domingo, 31 de octubre de 2010

Ebriedad: concepto erróneo.

Revisé tres veces mi pieza antes de salir. No encontré vestigios tuyos, no encontré nada que llevarme al salir más que el recuerdo. Las estrellas no parecían nada más que ideas que se suspendían sobre mi cabeza: insistentes, lánguidas, persistentes, decaídas. Pisé tu ciudad y esperé más de lo usual y no pasó nada. El estrecho entre las calles era un débil velo que resguardaba el licor. Un pretexto más, que va.
Uno y dos y tres para adentro. Cuatro, quizás. Podrían ser más. La noche es larga y da lo mismo, nadie pesca a nadie y es normal ser anormal. Miro los ojos y siento como me persiguen. Paranoias aparte. Quizás es verdad. Siento que taladran y buscar, reacios a lo cierto, enfermos, olvidados. Sus cuerpos populan las calles como zombies, esperando caer en tentación y sin librarse del mal, amén.
Sentí -creo, no lo aseguro, puede ser un espejismo- el paso del engranaje de los días sobre mi piel. El cambio incesante e inestable de los hechos y sus horas y sus sonrisas borradas, sólo almacenadas como una débil imagen fragmentada en mi mente. Si cierro los ojos, puedo verla mejor, si los abro el cine para de proyectar.
No es que no vea, no es que no sienta, no es que no crea, no es que pretenda alejar. Soy un nervioso y los sueños me provocan terror. Soy un niño en su primera fiesta, su primer día de colegio, su primer beso. Soy un primerizo en mi vida. Soy nuevo en todo lo que ya viví.
Tuve un presentimiento y lo volví comida. Lo mantuve dentro mío por si algo ocurría. Tuve en mis manos el número que quise marcar y no lo hice. El saber lo que sucede, adelantarse dos segundos a lo que va a pasar quitaba toda sorpresa. Y entonces miré al mar y un barco me lo tapó. Traté de rastrear el horizonte, pero me perdí entre los recuerdos y las luces y los deseos que le pedí a esa estrella fugaz que terminó siendo un avión con gente esperando volver.
Caminé a ojos cerrados mientras los hombros de la gente creaban moretones en los míos. No me importaba: el ritmo y el paso estaban en mi mente y se conectaba por mis huesos a mis pies. Caminar hasta que sangren las plantas de los pies no es mala opción. Quiero detenerme. Fumé un cigarro. Me detuve, al fin.
Calculé que faltan exactamente 184 piezas en mi puzzle. De las cuales sé donde están dos. Y hay una que perdí y que no quiero buscar. Oía las micros pasar furiosas, cumpliendo de malas su deber. Y sentí que mi casa estaba tan lejos y odié la ciudad y sus perros y su gente y sus edificios que al amanecer se atoraban de cuerpos mal olientes. Cuerpos ajenos y vacíos. Cuerpos esperando estallar.




Siento que mi cuerpo me deja. Mi mente baila en serotonina barata y mi sangre en alcohol de mediana calidad. Es todo una ilusión que no cesa, es un show que nunca acabará. Y pienso que las calcetas que tiré sobre la tele estaban frías y que mi pies no sangraban en lo absoluto.
Quise que estuvieras presente pero no fue así. Quise conversarme otra cerveza con mis amigos. Quise saber los secretos que ocultas bajo tu pelo. Quise conocer tu vida a ver si me inspirabas a escribir. Quise oír a ver si tenía algo que aportar. Quise vencer el nerviosismo y actuar en serio. Quise poder ser un aporte importante a tus días. Quise que todo esto fuera verdad.
Y con esos pensamientos vagabundos en mi mente es que me fui a dormir.
Para tratar de comprobar si es que durmiendo se puede descansar.

jueves, 21 de octubre de 2010

Scribble this.

Yeah, that was me, in the corner.
That was me, in the spotlight.
I hope to be clear when I say this:
that was not a reaction, but was exactly the reaction I always expected from you.
And, if you think about it, it's pretty sad. But, ok, you will never understand that.
Like you never understood nothing in the past.
Black loyalty.
Something to be shame.

Smoke.
Another cigarrette, please.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Vincent: A -short but mine- Dog's Story.

