendiste: nada se repite dos veces en la vida. Si pierdes una oportunidad, la siguiente no será ni remotamente igual a la anterior.
Raúl cerró la bolsa, atándola con doble nudo y se levantó. La figura que había detrás de él lo miraba impaciente, aguantando. Sus brazos cruzados escondían unos nudillos cerrados, apretados, nervioso.
Dentro del estante quedaban un par de cosas. Todas eran de él, de antes. De mucho antes. Cada recuerdo escondido y esos trofeos de basket de la media, una cola de cabello de una antigua novia, los viejos cassettes que le grabaron con canciones, las cartas y la recopilación de Kafka que le regaló su padre cuando salió de la universidad. Raúl los miró, pero trató de no dejar llegar la imagen a esa parte del cerebro que la relacionaba con el pasado y que lo haría terminar en un nudo sin desatar. Tomó el candado y le quitó la llave, la arrojó dentro del estante y lo cerró.
Puso el candado.
-¿Y ahora qué?
-Ahora nada. Ahora me voy: tengo basura que botar.
-Raúl, por favor, sé que fue mi culpa y todo, tampoco te estoy pidiendo remediarlo, sólo quiero hablar. Necesitaba verte.
Raúl tomó la bolsa y la cargó a sus hombros. Se dio la vuelta y cruzó la silueta ajena sin mirarle los ojos. Llegó hasta el portal de la puerta y se detuvo. Sin darse vuelta, casi entre dientes pero lo suficientemente alto para ser oído, susurró:
-No hay mucho de qué hablar. Y lo poco que haya, ya no me interesa. Y tienes razón, fue tu culpa. Y esta es la consecuencia. Si querías verme, okey, veme ahora, veme de espaldas. Veme ahora y de esta forma, porque es la última vez que me verás. Y cuando veas mi espalda en la calle si nos cruza esa tontera llamada destino, muéstrale la tuya también, porque el destino no tiene nada que ver contigo ni conmigo. No hay qué repare un adiós. Y esto, es un hasta nunca.
Raúl caminó más allá de la puerta y desapareció en el pasaje de la vieja villa.
Carolina miró hasta que desapareció y luego, estando completamente segura de que ya no existía más que el silencio, se echó a llorar.
No fue su cabeza, si no sus lágrimas, las que supieron que esto era irreparable.
Y como bien dijo Raúl: no se puede reparar un adiós.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Little things.

Me gusta cuando me topo con una canción que me llega tan fuerte que siento una vibración en la nuca. Y que recorre mi cabeza y llega hasta mis ojos y se anuda en mi garganta.
Me gusta cuando tengo los pies fríos y encuentro calcetines y me los pongo y siento lo áspero amoldeándose, y mis dedos se sienten duros acostumbrándose al calor.
Me gusta cuando discuto y peleo y todo se va a la cresta y pasa un tiempo y todo duele y luego, un día de esos, todo comienza de nuevo y sientes algo que te invade por volver a retomar lo que se cortó.
Me gusta cuando estoy solo y la luz está apagada. Se oyen ruidos afuera y me siento horrible, hasta que pasa todo y me quedo dormido y al despertar la luz que se cuela por mis cortinas azules me recuerda que puedo volver a conectar.
Me gusta cuando me llega una carta y se puede sentir el olor del brazo que la escribió. Y las letras no son iguales y el papel se dobla un poco. El sobre mal cerrado y sin estampilla.
Me gusta cuando una película acaba y no me siento tonto por llorar.
Me gusta cuando comparto un trago y siento que mi vaso no lo vacío sólo yo. Sabe mejor, creo.

No me gusta cuando está todo bien y latente, cuando todo tiene una razón y las piezas concuerdan y en un sólo instante, la vida gira y todo lo que fue ya no es y la gente se va y nadie dice nada y todo lo que debía ser dicho se consume dentro de las gargantas que nunca más volverán a conversar.
No me gusta cuando los silencios aproximan y te anuncian que hay tanto debajo que no sale y que te mantiene alerta y no te deja dormir porque sientes el tic-tac y las paredes hablar.
No me gusta cuando los ciclos se repiten, interminables, a pesar de intentarlo todo de nuevo y más que antes y desgastarme mentalmente por algo mejor, pensando para peor y que al final no servirá de nada.
No me gusta cuando me revuelco en las sábanas y pienso en el futuro y me aterro y el cúmulo de cambios se mete en mi pecho y aterra cada célula, cada vello, cada fragmento de piel. Y no se va.
No me gusta cuando un cigarro muere en el cenicero sin ser fumado y no quedan más. Y me lamento el tiempo que gasté, acariciando las cenizas, deseando que todo estuviera en su sitio de nuevo.
No me gustan las mañanas de domingo, ni de lunes, ni de miércoles, ni de jueves, ni los 6 de cada mes, ni la primera mitad de mayo, ni la primera mitad de marzo, siquiera la primera mitad del año.
No me gusta cuando callas y sé que hay más.

Pequeñas cosas que calan. Pequeños asuntos que amontonan como polvo sobre las yemas de los dedos.
En todo caso, cada día es eso: pequeñas cosas.
Y cada pequeña cosa crea una consecuencia mayor.
Para bien o para mal, siempre mayor.
And I'm just a man.
Sadly.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Trotamundo.

Un cerro y me deslizo. Caigo rodando sobre la hierba espesa que es como olas que se amontonan en mi piel. Estoy medio despierto, medio dormido. Siento el sueño acumulado en los párpados, cerrándolos a fuerza, apretándolos contra la almohada. Siento piel. Una escena que se extrapola. No, no es tan así.
No sé cómo medir el asunto. La imagen se detiene y se congela. Freeze. No hace frío, hace calor. Un abrazo, quizás. ¿O es sólo hierba? No supe si era el sol abrazándome desde la cordillera o si eran brazos. Mis oídos escuchan palabras convertidas en sonidos mínimos, monosílabos, haciéndome peticiones y yo respondiendo sin sentirme presionado. A gusto. Y el momento se pone en repeat. Se estira hasta que la cinta llega a su fin y es imposible seguir grabando.
Estoy despierto y nada lo soñé. Tuve razón desde el principio y me reí por ello. Sonreí.
A pesar de todo, sonreí: porque las espinas que crucé para poder librarme de los cerros largos ya no estaban. Mi piel estaba rota y las magulladuras ya no sangraban. Habían heridas, pero ya no importaban. Había despertado completamente y lo que pensé era sueño había sido verdad. Lo sabía, pero no había forma de hacerle comprender a mi cerebro que así era, hasta que tuvo pruebas.
A pesar de todo lo ocurrido, de nuevo sentía el calor. Y yo corriendo siempre hacia el oeste, para evitar que ver los rayos aparecer desde el este.
Pero el este me alcanzó y justo en el momento indicado.
Otra vez amanecía.
Y está bien.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Wednesdays are slower.

No sé cómo responder cuando mi mente me juega malas pasadas. Es un mal hábito que cuesta controlar.
Pasa cada cierto tiempo y luego es como un osito de peluche de taiwán.
Que idiota, buscar donde no hay.
Que tonto, darse vueltas y perseguirse la cola sólo por mínimos incidentes.

Atrofiar, minimizar, mermar.
Should be backwards.
After all, everything seems to be so damn ok.
And in my sheets, I can't forget that.

Vergib mir und komm her.

martes, 9 de noviembre de 2010

Love Cats.



Si usted no me entiende, no se preocupe, no se caliente la cabeza.
Si usted me entiende, siéntese, espere y guarde silencio.
:D

martes, 2 de noviembre de 2010

Máquina de mañanas.

