lunes, 15 de noviembre de 2010

Trotamundo.

Un cerro y me deslizo. Caigo rodando sobre la hierba espesa que es como olas que se amontonan en mi piel. Estoy medio despierto, medio dormido. Siento el sueño acumulado en los párpados, cerrándolos a fuerza, apretándolos contra la almohada. Siento piel. Una escena que se extrapola. No, no es tan así.
No sé cómo medir el asunto. La imagen se detiene y se congela. Freeze. No hace frío, hace calor. Un abrazo, quizás. ¿O es sólo hierba? No supe si era el sol abrazándome desde la cordillera o si eran brazos. Mis oídos escuchan palabras convertidas en sonidos mínimos, monosílabos, haciéndome peticiones y yo respondiendo sin sentirme presionado. A gusto. Y el momento se pone en repeat. Se estira hasta que la cinta llega a su fin y es imposible seguir grabando.
Estoy despierto y nada lo soñé. Tuve razón desde el principio y me reí por ello. Sonreí.
A pesar de todo, sonreí: porque las espinas que crucé para poder librarme de los cerros largos ya no estaban. Mi piel estaba rota y las magulladuras ya no sangraban. Habían heridas, pero ya no importaban. Había despertado completamente y lo que pensé era sueño había sido verdad. Lo sabía, pero no había forma de hacerle comprender a mi cerebro que así era, hasta que tuvo pruebas.
A pesar de todo lo ocurrido, de nuevo sentía el calor. Y yo corriendo siempre hacia el oeste, para evitar que ver los rayos aparecer desde el este.
Pero el este me alcanzó y justo en el momento indicado.
Otra vez amanecía.
Y está bien.

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