Vincent.
I do not remember my grandfather, he died when I was very young. But when I hear a story about him and Hachi, I think I know him. They taught me to appreciate the loyalty and never forget those whom you love.
So Hachi's forever my hero.
-Hachiko: A Dog's Story (2009)

Good bye, Vincent.
We love you.
Rest in peace.

lunes, 18 de octubre de 2010

El insomnio es sólo una consecuencia.

La idea hoy era acostarme temprano. Pero no: acá estoy, tarde. Fumando, tomando -paradójicamente sano- un vaso de leche, tratando de sacarme los últimos pesos de encima para poder dormir. Es -o era- domingo y los sigo odiando. Su lentitud y yo estando echado. Con una canción que suena desde la tarde -desde la noche de sábado- y que se mantiene en un loop constante en winamp. En repetición. Una canción de mi pasado y que dice tantas cosas que alguna vez quise decir.
¿Cuál? Nah, nunca tan pavo. Nunca soltar todo, siempre algo de misterio. Y no, no la scrobblié en Last.


Los días han transcurrido como si nada, mientras yo estoy estirado y rasco los pelos al borde de mi ombligo. Han sido días que se han mantenido con el mismo tono: solitarios, lentos, con alguna que otra risa esporádica. Nada tan malo, nada tan bueno. Neutro, totalmente al medio. Peaks bajos, ninguno alto. El otro día salté mis ojos donde no debí y me dolió la cabeza. Me caí, estuve un rato paralizado, de piedra, en cámara lenta y en blanco y negro. Fue uno de esos momentos en que me hubiera gustado hundirme, pero no lo hice. Ya no soy lo que era. Me sentí bobo, harto. Me sentí un ajeno en mi cabeza y me reí de mi mismo por ser incapaz de completar algo. Y también recordé que eso jamás lo iba a poder completar y que sería un punto suspensivo que sería permanente. Uno -otro más- de esos recuerdos eternos y que aparecen sin que lo premedites a cada cierto tiempo, apuntando, frío, acusador.
Pasó, no lo pude evitar.


El jueves desperté y fue tarde. Me quedé en bóxers frente al ventanal del living largo rato mirando el poco sol que había. No había nadie y parecía que yo tampoco. Lo único que amortiguaba el silencio era el interminable tic-tac del reloj del living. ¿Que hacía yo parado en medio de la nada, medio desnudo y sin expresión? No me acuerdo. Pero recuerdo que no quería saber nada que ocurriera ese día. Que si la semana había sido inerte y lenta, ese día lo sería más. Más lento, más seco, más ajeno, sin nadie. Caminé y fumé, por la casa, evitando ciertas piezas. Me senté un rato en los escalones mirando al patio y me paré y fui a jugar con mi perro. 
Estuve largo rato acariciándolo, fumando, mirando. Me acaricié el labio y noté los vellos que crecían y que formaban casi un bigote que debería rasurar. Y fue ahí cuando pensé que cuando estaba más solo que un dedo, al menos, estaba con mi perrro. Y eso, no había sucedido nunca. 
Subí a la pieza, me puse algo de ropa y me tiré en la cama y ahí me quedé. Y no fui nada, sólo una mente volando en un cuarto de un metro setenta y uno, y de sesenta y tres kilos. Y repasé y cree y escuché canciones que se perdían en las ruinas de lo que fue un disco duro. Me sentí solo. Y lo estaba. Cuando llegó gente a la casa, las cosas no cambiaron.
Me paré, fui al baño y me miré al espejo. Recordé que ese espejo una vez me miró a mí y a alguien más y que me reí. La escena no era la misma y mi pelo estaba corto. Ahora es una mezcla de mechones que no saben donde caer.
Era extraño seguir recordando, como si se tratase de la última voluntad de un fantasma. Pero no era tan sólo eso, era también todo y todo lo nuevo. Era estar de nuevo en esta posición, y recordar y comparar que esto no ha pasado una sola vez. Era como ser inexperto de nuevo. Sin nada de todo lo que me adorné tiempo atrás.
Odié, mucho, las conexiones. Ese día y los que vinieron hasta hoy. Me pareció extraño como es que el destino -y la lógica, la puta lógica- seguían haciendo de las suyas. No supe cómo explicarle a nadie cuando me pareció curioso y extraño ver los hilos que unen todo. Alguien lo notó. No me dijo nada. Yo tampoco.