Estadio vacío lleno de cúmulos de estática, de polvo, de entrañas.
Sigo esperando agarrar una cuerda y estirar las horas.
Las estiré larga, pero nunca suficiente y ahora que recuerdo haber saboreado cada segundo,
lamento no haberlo saboreado el doble de lo que se pudo.


Recito los lazos de tiempo y busco vehemente serenidad,
la encontré lo aseguro, lo creo, lo rezo,
esperé encontrarme de bruces con mi deseos e incertidumbres
y encontré más de lo que pude meter en mi cabeza, mi cerebro, mi sobre.


No explico, no rebusco, no limito.
Me dices "no sé, no sé" y yo imito,
cierro los ojos, no los necesito y te respondo:
"yo tampoco sé, yo tampoco sé, no necesito saberlo".


Sentí que el espacio respiraba en mi cara y que las paredes abrían,
sangraban, se escurrían y se tendían a lo largo de las nieblas olvidadas del último día.
Abrí la boca y pensé que caía como pez en cebo,
pensé que había arruinado todo de una y dos y tres con miedo.


Me dices que nada y no sé si me reservo los comentarios que asoman en tus comisuras,
te creo y los candados melancólicos esperan los dientes de tus llaves en letras,
saliendo de tu boca como balas de salva, como titoteos al aire, libres, reveladores.
Espero en silencio que las noticias sean dulces y bailables, serenas, cercanas y atesorables.


Me miré en martes, supe que fui fin de semanas y que goteé anhelos.
El cuerpo, perdido, ahuyentado por los pájaros negros anidando, echando raíces, pegados en tu espina,
Y yo con cruces y a la deriva, camuflando marchites, aguantando, tragando saliva;
escuchando a mi cerebro suplicando por paralelos con demasía, incrementos y quizás alegrías .


Escrito y sin borrón pero con sangría, señalando el expresso, las vías, tu vida;
me lloré las sábanas y los cantos del gallo al salir el día, contento, con sueños, durmiendo, despierto.
Sin huesos licuado, con el alma en la boca, con los pies en el techo y las manos en roca tierna,
los ojos en Marte, la lengua en el estómago y el corazón en las piernas;
miré, vi el horizonte, vi la luz, vi la sombra, vi todo menos eso y eso era mañana añorando drogado algunos ejemplos.


No dije nada y no callé todo. Sordo no lo dijo, mudo no lo oyó. 
Era más fácil comprender el hecho en rojo vivo que los dramas en milímetros.
No sé qué pase ni sé que espera la vida, la risa, el fuego ni la ceniza.
Me quedo con las noticias. Me quedo con eso y con las aletas al respirar como almohadas.
Me quedo con el aire y con la máquina de mañanas.

domingo, 31 de octubre de 2010

Ebriedad: concepto erróneo.

Revisé tres veces mi pieza antes de salir. No encontré vestigios tuyos, no encontré nada que llevarme al salir más que el recuerdo. Las estrellas no parecían nada más que ideas que se suspendían sobre mi cabeza: insistentes, lánguidas, persistentes, decaídas. Pisé tu ciudad y esperé más de lo usual y no pasó nada. El estrecho entre las calles era un débil velo que resguardaba el licor. Un pretexto más, que va.
Uno y dos y tres para adentro. Cuatro, quizás. Podrían ser más. La noche es larga y da lo mismo, nadie pesca a nadie y es normal ser anormal. Miro los ojos y siento como me persiguen. Paranoias aparte. Quizás es verdad. Siento que taladran y buscar, reacios a lo cierto, enfermos, olvidados. Sus cuerpos populan las calles como zombies, esperando caer en tentación y sin librarse del mal, amén.
Sentí -creo, no lo aseguro, puede ser un espejismo- el paso del engranaje de los días sobre mi piel. El cambio incesante e inestable de los hechos y sus horas y sus sonrisas borradas, sólo almacenadas como una débil imagen fragmentada en mi mente. Si cierro los ojos, puedo verla mejor, si los abro el cine para de proyectar.
No es que no vea, no es que no sienta, no es que no crea, no es que pretenda alejar. Soy un nervioso y los sueños me provocan terror. Soy un niño en su primera fiesta, su primer día de colegio, su primer beso. Soy un primerizo en mi vida. Soy nuevo en todo lo que ya viví.
Tuve un presentimiento y lo volví comida. Lo mantuve dentro mío por si algo ocurría. Tuve en mis manos el número que quise marcar y no lo hice. El saber lo que sucede, adelantarse dos segundos a lo que va a pasar quitaba toda sorpresa. Y entonces miré al mar y un barco me lo tapó. Traté de rastrear el horizonte, pero me perdí entre los recuerdos y las luces y los deseos que le pedí a esa estrella fugaz que terminó siendo un avión con gente esperando volver.
Caminé a ojos cerrados mientras los hombros de la gente creaban moretones en los míos. No me importaba: el ritmo y el paso estaban en mi mente y se conectaba por mis huesos a mis pies. Caminar hasta que sangren las plantas de los pies no es mala opción. Quiero detenerme. Fumé un cigarro. Me detuve, al fin.
Calculé que faltan exactamente 184 piezas en mi puzzle. De las cuales sé donde están dos. Y hay una que perdí y que no quiero buscar. Oía las micros pasar furiosas, cumpliendo de malas su deber. Y sentí que mi casa estaba tan lejos y odié la ciudad y sus perros y su gente y sus edificios que al amanecer se atoraban de cuerpos mal olientes. Cuerpos ajenos y vacíos. Cuerpos esperando estallar.




Siento que mi cuerpo me deja. Mi mente baila en serotonina barata y mi sangre en alcohol de mediana calidad. Es todo una ilusión que no cesa, es un show que nunca acabará. Y pienso que las calcetas que tiré sobre la tele estaban frías y que mi pies no sangraban en lo absoluto.
Quise que estuvieras presente pero no fue así. Quise conversarme otra cerveza con mis amigos. Quise saber los secretos que ocultas bajo tu pelo. Quise conocer tu vida a ver si me inspirabas a escribir. Quise oír a ver si tenía algo que aportar. Quise vencer el nerviosismo y actuar en serio. Quise poder ser un aporte importante a tus días. Quise que todo esto fuera verdad.
Y con esos pensamientos vagabundos en mi mente es que me fui a dormir.
Para tratar de comprobar si es que durmiendo se puede descansar.

jueves, 21 de octubre de 2010

Scribble this.

Yeah, that was me, in the corner.
That was me, in the spotlight.
I hope to be clear when I say this:
that was not a reaction, but was exactly the reaction I always expected from you.
And, if you think about it, it's pretty sad. But, ok, you will never understand that.
Like you never understood nothing in the past.
Black loyalty.
Something to be shame.

Smoke.
Another cigarrette, please.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Vincent: A -short but mine- Dog's Story.

Vincent.
I do not remember my grandfather, he died when I was very young. But when I hear a story about him and Hachi, I think I know him. They taught me to appreciate the loyalty and never forget those whom you love.
So Hachi's forever my hero.
-Hachiko: A Dog's Story (2009)

Good bye, Vincent.
We love you.
Rest in peace.

lunes, 18 de octubre de 2010

El insomnio es sólo una consecuencia.

La idea hoy era acostarme temprano. Pero no: acá estoy, tarde. Fumando, tomando -paradójicamente sano- un vaso de leche, tratando de sacarme los últimos pesos de encima para poder dormir. Es -o era- domingo y los sigo odiando. Su lentitud y yo estando echado. Con una canción que suena desde la tarde -desde la noche de sábado- y que se mantiene en un loop constante en winamp. En repetición. Una canción de mi pasado y que dice tantas cosas que alguna vez quise decir.
¿Cuál? Nah, nunca tan pavo. Nunca soltar todo, siempre algo de misterio. Y no, no la scrobblié en Last.


Los días han transcurrido como si nada, mientras yo estoy estirado y rasco los pelos al borde de mi ombligo. Han sido días que se han mantenido con el mismo tono: solitarios, lentos, con alguna que otra risa esporádica. Nada tan malo, nada tan bueno. Neutro, totalmente al medio. Peaks bajos, ninguno alto. El otro día salté mis ojos donde no debí y me dolió la cabeza. Me caí, estuve un rato paralizado, de piedra, en cámara lenta y en blanco y negro. Fue uno de esos momentos en que me hubiera gustado hundirme, pero no lo hice. Ya no soy lo que era. Me sentí bobo, harto. Me sentí un ajeno en mi cabeza y me reí de mi mismo por ser incapaz de completar algo. Y también recordé que eso jamás lo iba a poder completar y que sería un punto suspensivo que sería permanente. Uno -otro más- de esos recuerdos eternos y que aparecen sin que lo premedites a cada cierto tiempo, apuntando, frío, acusador.
Pasó, no lo pude evitar.


El jueves desperté y fue tarde. Me quedé en bóxers frente al ventanal del living largo rato mirando el poco sol que había. No había nadie y parecía que yo tampoco. Lo único que amortiguaba el silencio era el interminable tic-tac del reloj del living. ¿Que hacía yo parado en medio de la nada, medio desnudo y sin expresión? No me acuerdo. Pero recuerdo que no quería saber nada que ocurriera ese día. Que si la semana había sido inerte y lenta, ese día lo sería más. Más lento, más seco, más ajeno, sin nadie. Caminé y fumé, por la casa, evitando ciertas piezas. Me senté un rato en los escalones mirando al patio y me paré y fui a jugar con mi perro. 
Estuve largo rato acariciándolo, fumando, mirando. Me acaricié el labio y noté los vellos que crecían y que formaban casi un bigote que debería rasurar. Y fue ahí cuando pensé que cuando estaba más solo que un dedo, al menos, estaba con mi perrro. Y eso, no había sucedido nunca. 
Subí a la pieza, me puse algo de ropa y me tiré en la cama y ahí me quedé. Y no fui nada, sólo una mente volando en un cuarto de un metro setenta y uno, y de sesenta y tres kilos. Y repasé y cree y escuché canciones que se perdían en las ruinas de lo que fue un disco duro. Me sentí solo. Y lo estaba. Cuando llegó gente a la casa, las cosas no cambiaron.
Me paré, fui al baño y me miré al espejo. Recordé que ese espejo una vez me miró a mí y a alguien más y que me reí. La escena no era la misma y mi pelo estaba corto. Ahora es una mezcla de mechones que no saben donde caer.
Era extraño seguir recordando, como si se tratase de la última voluntad de un fantasma. Pero no era tan sólo eso, era también todo y todo lo nuevo. Era estar de nuevo en esta posición, y recordar y comparar que esto no ha pasado una sola vez. Era como ser inexperto de nuevo. Sin nada de todo lo que me adorné tiempo atrás.
Odié, mucho, las conexiones. Ese día y los que vinieron hasta hoy. Me pareció extraño como es que el destino -y la lógica, la puta lógica- seguían haciendo de las suyas. No supe cómo explicarle a nadie cuando me pareció curioso y extraño ver los hilos que unen todo. Alguien lo notó. No me dijo nada. Yo tampoco.


El sábado me vi en octubre y recién lo supe. Recién reaccioné. El tiempo ha avanzado sin que nadie le diga nada y el cúmulo de situaciones, eventos y personajes no han sido pocos. Y yo, aun tratando de aprenderme el mantra de que "la vida sigue, sea lo que sea que ocurra". Pensé en muchas fechas y en muchos días y me dieron ganas de escribir una carta. A quien sea, a cualquiera. Poder comunicar a lo lejos, destinado, por correo, todo lo que sucedía. Mi pedazo de historia en la vida, lo que uno le cuenta a los amigos más íntimos pero que cuesta tanto sacar. Estaba, de nuevo, viéndome al espejo. A ver si algo había cambiado en mi cara más que el incremento de las ojeras.
Y me quebré. No sé si porque estaba muy mal o muy bien o sólo porque necesitaba sacar algo. La cuestión es que vi imágenes y sonidos y todos pasaban rápido, como cuando vuelves de un desmayo. Y supe que la soledad y el miedo permanente a no terminar nunca nada siempre estarían en mí. Y que serían mis fantasmas y que estaría toda mi vida tratando de exorcizarlos.
El único sonido ajeno que rompió todo ese caos fue mi celular. Un mensaje había llegado. Lo vi y cerré los ojos.
No estaba tan solo como creía.










No tengo idea de si lo que quería que saliera de mí salió. No me queda claro, pero al menos siento algo más vacío. Al menos, sé, que hoy no reventaré. Y que mañana, debo mirarme al espejo, a los ojos, sin miedo y enfrentarme y aprender a cumplirme a mí mismo.
Aprender, de una vez por todas, a hacerme caso cuando me digo lo que debo hacer.
Y ahora, Felipe, lo que debes hacer, es dormir.
Supongo que sí.

jueves, 7 de octubre de 2010

A House is not a Home.

Creo que le tengo terror a las conversaciones uno a uno. No es una cuestión que me haya dado cuenta ahora, pero últimamente me ha pasado con más frecuencia que antes.
Creo que todo pasa porque en determinado momento de una conversación equis no sé qué decir. No se me ocurre nada y comienzo a sentirme paranoico y responsable del hilo de la conversación. Como que si yo no hablo, el incómodo silencio será inminente. Creo que son pocas o contadas las conversaciones –más bien, las personas- en las que sé que no tengo que rellenar. O sé que si el silencio viene no será tan incómodo como el usual. En todo el resto, ese pequeño miedo acusa de alguna u otra forma.
Tengo la idea que fui diseñado como el conversador aledaño. Ese que cuando dos o más personas están platicando, opina de vez en cuando, pero lo escucha todo. Agrega. Es como un condimento, nada más. Y supongo que no es porque no tenga nada que decir, si no que lo que tengo que decir no viene al caso o es un mero detalle. O en una de esas sí es válido y útil, pero pienso que no será tomado en cuenta.
Hoy me pasó camino a clases, en el metro. Me encontré con varios que no veía hace años. También me pasa en Messenger, pero ese medio tiene la gracia de que estás escudado: puedes desconectarte, cambiar el estado o si no contestas en mucho rato puede hasta pasar piola. Es al momento de los cara a cara cuando sucede. Face to face.

Este tema me asalta porque, como dije, últimamente es más a menudo. Esto, yo cacho, es porque en estos meses he conocido demasiada gente nueva. Muchos de los cuales no estoy ni ahí en conocer o haber conocido. Conexiones por la u, por amigos de amigos, por motivos tipo accidente, por mera casualidad. Hay unos cuantos, sí, que desde este año vengo conociendo y se han vuelto permanentes. Incluso, un par, más que eso. Algo así como confidentes. O algo que ayuda a sanar.
Es el resto –la manga de idiotas que populan por ahí- los que estorban. Con los que más me cuesta –y ni me interesa- rellenar. Molesta sólo cuando es alguien que me importa, o que me produce algo, que me llama la atención.