El sábado me vi en octubre y recién lo supe. Recién reaccioné. El tiempo ha avanzado sin que nadie le diga nada y el cúmulo de situaciones, eventos y personajes no han sido pocos. Y yo, aun tratando de aprenderme el mantra de que "la vida sigue, sea lo que sea que ocurra". Pensé en muchas fechas y en muchos días y me dieron ganas de escribir una carta. A quien sea, a cualquiera. Poder comunicar a lo lejos, destinado, por correo, todo lo que sucedía. Mi pedazo de historia en la vida, lo que uno le cuenta a los amigos más íntimos pero que cuesta tanto sacar. Estaba, de nuevo, viéndome al espejo. A ver si algo había cambiado en mi cara más que el incremento de las ojeras.
Y me quebré. No sé si porque estaba muy mal o muy bien o sólo porque necesitaba sacar algo. La cuestión es que vi imágenes y sonidos y todos pasaban rápido, como cuando vuelves de un desmayo. Y supe que la soledad y el miedo permanente a no terminar nunca nada siempre estarían en mí. Y que serían mis fantasmas y que estaría toda mi vida tratando de exorcizarlos.
El único sonido ajeno que rompió todo ese caos fue mi celular. Un mensaje había llegado. Lo vi y cerré los ojos.
No estaba tan solo como creía.










No tengo idea de si lo que quería que saliera de mí salió. No me queda claro, pero al menos siento algo más vacío. Al menos, sé, que hoy no reventaré. Y que mañana, debo mirarme al espejo, a los ojos, sin miedo y enfrentarme y aprender a cumplirme a mí mismo.
Aprender, de una vez por todas, a hacerme caso cuando me digo lo que debo hacer.
Y ahora, Felipe, lo que debes hacer, es dormir.
Supongo que sí.

jueves, 7 de octubre de 2010

A House is not a Home.

Creo que le tengo terror a las conversaciones uno a uno. No es una cuestión que me haya dado cuenta ahora, pero últimamente me ha pasado con más frecuencia que antes.
Creo que todo pasa porque en determinado momento de una conversación equis no sé qué decir. No se me ocurre nada y comienzo a sentirme paranoico y responsable del hilo de la conversación. Como que si yo no hablo, el incómodo silencio será inminente. Creo que son pocas o contadas las conversaciones –más bien, las personas- en las que sé que no tengo que rellenar. O sé que si el silencio viene no será tan incómodo como el usual. En todo el resto, ese pequeño miedo acusa de alguna u otra forma.
Tengo la idea que fui diseñado como el conversador aledaño. Ese que cuando dos o más personas están platicando, opina de vez en cuando, pero lo escucha todo. Agrega. Es como un condimento, nada más. Y supongo que no es porque no tenga nada que decir, si no que lo que tengo que decir no viene al caso o es un mero detalle. O en una de esas sí es válido y útil, pero pienso que no será tomado en cuenta.
Hoy me pasó camino a clases, en el metro. Me encontré con varios que no veía hace años. También me pasa en Messenger, pero ese medio tiene la gracia de que estás escudado: puedes desconectarte, cambiar el estado o si no contestas en mucho rato puede hasta pasar piola. Es al momento de los cara a cara cuando sucede. Face to face.

Este tema me asalta porque, como dije, últimamente es más a menudo. Esto, yo cacho, es porque en estos meses he conocido demasiada gente nueva. Muchos de los cuales no estoy ni ahí en conocer o haber conocido. Conexiones por la u, por amigos de amigos, por motivos tipo accidente, por mera casualidad. Hay unos cuantos, sí, que desde este año vengo conociendo y se han vuelto permanentes. Incluso, un par, más que eso. Algo así como confidentes. O algo que ayuda a sanar.
Es el resto –la manga de idiotas que populan por ahí- los que estorban. Con los que más me cuesta –y ni me interesa- rellenar. Molesta sólo cuando es alguien que me importa, o que me produce algo, que me llama la atención.