Mis clases terminaron hace un rato. Deambulo por las calles costeras de viña. Estoy sentado en una plaza a la que vine hace un par de meses, por razones extrañas. Estoy con el note y hago un trabajo. Hacía, más bien, abrí una nueva hoja y el trabajo quedó en stand by.
Hace poco fue mi cumpleaños. Fue una cuestión sumamente extraña.
Antiguamente, cuando chico, mis viejos solían celebrarme los cumpleaños. Recuerdo que tampoco fueron tantos, pero que el último fue, lejos, uno de los más bacanes. Fue en mi segunda casa y yo tenía como 11 años. Me llegó un Pikachu de regalo y estaban todos mis amigos. Las cuadras de esas calles donde vivía eran enormes y a las faldas de un cerro. Varios corrían hacia abajo en skates, mientras otros jugaban en el patio con mi papá.  La mayoría metidos en el Super Nintendo y en la sensación de esos años: el Nintendo 64. Jugamos hasta que era muy tarde a las escondidas en las calles de mi casa. A las escondidas, qué tiempos. Tengo en mi mente las imágenes exactas, como si hubiera sido ayer. Lo recuerdo todo claro y nítido. Demasiado nítido.
Ese fue el último cumpleaños que celebré. Años después se transformó en una cuestión de onces y algo más íntimo. A excepción del año pasado, que ahora no es más que un recuerdo complejo. Pero que de algún modo está asentado en mis buenos recuerdos, aun, cuando no quisiera que estuviera allí…

Este año, para cambiar, para reventar la rutina y tratar de avanzar –moverme, cambiarme, alejarme- lo quise celebrar a lo grande. Eran como 43-45 personas –se me fue el número- todos metidos en un local. Debo decir que más me estresé que la pasé bien. Pasaron demasiadas cosas, demasiados entorpecimientos e incidentes que no se pudieron evitar. Fue extraño, y más bien, apocalíptico. Terminé decepcionándome de mucha gente, y asombrándome de unos pocos. Me asusté ene, me urgí caleta. Sucedieron muchas cosas que no tenía planeadas ni nunca debieron suceder. La pasé mal. Hubo un momento en que todo se arreglaba, que me comencé a relajar y a pasarlo bien y otro incidente ocurrió y todo se me fue a la cresta. Estaba ebrio e iba por buen camino y terminé más sobrio que todos y con una cara que me llegaba hasta el piso, lo sé.
No lo he explicado mucho, ni a mucha gente, pero fue una cuestión que dolió. En varios ámbitos. Cambió muchas cosas. Cambió mi percepción de mucha gente. La mayoría para peor.
Incluso, pude morir. Y no estoy hueviando. Tampoco es metáfora. Un choque de autos no es una metáfora.
Todo terminó detonando demasiadas cosas. Se rompieron un par de cadenas y se soltaron muchas de las bestias de la caja de Pandora. Moraleja: nunca más. O nunca más mientras no sea en una casa donde puedas controlarlos a todos.
Estuve un par de semanas dándole vuelta a mis amigos –o a la gente que conozco, como le expliqué a una amiga mientras tomábamos café-. Puedo apostar que sólo aposté por un par. No más allá que la cantidad de dedos en mis manos. Sin considerar el dedo que tengo fracturado.
Incluso, también, cuestioné a los más cercanos. Y a la sangre.
Fue todo un maldito error.
Yo quería terminar ebrio y feliz. Terminé sobrio y enojado.
Y sintiéndome más solo que acompañado por tanta gente.
Suele suceder.




(Parénteris)
A cada tanto me pasa, desde hace un tiempo, que veo tu silueta en la calle. Siempre son errores, siempre es alguien más. Cada vez que sucede siento lo mismo: extraño, casi ajeno, lejano, demasiado, porco cuerdo, injusto, desierto. Detesto que suceda. Detesto el tiempo. Ver las fotos y los videos lejanos. Esos antes de que aparecieras. Mucho antes, cuando era tranquilo y freak y, casi, feliz. Era distinto. Fue un antes y un después. Sigo siendo el mismo, pero ya no actúo igual. Antes era más libre, antes no me costaba reírme de mí. Ahora el mundo es distinto, ahora no tengo la misma cara que hace 6 años.
Pasó de nuevo y una silueta similar. Es intrigante, de vez en cuando. Es extraño olvidar. O, es, más extraño pensar que el resto de tu propia vida recordarás algo que después de tanto tiempo se verá como una foto de antaño, en sepia, arrugada como la piel. Con sus colores perdidos, con la imagen borrosa. Con todas las risas y lágrimas impresas en papel cuya consistencia se ha perdido de tanto ser arrastrado.
Ahora, cada vez que pasa, cada vez que diviso la tenebrosa silueta, muy similar, casi idéntica, giro la cabeza.
Y miro a otro lado.
Aun, cuando duela.
(Cierre Paréntesis)





Esa noche me acuerdo que soñé muchas hueás. Dormí mal y con frío. No sé cuánto tiempo después el pensamiento no salió más. Igual han pasado pocas semanas. Y creo que la única vez que lo he podido expresar casi completamente fue esa tarde con café y compañía. Y aun así no me quedó del todo claro –la película, el hecho, el torbellino de ideas sin forma- lo que quise decir, lo que sentí y lo que siento.
El día pasa rápido y tengo ene que hacer. Creo que sólo me siento solo, harto. Tanta gente y ni una mano que sostener, algo así. No sé si es por el tiempo, por las circunstancias, por las caras o por no saber donde largarme a llorar.
Mi cara mantiene la misma sonrisa idiota que tengo desde que tengo uso de razón, pero en el fondo, soy un cabro chico que está solo, en un aeropuerto, cuya familia tomó un avión y lo dejó atrás. Y no puede volver a casa, porque no tiene dinero. Y no podrá ver a sus amigos más. Ni a sus juguetes, ni a su casa.
En el fondo, dentro en el alma –quizás- tengo un berrinche de soledad.
Y lata porque mi cabeza no pare de recordar.

Oh, please, say to me
You'll let me be your man
and please, say to me

You'll let me hold your hand
Now let me hold your hand
I wanna hold your hand

And when I touch you I feel happy, inside
It's such a feeling
That my love
I can't hide
I can't hide
I can't hide 
 
 

viernes, 1 de octubre de 2010

Metro: esos 20 minutos de vacío entre un lugar y otro.

Tenía varias cosas que quizás podía presentar, pero al momento de exponerme a la hoja en blanco nunca nada salía.
Pensé que iba a terminar de hablar de otra cosa, más reciente, pero no pasó. Quizás luego lo haga, necesito sacarlo de adentro. Pesa demasiado. Y es más raro de lo que alguna vez pensé.
Estoy seguro que se llamará House it's not a Home. Esa canción le queda bien. Ok, retomo:
no tenía nada que escribir y nada salía. Miento, tengo mucho que escribir y nada sale, así que me aproveché de este texto que encontré en el note, cuando me da por escribir en el metro. Está hecho en varios días y con un tema de fondo y muchos temas como acompañante.
Al final, siempre trata todo de lo mismo, así que da igual.
En fin, la entrada.


Es martes. El día antes de la tormenta. Estoy en el metro, con el note. Y este inicio, este comenzar de la entrada me hace revisar que en este mismo notebook –algo lento, sobrecargado, con faltas de un buen formateo que lo libere- hay al menos unas 3 o 4 entradas escritas en el metro. Habladas en el metro. Realmente no recuerdo cuántas de ellas habré publicado, pero me llega a llamar la atención cuanto puedo concebir en el metro. Cuantas ideas pueden llegarme en 20 minutos de viaje con solo ver las caras de los que se acomodan en los asientos de plástico-con-tela.
Creo que sus caras me dan ideas. O me hacen comenzar a pasarme películas sobre qué será de ellos. De sus vidas. De por qué sus caras son como son ahora. Siempre lo he hecho, creo. Siempre he intentado adivinar qué está detrás de cada puerta. O detrás de cada arruga, detrás de cada ojo que se cae por el sueño.
A pesar de todo, a pesar incluso de que alguna vez pude haber dicho lo contrario, creo que me gusta el metro. No completamente, ni estoy del todo seguro. Pero se me ocurre que a veces no la paso tan mal como esperaría. Ahora no es el momento idóneo para ejemplificar esta teoría, pero la idea no deja de cruzarme la cabeza. Se me hace lógico, después de todo paso ene tiempo metido en estos vagones, y no precisamente por amor, si no por necesidad. Que a veces –si no siempre- te hace dejar de lado todo lo demás. Y el resto no importa.
Una vez lo recordé en otra entrada, pero ahora comenzó a sonar la canción de nuevo y no puedo evitar recordarlo. Tren al Sur. Tiene recuerdos. Sur, sábado en la mañana, Manuel, camiones, camionetas, carretera austral. Calor. El recuerdo me abruma. Qué buenos tiempos. Fue ideal, fue –casi, casi- perfecto. 
Me encantaría repetirlo. En serio. Las condiciones ahora no son favorables para que así sea. Sería imposible. Las piezas que estuvieron en ese entonces ya no están. Se desplazaron, se corrieron. Perdieron ubicación, o peor aún, forma. Ya no calzan. Ni aunque quisiera. Perdieron pedazos, fragmentos, no se pueden recuperar. Ya no.

Todo lo que se triza alguna vez, por más que se le pegue, lo trisado queda. Las grietas son las evidencias.
 
 
Son las como 20 para las 9, por lo que dice el letrero del metro. En 6 minutos más debería pasar mi metro a casa. Estoy en viña, entregando –entregué- un trabajo. Me acabo de comer una de esas sopas instantáneas que siempre veía comiendo a los orientales. Me encantan, son tan químicamente bacanes. Entré el calor mientras, curiosamente, daban el partido de paraguay contra Japón. 0 a 0. A cero. Finalizando el segundo tiempo. Hace poco –ayer- perdió chile también. Se aprecia una leve –pero aceptada, se sabía, “por confirmar”- depresión colectiva en el ambiente. En realidad, más allá de gustarme la adrenalina que provoca ver un partido del mundial –más si tu país juega y tú juegas a tener esperanzas-, me da lo mismo. No me sumo. Era lógico, quizás.
Mi mente está en otro lado. Mi mente siempre está en otro lado. Como viviendo a paralelos. Es raro eso de sentir tu cuerpo en un lugar, mientras la proyección interna en tu cabeza está pasándote películas en 35mm de lugares que nunca has conocido. Como, no sé, las callecitas antiguas de París. La cafetería que antes solía ser la casa de Nicolás Flamel. Las amplias carreteras llenas de campos, cerca de Stalingrado. El tren subterráneo camino a Inglaterra. Supongo que toda mi vida he estado en esos lugares vagando, deambulando,  recorriéndolos, en mi mente. Una suerte de experiencia de separación de cuerpos. Extracorporal, quedaría mejor.

 
 
Eso lo escribí anoche. Anoche era un día en que no sabía nada. Hoy, sé un poco más. No lo suficiente aún. Aún queda. Aún un par de preguntas que contestar. 
Anoche iba a seguir tecleando en el viaje de regreso. Cuando llegó el carro y cerré el note en la estación, noté que todos venían como sardinas. Me sumergí en el mar de gente, haciéndome un cupo. Imposible de teclear. Me entretuve –ya que como dije, mi iPod está muerto- en la conversación de una tipa y un tipo que estaban a mi lado.
-El profe siempre me molesta. Supongo que es por mi nombre, no cacho, o por mi viejo.
-Es que igual po, cuando yo te conocí no podía creer tu nombre.
-Siempre le pregunto a mi viejo que por qué po. Pero nunca me responde bien.
-Es que igual es raro po. O sea, cuando yo te conocí dije “qué onda” porque igual yo soy fanática de los Beatles. ¿Y tení segundo nombre?
-Sí. Samuel. Lennon Samuel. No pega mucho. –ríe.
-Pa’ nah… -ríe también.

Es miércoles y estoy de nuevo en el metro. Ahora sé que mi pellejo se puede salvar. Un poco. Creo. No estoy del todo seguro ahora, sólo falta algo por confirmar. Creo que tengo fe o esperanzas o algo así. 
Hoy ha sido un día largo. Quizás, por una serie de eventos desafortunados, más pasable de lo que pensé. Un poco más desanimante de lo que quería. Un poco mejor de lo que sospeché. Llevo ahora, hoy, otras ideas en la cabeza. Y se me ocurre que nunca había tecleado por dos días contínuos un texto que no tiene mayor relevancia ni fin. Sé he tecleado más, de una, de corrido. Vomitando material de una. Esto es distinto, creo. Se siente así. Es como cuando estaba embalado escribiendo y escribiendo un cuento que resultó ser más largo de lo que sospeché. Llegó a sumar 109 páginas y aun no terminaba. En su tiempo, estaba metido con esa historia. Me gustaba cómo se iba desarrollando. Creo que si la leyera ahora, después de tanto, después de todo lo que ha pasado entremedio, junto con esta distancia del tiempo; no me parecería lo mismo. Quizás no me gustaría. No la aprobaría, me daría vergüenza por mala.
Estando en esto, creo que mi necesidad de escribir continuamente es por una mera cuestión de distensión. De liberar las cuotas de frases y escenas y personajes que me van saltando. O para tener un registro de las cosas que veo y que me llaman la atención. “Esos pequeños pedazos de nada que nadie nota, pero que a ti te gustan” como bien los tildó una amiga.
Supongo que alguna vez me gustaría escribir una novela. O publicar algo. Ver si estos pequeños pedazos de nada le llegan a alguien más. Si me sirve para ver si provoco algo, si conecto o algo así. O si alguien es capaz de conectar. Es lo mismo que con el dibujo. A alguien tiene que provocarle algo o no existe. Pero… bipolarmente, no es la necesidad de conectar con alguien lo que me hace escribir en realidad. Es, no sé, una necesidad de soltar todo lo que se acumula dentro. Lo dije arriba, sí, pero es más que eso. Es, si pongo en práctica la teoría que salía en Tinta Roja, un exceso de líquidos dentro del cuerpo. Entonces, para evitar un desborde, un descontrol, los litros se liberan de a poco por mis dedos. Empapando mi blog de puros cabos sueltos que no sé cómo es que alguien puede seguir leyendo. Bueno, sin contar al bot de google, que pasa cada tanto.

Ayer una amiga me preguntó:
-¿Y si alguien quisiera conocerte tendría que leer todo eso?

Le dije que me daba un poco de vergüenza, entonces suponía que sí. En realidad, en esa pequeña página en el enorme mundo del bit hay mucho. Demasiado de mí. Sobre todo lo más profundo, mezclado con mucho de ficción. Harto cuento, alguna que otra exageración. Lo curioso, lo que asusta, es que hay un par que son verdad pura. Sin filtro. Directa. Completamente escalofriantes de volver a leer. La pregunta es: ¿puede alguien conocerte sólo por tus letras? ¿qué tanto puede alguien aprender en un texto de otro? ¿es un manual?
Descartando las notas de facebook, los cuestionarios donde obviamente las respuestas si te hacen conocer a alguien más. ¿se puede conocer a alguien por su blog? Se me ocurre que sí. Si comparamos un blog con un diario de vida, perfectamente. Pero qué pasa cuando rayas más, cuando agregas parte de imaginación a lo tuyo. ¿Sirve? Si hablo desde lo que he visto, sí. Creo que sí. Creo que he conocido mucho a un par de personas por lo que escriben. Sobre todo cuando relatan sus miedos. Y todo esos textos, que, supongo, pensaran están por mucho escondidos, con palabras demás, embolando la perdiz, distrayendo; pero se entienden igual. Perfectamente. Todas sus trancas y miedos y secretos. Desde los buenos. Hasta los muy peores.
Sé incluso de gente que se ha enamorado de otra persona por sus textos. No es que diga que me vaya a pasar a mí, pero me han dicho que ocurre. Obviamente, alguien puede odiarte por los mismo. Por tu forma de expresarte, por tu prosa si es que la tienes, por tu voz.