Mis clases terminaron hace un rato. Deambulo por las calles costeras de viña. Estoy sentado en una plaza a la que vine hace un par de meses, por razones extrañas. Estoy con el note y hago un trabajo. Hacía, más bien, abrí una nueva hoja y el trabajo quedó en stand by.
Hace poco fue mi cumpleaños. Fue una cuestión sumamente extraña.
Antiguamente, cuando chico, mis viejos solían celebrarme los cumpleaños. Recuerdo que tampoco fueron tantos, pero que el último fue, lejos, uno de los más bacanes. Fue en mi segunda casa y yo tenía como 11 años. Me llegó un Pikachu de regalo y estaban todos mis amigos. Las cuadras de esas calles donde vivía eran enormes y a las faldas de un cerro. Varios corrían hacia abajo en skates, mientras otros jugaban en el patio con mi papá.  La mayoría metidos en el Super Nintendo y en la sensación de esos años: el Nintendo 64. Jugamos hasta que era muy tarde a las escondidas en las calles de mi casa. A las escondidas, qué tiempos. Tengo en mi mente las imágenes exactas, como si hubiera sido ayer. Lo recuerdo todo claro y nítido. Demasiado nítido.
Ese fue el último cumpleaños que celebré. Años después se transformó en una cuestión de onces y algo más íntimo. A excepción del año pasado, que ahora no es más que un recuerdo complejo. Pero que de algún modo está asentado en mis buenos recuerdos, aun, cuando no quisiera que estuviera allí…

Este año, para cambiar, para reventar la rutina y tratar de avanzar –moverme, cambiarme, alejarme- lo quise celebrar a lo grande. Eran como 43-45 personas –se me fue el número- todos metidos en un local. Debo decir que más me estresé que la pasé bien. Pasaron demasiadas cosas, demasiados entorpecimientos e incidentes que no se pudieron evitar. Fue extraño, y más bien, apocalíptico. Terminé decepcionándome de mucha gente, y asombrándome de unos pocos. Me asusté ene, me urgí caleta. Sucedieron muchas cosas que no tenía planeadas ni nunca debieron suceder. La pasé mal. Hubo un momento en que todo se arreglaba, que me comencé a relajar y a pasarlo bien y otro incidente ocurrió y todo se me fue a la cresta. Estaba ebrio e iba por buen camino y terminé más sobrio que todos y con una cara que me llegaba hasta el piso, lo sé.
No lo he explicado mucho, ni a mucha gente, pero fue una cuestión que dolió. En varios ámbitos. Cambió muchas cosas. Cambió mi percepción de mucha gente. La mayoría para peor.
Incluso, pude morir. Y no estoy hueviando. Tampoco es metáfora. Un choque de autos no es una metáfora.
Todo terminó detonando demasiadas cosas. Se rompieron un par de cadenas y se soltaron muchas de las bestias de la caja de Pandora. Moraleja: nunca más. O nunca más mientras no sea en una casa donde puedas controlarlos a todos.
Estuve un par de semanas dándole vuelta a mis amigos –o a la gente que conozco, como le expliqué a una amiga mientras tomábamos café-. Puedo apostar que sólo aposté por un par. No más allá que la cantidad de dedos en mis manos. Sin considerar el dedo que tengo fracturado.
Incluso, también, cuestioné a los más cercanos. Y a la sangre.
Fue todo un maldito error.
Yo quería terminar ebrio y feliz. Terminé sobrio y enojado.
Y sintiéndome más solo que acompañado por tanta gente.
Suele suceder.




(Parénteris)
A cada tanto me pasa, desde hace un tiempo, que veo tu silueta en la calle. Siempre son errores, siempre es alguien más. Cada vez que sucede siento lo mismo: extraño, casi ajeno, lejano, demasiado, porco cuerdo, injusto, desierto. Detesto que suceda. Detesto el tiempo. Ver las fotos y los videos lejanos. Esos antes de que aparecieras. Mucho antes, cuando era tranquilo y freak y, casi, feliz. Era distinto. Fue un antes y un después. Sigo siendo el mismo, pero ya no actúo igual. Antes era más libre, antes no me costaba reírme de mí. Ahora el mundo es distinto, ahora no tengo la misma cara que hace 6 años.
Pasó de nuevo y una silueta similar. Es intrigante, de vez en cuando. Es extraño olvidar. O, es, más extraño pensar que el resto de tu propia vida recordarás algo que después de tanto tiempo se verá como una foto de antaño, en sepia, arrugada como la piel. Con sus colores perdidos, con la imagen borrosa. Con todas las risas y lágrimas impresas en papel cuya consistencia se ha perdido de tanto ser arrastrado.
Ahora, cada vez que pasa, cada vez que diviso la tenebrosa silueta, muy similar, casi idéntica, giro la cabeza.
Y miro a otro lado.
Aun, cuando duela.
(Cierre Paréntesis)