 
...
Ha pasado ene agua bajo el puente y este no es el día siguiente al que estaba más arriba. No he retomado este texto desde entonces. No tenía por qué, pero es como si lo que dije en aquel entonces sigue siendo verdad. Me encantaría terminar esto y llegar a publicarlo. Pero tengo otra cuestión, otra entrada que dejar sacar. Luego de esa, quizás esta pueda salir. Si es así, un par de líneas más deberán estar. Algo así para dar testigo de que la leí. De que volví a escribir un texto que no tiene ninguna relevancia ni final.
Supongo que, de cierta manera es así: mi blog, mis textos no-cuentos, son como la novela de mi vida. No es muy interesante, no es muy profunda, pero sirve para pasar el rato. Creo.

martes, 21 de septiembre de 2010

Un 7 y un 2.



Estoy al fin de la pérdida, si se le puede decir. O sea, al final de un lapso en que no sentí ni fui nada.
Digamos que lo que sucede es que fue como si todo hubiera sido una gran entre-línea. Algo fuera de norma. Así se sintió. 
Pasaron cuatro días en los que sentí mi casa un hotel. Un motel, más bien: mucho más rápido, mucho más ajeno y radical. Nada de lo que usualmente estaba en determinado sitio se quedó ahí. Vi, entre otras cosas, como las mismas personas que me orbitaban se habían alejado. Algo así como una explosión de supernova, o algo más grande, que terminó de dejar todo fuera de conexión. Lo noté, recuerdo, en la precisa mitad de esos días, pero pensé que era algo transitorio. Algo común de la fecha o algo así -el famoso 18 que nunca he celebrado, que casi me da completamente lo mismo, que me es irrelevante; pero que trastorna el aire-.
Creo que fue un día después, casi 25 horas desde ese primer pensamiento, en que me di cuenta que esto podía ser algo mayor y me puse extraño. 
Fingí.
Usé caras de póker -tan mío, últimamente-.
En el fondo, todo lo que pasaba era lo mismo de siempre. Mi cara siempre fue la misma. Nadie dijo ni notó nada y eso, al menos, era un poco reconfortante. Algo que contrapesara esa incomodidad, esa preocupación, ese sentimiento extraño dentro. Una lejanía, quizás. Como dar lo mismo.
Son las apuestas ciegas. Esas que pasaron hace rato y que yo aposté -casi- all in. Ni siquiera están todas las cartas en la mesa y ya creo perder y aun así sigo apostando. Pero no pasa. Nada, en lo absoluto.




Ayer era un día antes de la primavera. La primavera me da lo mismo. Lo importante es que ayer fue seco, vacío, después de un sueño que prolongó horas y horas sin control ni medida. Cuando desperté, ni siquiera había una pose de ignorar. Ni siquiera eso. No había nada. Nadie. Silencio completo y absoluto. Hubiera preferido ser ignorado. Al menos, así, sabría que había alguien más allá de la ventana. Una mínima segurar, pero ahora no tenía nada. 
Lo sé, no me paso rollos -más que este-: estoy solo y lo sé. No he pensado lo contrario, pero, al menos, pensé que estaba volviendo a entrar en el juego: esa leve y creciente adrenalina de la apuesta a ojos cerrados. Parece que no.
Te juro que no sé qué es lo que pasó. Yo, por mí, ojalá dejara de pensar tanto fuera de mi cabeza, de pasarme estas películas añejas una y otra vez. Pero lo hago y me hicieron así. Me fijo y noto todo y me carga. Me carga darme cuenta de las cosas. Sobretodo de las idas.
Yo sólo pido dos cosas: o señales de vida o al menos un adiós.
Después de todo y aunque duela y uno esté vacío: si uno pierde una apuesta, debe retirarse lo más tranquilo y digno posible.
Aun, cuando sea desnudo y directo al abismo.




_______________________pie_de_página_______________________________
*la entrada se llamar "Un 7 y un 2" pues es la pero mano que existe en el Póker.
*all in significa apostar todo en la mesa.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Pronóstico incierto.

A kilómetros lejos del mar mis ojos no cierran
la puerta, onírica, sedienta, se asoma por la ventana
como si de pájaros carnívoros se tratase
ingresan por mis poros, comen, cagan, renacen.


Recojo una a una las piezas y las formo en línea
sus cánticos, fragmentos de mi cabeza, oscilan disparejos
mezclados y revueltos los aromas y los sentimientos:
son la cordura, lo insano y entrega
la rabia, la risa y las puñaladas en la espalda 
las esquirlas que bailan en mis piernas.


Te odio por todas las semillas que plantaste en el campo de mi cuerpo
cuando las arrancaste y mataste la tierra para que nada creciera de nuevo
te dije que nada sería tan enfermo y quién no falla si es de adentro
la más inocente víctima fue la que provocó perder mi credo.


Me levanto y la incertidumbre a tiempo conmigo
la esperanza y la seguridad deciden enredarse en la sábanas una vez más
se turnaron de nuevo, como juegos de espadas y escudos
cada tanto uno llora y otro duerme, cada tanto estoy solo o con gente.


Lloré la noche y cubrió el día, a media, nada de luz transmitía
perdí mi ropa y organicé un duelo, me vestí con terno y recé ateo
mientras los ocasos se apilaron uno tras otro sobre mi boca
sin agua, sin sabor, sin gin ni vodka.


Me lamenté el sexo, la carne y el desvelo
nada existía, sin comas ni ceros, ni ganas ni hambre ni suelo
y el oro brillaba en tu piel de talco, errante
como una jugarreta, un sonsonete extraño
una nueva luz olvidando el pasado.


Te creo o no te creo, pienso mientras escribo en mis dedos
quién se salva o quién rompe en dos el silencio
puse sobre la balanza mis brazos y mis miedos
supuse ver el resultado, pero estaba ciego:
caminar sobre la vida es cuestión de celos.


Y que te digo, entonces, no doy nada por cierto
confirmo que las leyes son como feroces carneros
tú una mujer con dos caras y cuatro ojos, en perfecto alineamiento
yo un equilibrio que se tambalea entre vagos cimientos.


No sé de lo que hablo y no me entiendes
lo intentas, pero desistes al leer mis cicatrices
el tiempo las dejó de sangrar y las hará de tapar por completo
cuando terminemos de recoger los pedazos de nuestras vidas pasadas,
ese día, mi alma cansada e inquieta podrá alcanzar,
eso, eso mismo que tú creas en tu seno, tu vientre y tus besos.






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Bien o mal, me da igual. Se me ocurrió, salió y está.
Uno nunca para de experimentar, uno nunca para de probar cosas nuevas de cómo exteriorizar todo lo que se almacena dentro.

lunes, 6 de septiembre de 2010

No Alarms and (no) Surprises, please.

Es una noche extraña. El camino se hace ancho, mientras una leve brisa corta tus mejillas. No sabes si son los focos de luz o algún extraño fenómeno que produce que la noche no sea tan oscura como debe ser. Los perros ladran al verte pasar. Supones que la música del iPod suena muy fuerte y los altera.
"Aquí no se ven estrellas y no hagas metáforas de ello, en serio". Bueno. Estás ansioso, algo inquieto. Tienes sueño, lo sabes, pero la motivación de llegar a casa rápido -sin ninguna recompensa, pues sabes nada te espera, demasiado tarde- te hace caminar a prisa. Como aquella vez que llegabas tarde y te llamaron y corriste y la pasaste bien. Ahora es distinto: ahora es volver por volver.
Desearías tener motivos, claro, pero no están. 
Sientes el deseo incontrolable de poder deducir, de dejar de estar pasándote rollos y tratar de ver las señales claramente. Si es que las hay. Tener una cuota de claridad y darle el victo bueno: pieza por pieza. Saber si lo que decía tan claro esa frase en un libro es verdad. Si pasa lo del estómago o no, si lo que juras es o no.
Tienes ganas de conversar, no sabes de qué. Varias cosas rondan tu mente: la motivación de la gente por algo más, los antiguos rituales de los cultos, del amor, de la religión, de las vidas de la gente que has oído, de los posibles cuentos que quisieras escribir. Quieres oír, saber más de alguien. Que te cuente sus cosas, sus secretos, contar los tuyos incluso. Sentir complicidad, hablar de la vida e irse en la poética. Oír, escuchar; en una de esas opinar. Sabes que tienes tanto por decir. Te imaginas que alguien más tendría tanto para contar, pero no lo hace por no tener conexión, ni nexo, ni lazo. Quieres armar algo, sentirte conectado, no como radical libre.
Te falta algo y lo sabes. Conoces el problema. Es algo en lo que estás trabajando hace tiempo, pero sigue latente, existe, está, se ve, se nota, se palpa, se huele, se intuye, se presenta casi como amigo.
Deberías dormir, es cierto. Sabes que mañana reclamarás porque habrás dormido poco, por haberte quedado en el pc escribiendo quién-sabe-qué, pero ya será tarde para arrepentirse. Da igual.


Llegaste a tu casa. Cuando entraste casi todos dormían. El perro en la cocina intentó aferrarse a ti cuando te fuiste a hacer algo para comer, pero nada pasó. Estás en tu pieza comiendo fideos mientras un cigarro muere en el cenicero del sur. El gallo tras tu pieza canta y tú odiándolo por no saberse la hora. Estás vacío, escribiendo, ya que nadie conversa. Tu inquietud no encuentra calma, sólo se queda permanente, hasta que te duermas y sea lo que sea que sueñes te lo mantenga a raya por un par de horas. Lo que tú necesitas -crees- es una tarde relajada, un café de Starbucks -quizás un Mokaccino- una cajetilla llena de Lucky Strike rojo y una conversación profunda, quizás simple, pero llena. Algo que calme tu curiosidad de la vida. Algo que te haga sentir que sigues humano.
Terminas de escuchar a Johnny Cash -Hurt, siempre Hurt- y la tele en mute. Las imágenes en la tele, por mucho que no escuchen te hacen sentir menos solo. Como si hubiera gente en el espacio vacío que es tu pieza. Así los posters no son los únicos que sientes que te miran.
¿Cuál es tu pretexto de no estar durmiendo en este mismo momento? Ah, claro: esperas que el cigarro y el poco de bebida que tienes se acaben para cerrar los ojos. Ojalá que la cafeína no retraiga el mismo sueño que tuviste anoche y muchas noches antes. Es ese mismo sueño que se repite desde que tenías 12: el de la sangre y los fragmentos. A veces odias que se haga presente.
Compadre, necesitas un libro. Necesitas algo que leer, ahora. Si no, el metro será más aburrido de lo normal. Oír música sin leer ya no basta. Qué complejo con ese asunto: nunca es suficiente, siempre quieres más. Recuerdas Se Arrienda: "¿Te parece que ser ambicioso es malo?". No.
Tic tac. Son las 5:04. Tienes una ganas increíbles de agarrarle el pescuezo a ese gallo y afixiarlo hasta morir. Es como una alarma. Como una muy molesta alarma, como esas cuando sólo quieres dormir y no deseas que nada te despierte. Sólo pasar de largo, sin soñar, sólo durmiendo y agotando las horas en un pestañeo que parece sólo un segundo; una metáfora de tiempo que te sumerge en todo un día perdido.
Oye, ¿cómo es la cosa? ¿Quieres o no quieres dormir?
Se acabó el cigarro y la Coca-Cola. So?
No Alarms and No Surprises, please.
Aunque en lo de las sorpresas es algo en lo que podríamos tranzar.
¿Cierto?



A heart that's full up like a landfill,
a job that slowly kills you,
bruises that won't heal.
You look so tired-unhappy,
bring down the government,
they don't, they don't speak for us.
I'll take a quiet life,
a handshake of carbon monoxide,

with no alarms and no surprises,
no alarms and no surprises,
no alarms and no surprises,
Silence, silence. 

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Avenida "Libertad".




Comienzo a caminar por la noche. El ambiente es frío y deja claro que el invierno aun no se ha ido. La brisa es gélida, pero mucho más soportable que la de noches pasadas.
Camino por Av. Libertad y algo raro sucede. No me queda claro si es la música o darme cuenta que esta avenida que antaño amé y disfrutaba caminar, ahora no lo hago. Me doy cuenta que ya no es la calle que tanto quise. Ahora es sólo una avenida larga y llena de tiendas y rincones y árboles que no quiero ver.
Es ahí cuando empiezo a caminar la Av. Libertad de mi cabeza.

Vengo saliendo del cine y es como en la película. Ya no sé cómo distinguir los sueños -pesadillas, más bien- con la realidad que tengo pegada a las plantas de mis zapatillas.
Es todo como si fuera medio onírico, medio borroso. Las callejuelas que hacen de cierres de esa enorme cicatriz que es la avenida se asemejan a los rincones más oscuros de mis recuerdos. Pero no es sólo eso: los locales y rincones que se van quedando atrás mientras avanzo son y fueron reales. Existieron, de algún modo, de forma importante. Ahora no son más que calles muertas y pedazos de cemento ajenos.
Me pregunto si es que las calles tienen memoria y cuando te ven pasar te recuerdan y dicen algo como "tanto tiempo, ¿ahora caminas solo por acá?".
Uno pasa y trata de no mirar hacia los lados -sólo hacia el horizonte, lejano, siempre lejano- y ver los mismos escenarios que tuvieron algún significado equis y que ahora ya no tienen nada.
Cierro los ojos. No hay mucha gente, así que no hay peligro de tropezar, me sé la calle de memoria. Trent Reznor sigue cantando Head Down, así que me pongo la capucha y bajo la cabeza. Siento que un leve dolor de cabeza como los que solía tener comienza a asomar.

Como si mi cabeza fuera un montón de glóbulos blancos, me atacan por pensar más de la cuenta. Hace tiempo me dijeron "si dejas de darle vuelta tanto al asunto, la pasarías mejor". Supongo, sí. No me gusta perder. Necesito señales. Siempre necesito señales.
O algo directo. Un golpe, quizás. Una sola frase que lo resuma todo.

La avenida llega a su tramo final y es la noche la que opaca todo lo caminado. Me interno en el metro y la pregunta de que cómo es posible que esto suceda ahora -esta mescolanza de recuerdos, caídas, preguntas sin respuestas, miedos y esperanzas- se hace tan presente, la notoria sobre mi supuesta felicidad producto de la liberación de todo lo que me tiraba abajo.
Ahí, frente a los rieles entrelazados con cemento del metro, al borde de caer, con la mitad del pie mirando hacia el fondo; no decido si salir o no de este sueño. Si avanzar, moverme, hacer algo, retroceder o no despertar.
Mi dolor de cabeza aumenta.
No hay decisiones.
El metro se impone con su luz potente desde entre las sombras del túnel, avanzando hacia a mí. Quedan pocos segundos.
Y me acuerdo.
Me acuerdo que prometí metas. Me acuerdo que prometí avanzar.
Una promesa es una promesa.
Las puertas del metro abren.
Sin pensar nada, entro.
Y es el metro quien comienza a avanzar.