Esa noche me acuerdo que soñé muchas hueás. Dormí mal y con frío. No sé cuánto tiempo después el pensamiento no salió más. Igual han pasado pocas semanas. Y creo que la única vez que lo he podido expresar casi completamente fue esa tarde con café y compañía. Y aun así no me quedó del todo claro –la película, el hecho, el torbellino de ideas sin forma- lo que quise decir, lo que sentí y lo que siento.
El día pasa rápido y tengo ene que hacer. Creo que sólo me siento solo, harto. Tanta gente y ni una mano que sostener, algo así. No sé si es por el tiempo, por las circunstancias, por las caras o por no saber donde largarme a llorar.
Mi cara mantiene la misma sonrisa idiota que tengo desde que tengo uso de razón, pero en el fondo, soy un cabro chico que está solo, en un aeropuerto, cuya familia tomó un avión y lo dejó atrás. Y no puede volver a casa, porque no tiene dinero. Y no podrá ver a sus amigos más. Ni a sus juguetes, ni a su casa.
En el fondo, dentro en el alma –quizás- tengo un berrinche de soledad.
Y lata porque mi cabeza no pare de recordar.

Oh, please, say to me
You'll let me be your man
and please, say to me

You'll let me hold your hand
Now let me hold your hand
I wanna hold your hand

And when I touch you I feel happy, inside
It's such a feeling
That my love
I can't hide
I can't hide
I can't hide 
 
 

viernes, 1 de octubre de 2010

Metro: esos 20 minutos de vacío entre un lugar y otro.

Tenía varias cosas que quizás podía presentar, pero al momento de exponerme a la hoja en blanco nunca nada salía.
Pensé que iba a terminar de hablar de otra cosa, más reciente, pero no pasó. Quizás luego lo haga, necesito sacarlo de adentro. Pesa demasiado. Y es más raro de lo que alguna vez pensé.
Estoy seguro que se llamará House it's not a Home. Esa canción le queda bien. Ok, retomo:
no tenía nada que escribir y nada salía. Miento, tengo mucho que escribir y nada sale, así que me aproveché de este texto que encontré en el note, cuando me da por escribir en el metro. Está hecho en varios días y con un tema de fondo y muchos temas como acompañante.
Al final, siempre trata todo de lo mismo, así que da igual.
En fin, la entrada.


Es martes. El día antes de la tormenta. Estoy en el metro, con el note. Y este inicio, este comenzar de la entrada me hace revisar que en este mismo notebook –algo lento, sobrecargado, con faltas de un buen formateo que lo libere- hay al menos unas 3 o 4 entradas escritas en el metro. Habladas en el metro. Realmente no recuerdo cuántas de ellas habré publicado, pero me llega a llamar la atención cuanto puedo concebir en el metro. Cuantas ideas pueden llegarme en 20 minutos de viaje con solo ver las caras de los que se acomodan en los asientos de plástico-con-tela.
Creo que sus caras me dan ideas. O me hacen comenzar a pasarme películas sobre qué será de ellos. De sus vidas. De por qué sus caras son como son ahora. Siempre lo he hecho, creo. Siempre he intentado adivinar qué está detrás de cada puerta. O detrás de cada arruga, detrás de cada ojo que se cae por el sueño.
A pesar de todo, a pesar incluso de que alguna vez pude haber dicho lo contrario, creo que me gusta el metro. No completamente, ni estoy del todo seguro. Pero se me ocurre que a veces no la paso tan mal como esperaría. Ahora no es el momento idóneo para ejemplificar esta teoría, pero la idea no deja de cruzarme la cabeza. Se me hace lógico, después de todo paso ene tiempo metido en estos vagones, y no precisamente por amor, si no por necesidad. Que a veces –si no siempre- te hace dejar de lado todo lo demás. Y el resto no importa.
Una vez lo recordé en otra entrada, pero ahora comenzó a sonar la canción de nuevo y no puedo evitar recordarlo. Tren al Sur. Tiene recuerdos. Sur, sábado en la mañana, Manuel, camiones, camionetas, carretera austral. Calor. El recuerdo me abruma. Qué buenos tiempos. Fue ideal, fue –casi, casi- perfecto. 
Me encantaría repetirlo. En serio. Las condiciones ahora no son favorables para que así sea. Sería imposible. Las piezas que estuvieron en ese entonces ya no están. Se desplazaron, se corrieron. Perdieron ubicación, o peor aún, forma. Ya no calzan. Ni aunque quisiera. Perdieron pedazos, fragmentos, no se pueden recuperar. Ya no.