And this is not my face
And this is not my life
And there is not a single thing here
I can recognize
This is all a dream
And none of you are real
I'll give anything
I'll give anything...

lunes, 30 de agosto de 2010

Gracias por volver, Vincent :D

lunes, 23 de agosto de 2010

Siniestra


Ya no puedo sostener
Mi estafadora fe en mí
Olvidé decir, así,
Que no debo morir por ti

Y tu risa miserable
Clavó su uña en mi pecho
A diestra y siniestra
Sin razón

El amor un basurero
Donde respirar
Un bolsón con agujeros
Duro de cargar hasta el final

Mejor cerrar la boca
Las palabras ya rebotan
En paredes que no
puedo ver

Deberás creer en nada
para ser feliz mañana
reza y no trates de entender

domingo, 22 de agosto de 2010

Surprise.

Y a pesar de todo y de tanto tiempo, aun quedan cosas por borrar.

Es casi parafernálico -y algo melancólico- tener que revisar cada rincón para poder aliviar.

viernes, 20 de agosto de 2010

Conexiones.

2 de abril.

Escena 1.
Ella mira, sin expresión aparente, través de su ventana casi a media tarde. El día le ha parecido eterno y las charlas vacías. Siempre lo mismo.
Esto no había sido fácil, obvio, pero era lo más sano después de dejarse mentir por tanto tiempo. Alguien tenía que cortar con la mala onda. Ella tomó la iniciativa.
No habían más excusas para quedarse melancólica entre las sombras de su habitación, tomó un bolso y salió a caminar. Refugiarse en la gente estando sola era más mimético.
Su corazón se había detenido, pero el mundo no paraba de girar.

Escena 2.
Él tiene su cabeza sobre sus manos. Las canciones de empleada suenan en sus audífonos. Al walkman le queda poca pila, el cassette de Tool suena lento -más lento que el momento mismo- con poca batería, no había otra elección.
No; no había otra elección.
Fue todo rápido y frío. Él esperaba una mínima muestra de dejo, de pena. Nada. Fue un simulacro de pérdida.
Algo andaba mal y no era él. No se tardó en notar: salió a la luz pronto y la situación comenzó a comérselo. "Cuando el río suena, es porque piedras trae". Nunca se dio cuenta cuando la piedra estalló en su cráneo.
Le dio un golpe a la pared y se paró. No habían más excusas para quedarse melancólica entre las sombras de su habitación, salió a caminar. Refugiarse en la gente estando solo era más mimético.
Su corazón se había detenido, pero el mundo no paraba de girar.

Escena 3.
Ella camina por la calle en dirección al norte.
Él camina por la calle en dirección al sur.
Es una tarde fría con un sol que intenta entibiar. Las calles almacenan hojas que tapan las rendijas del subsuelo, aglutinando pozas. Cada tantas cerámicas un charco suena en los pies.
Pareciera como si la tarde estuviera siendo tocada en un piano: lenta, grave, en llave de sol.
Ella mira hacia al suelo y cuenta los pasos que camina mientras intenta olvidar.
Él mira hacia los rascacielos, escuchando a un locutor hablar sobre alguien que murió, mientras intenta olvidar.
A las 16:48 ella y él se encuentra frente a frente en el medio de una cuadra.
Ninguno se mira. Doce segundos después, la tela del polerón de él roza el brazo de ella al pasar a su lado.
Ninguno lo nota.
A las 16:49 ella y él están de espaldas uno del otro.
Nadie se detuvo ni miró al otro. Dos corazones detenidos se cruzaron, pero no tuvo ninguna importancia.


21 de abril.

Escena 4.
Él intenta llamar desde un teléfono público.
Ella camina por la calle hacia la casa de una amiga.
El teléfono contesta del otro lado de la línea, pero él no se atreve a hablar. Cuelgan. Intenta llamar de nuevo, pero la moneda resbala de sus dedos y cae rodando a los pies de alguien.
Ella se agacha y toma una moneda. Levanta la vista y se la pasa a un chico.
Él mira a una chica que recogió su moneda.
Ella y él se quedan mirando a las 15:28 como si se conocieran de antes.
Ninguno dice nada. Ambos sonríen por cortesía.
Dos corazones detenidos se miraron, pero no tuvo ninguna importancia.

Escena 5.
Ella está en casa de su amiga. Ella mira en el televisor un concierto grabado en VHS con un tracking mal hecho.
Su amiga le pregunta sobre todo, preocupada, pero ella le responde que ya da lo mismo.
-Todo va a sanar, va a pasar -intenta hacerse creer.
Su amiga le dice que a todo el mundo le pasa últimamente, que conoce a alguien más en la misma situación.
Suena el timbre, su amiga se para y sale al patio delantero. Entra y no está sola.
-Sí, después hablamos de eso. Te grabé los cassettes que me pediste.
Él entra en una casa, la casa de una amiga. Trae un pedido que le habían hecho y que había olvidado traer hace un tiempo.
-¿Estás sola?
Él corta la frase.
Ella deja de ver el televisor y mira a su amiga y a él.
Ambos se miran y se reconocen.
-No, hoy me vino a ver una amiga. Clau, te presento a Julio; Julio, Clau.
Él se acerca y le da un beso en la mejilla.
Ella se acerca y le da un beso en la mejilla.
Dos corazones detenidos se besaron, pero no tuvo ninguna importancia aparente.


1 de mayo.

Escena 6.
Él toma una Free, mirando hacia el parque.
Ella escucha una canción en un walkman que no es suyo.
-¿Te gustó?
-Mucho.
-¿Quieres bebida?
-No, gracias. Y, ¿hace cuánto que todo esto pasó?
-Hace poco. Como un mes.
-¿Qué día?
-2 de abril.
Ella deja de verlo y mira hacia otro lado, pensando.
Él se para y se acerca a un basurero.
Ella lo mira parado un tanto lejos. Se asusta pensando en las casualidades.
Él queda frente el basurero, como si dudara de botar la lata. Piensa en que algo raro sucede y se asusta.
Ella enrolla los audífonos con cuidado.
Él vuelve y se sienta a su lado, donde estaba.
-¿Y lo tuyo?
-Da lo mismo, no quiero hablar de eso.
-Ah.
Ella posa el walkman en su regazo y observa a lo lejos.
Él la mira, pero desvía su mirada al posar su mano en el pasto para jugar, arrancándolo.
Ella le pasa el walkman y se para.
-Hace frío, me quiero ir.
-Bueno, vayámonos.
A las 19:22 ellos se paran y se comienzan a despedir.
Él le desea suerte y se da media vuelta.
Ella se gira y comienza a caminar.
Dos corazones detenidos se encontraron, pero no tuvo ninguna importancia aparente.




Ella se da vuelta y lo mira.
Él se da vuela y la mira.
Es un momento que se hace eterno, como la tonada final del piano, resonando. Los autos no suenan y los colores de la ciudad se ven teñidos del débil naranjo del final del ocaso.
Él comienza a abrir la boca para decir algo.
Ella dice algo.
-¿Mañana tienes algo que hacer?
Él cierra los labios.
Ella lo mira, apurada, nerviosa.
-No.
Él sonríe.
Ella devuelve el gesto.

A las 19:23 dos corazones detenidos se preparan para volver a latir.
Esta vez, con la mayor importancia del mundo.


Cortinas.