Todo lo que se triza alguna vez, por más que se le pegue, lo trisado queda. Las grietas son las evidencias.
 
 
Son las como 20 para las 9, por lo que dice el letrero del metro. En 6 minutos más debería pasar mi metro a casa. Estoy en viña, entregando –entregué- un trabajo. Me acabo de comer una de esas sopas instantáneas que siempre veía comiendo a los orientales. Me encantan, son tan químicamente bacanes. Entré el calor mientras, curiosamente, daban el partido de paraguay contra Japón. 0 a 0. A cero. Finalizando el segundo tiempo. Hace poco –ayer- perdió chile también. Se aprecia una leve –pero aceptada, se sabía, “por confirmar”- depresión colectiva en el ambiente. En realidad, más allá de gustarme la adrenalina que provoca ver un partido del mundial –más si tu país juega y tú juegas a tener esperanzas-, me da lo mismo. No me sumo. Era lógico, quizás.
Mi mente está en otro lado. Mi mente siempre está en otro lado. Como viviendo a paralelos. Es raro eso de sentir tu cuerpo en un lugar, mientras la proyección interna en tu cabeza está pasándote películas en 35mm de lugares que nunca has conocido. Como, no sé, las callecitas antiguas de París. La cafetería que antes solía ser la casa de Nicolás Flamel. Las amplias carreteras llenas de campos, cerca de Stalingrado. El tren subterráneo camino a Inglaterra. Supongo que toda mi vida he estado en esos lugares vagando, deambulando,  recorriéndolos, en mi mente. Una suerte de experiencia de separación de cuerpos. Extracorporal, quedaría mejor.

 
 
Eso lo escribí anoche. Anoche era un día en que no sabía nada. Hoy, sé un poco más. No lo suficiente aún. Aún queda. Aún un par de preguntas que contestar. 
Anoche iba a seguir tecleando en el viaje de regreso. Cuando llegó el carro y cerré el note en la estación, noté que todos venían como sardinas. Me sumergí en el mar de gente, haciéndome un cupo. Imposible de teclear. Me entretuve –ya que como dije, mi iPod está muerto- en la conversación de una tipa y un tipo que estaban a mi lado.
-El profe siempre me molesta. Supongo que es por mi nombre, no cacho, o por mi viejo.
-Es que igual po, cuando yo te conocí no podía creer tu nombre.
-Siempre le pregunto a mi viejo que por qué po. Pero nunca me responde bien.
-Es que igual es raro po. O sea, cuando yo te conocí dije “qué onda” porque igual yo soy fanática de los Beatles. ¿Y tení segundo nombre?
-Sí. Samuel. Lennon Samuel. No pega mucho. –ríe.
-Pa’ nah… -ríe también.

Es miércoles y estoy de nuevo en el metro. Ahora sé que mi pellejo se puede salvar. Un poco. Creo. No estoy del todo seguro ahora, sólo falta algo por confirmar. Creo que tengo fe o esperanzas o algo así. 
Hoy ha sido un día largo. Quizás, por una serie de eventos desafortunados, más pasable de lo que pensé. Un poco más desanimante de lo que quería. Un poco mejor de lo que sospeché. Llevo ahora, hoy, otras ideas en la cabeza. Y se me ocurre que nunca había tecleado por dos días contínuos un texto que no tiene mayor relevancia ni fin. Sé he tecleado más, de una, de corrido. Vomitando material de una. Esto es distinto, creo. Se siente así. Es como cuando estaba embalado escribiendo y escribiendo un cuento que resultó ser más largo de lo que sospeché. Llegó a sumar 109 páginas y aun no terminaba. En su tiempo, estaba metido con esa historia. Me gustaba cómo se iba desarrollando. Creo que si la leyera ahora, después de tanto, después de todo lo que ha pasado entremedio, junto con esta distancia del tiempo; no me parecería lo mismo. Quizás no me gustaría. No la aprobaría, me daría vergüenza por mala.
Estando en esto, creo que mi necesidad de escribir continuamente es por una mera cuestión de distensión. De liberar las cuotas de frases y escenas y personajes que me van saltando. O para tener un registro de las cosas que veo y que me llaman la atención. “Esos pequeños pedazos de nada que nadie nota, pero que a ti te gustan” como bien los tildó una amiga.
Supongo que alguna vez me gustaría escribir una novela. O publicar algo. Ver si estos pequeños pedazos de nada le llegan a alguien más. Si me sirve para ver si provoco algo, si conecto o algo así. O si alguien es capaz de conectar. Es lo mismo que con el dibujo. A alguien tiene que provocarle algo o no existe. Pero… bipolarmente, no es la necesidad de conectar con alguien lo que me hace escribir en realidad. Es, no sé, una necesidad de soltar todo lo que se acumula dentro. Lo dije arriba, sí, pero es más que eso. Es, si pongo en práctica la teoría que salía en Tinta Roja, un exceso de líquidos dentro del cuerpo. Entonces, para evitar un desborde, un descontrol, los litros se liberan de a poco por mis dedos. Empapando mi blog de puros cabos sueltos que no sé cómo es que alguien puede seguir leyendo. Bueno, sin contar al bot de google, que pasa cada tanto.

Ayer una amiga me preguntó:
-¿Y si alguien quisiera conocerte tendría que leer todo eso?

Le dije que me daba un poco de vergüenza, entonces suponía que sí. En realidad, en esa pequeña página en el enorme mundo del bit hay mucho. Demasiado de mí. Sobre todo lo más profundo, mezclado con mucho de ficción. Harto cuento, alguna que otra exageración. Lo curioso, lo que asusta, es que hay un par que son verdad pura. Sin filtro. Directa. Completamente escalofriantes de volver a leer. La pregunta es: ¿puede alguien conocerte sólo por tus letras? ¿qué tanto puede alguien aprender en un texto de otro? ¿es un manual?
Descartando las notas de facebook, los cuestionarios donde obviamente las respuestas si te hacen conocer a alguien más. ¿se puede conocer a alguien por su blog? Se me ocurre que sí. Si comparamos un blog con un diario de vida, perfectamente. Pero qué pasa cuando rayas más, cuando agregas parte de imaginación a lo tuyo. ¿Sirve? Si hablo desde lo que he visto, sí. Creo que sí. Creo que he conocido mucho a un par de personas por lo que escriben. Sobre todo cuando relatan sus miedos. Y todo esos textos, que, supongo, pensaran están por mucho escondidos, con palabras demás, embolando la perdiz, distrayendo; pero se entienden igual. Perfectamente. Todas sus trancas y miedos y secretos. Desde los buenos. Hasta los muy peores.
Sé incluso de gente que se ha enamorado de otra persona por sus textos. No es que diga que me vaya a pasar a mí, pero me han dicho que ocurre. Obviamente, alguien puede odiarte por los mismo. Por tu forma de expresarte, por tu prosa si es que la tienes, por tu voz.

 
...
Ha pasado ene agua bajo el puente y este no es el día siguiente al que estaba más arriba. No he retomado este texto desde entonces. No tenía por qué, pero es como si lo que dije en aquel entonces sigue siendo verdad. Me encantaría terminar esto y llegar a publicarlo. Pero tengo otra cuestión, otra entrada que dejar sacar. Luego de esa, quizás esta pueda salir. Si es así, un par de líneas más deberán estar. Algo así para dar testigo de que la leí. De que volví a escribir un texto que no tiene ninguna relevancia ni final.
Supongo que, de cierta manera es así: mi blog, mis textos no-cuentos, son como la novela de mi vida. No es muy interesante, no es muy profunda, pero sirve para pasar el rato. Creo.