domingo, 31 de octubre de 2010

Ebriedad: concepto erróneo.

Revisé tres veces mi pieza antes de salir. No encontré vestigios tuyos, no encontré nada que llevarme al salir más que el recuerdo. Las estrellas no parecían nada más que ideas que se suspendían sobre mi cabeza: insistentes, lánguidas, persistentes, decaídas. Pisé tu ciudad y esperé más de lo usual y no pasó nada. El estrecho entre las calles era un débil velo que resguardaba el licor. Un pretexto más, que va.
Uno y dos y tres para adentro. Cuatro, quizás. Podrían ser más. La noche es larga y da lo mismo, nadie pesca a nadie y es normal ser anormal. Miro los ojos y siento como me persiguen. Paranoias aparte. Quizás es verdad. Siento que taladran y buscar, reacios a lo cierto, enfermos, olvidados. Sus cuerpos populan las calles como zombies, esperando caer en tentación y sin librarse del mal, amén.
Sentí -creo, no lo aseguro, puede ser un espejismo- el paso del engranaje de los días sobre mi piel. El cambio incesante e inestable de los hechos y sus horas y sus sonrisas borradas, sólo almacenadas como una débil imagen fragmentada en mi mente. Si cierro los ojos, puedo verla mejor, si los abro el cine para de proyectar.
No es que no vea, no es que no sienta, no es que no crea, no es que pretenda alejar. Soy un nervioso y los sueños me provocan terror. Soy un niño en su primera fiesta, su primer día de colegio, su primer beso. Soy un primerizo en mi vida. Soy nuevo en todo lo que ya viví.
Tuve un presentimiento y lo volví comida. Lo mantuve dentro mío por si algo ocurría. Tuve en mis manos el número que quise marcar y no lo hice. El saber lo que sucede, adelantarse dos segundos a lo que va a pasar quitaba toda sorpresa. Y entonces miré al mar y un barco me lo tapó. Traté de rastrear el horizonte, pero me perdí entre los recuerdos y las luces y los deseos que le pedí a esa estrella fugaz que terminó siendo un avión con gente esperando volver.
Caminé a ojos cerrados mientras los hombros de la gente creaban moretones en los míos. No me importaba: el ritmo y el paso estaban en mi mente y se conectaba por mis huesos a mis pies. Caminar hasta que sangren las plantas de los pies no es mala opción. Quiero detenerme. Fumé un cigarro. Me detuve, al fin.
Calculé que faltan exactamente 184 piezas en mi puzzle. De las cuales sé donde están dos. Y hay una que perdí y que no quiero buscar. Oía las micros pasar furiosas, cumpliendo de malas su deber. Y sentí que mi casa estaba tan lejos y odié la ciudad y sus perros y su gente y sus edificios que al amanecer se atoraban de cuerpos mal olientes. Cuerpos ajenos y vacíos. Cuerpos esperando estallar.




Siento que mi cuerpo me deja. Mi mente baila en serotonina barata y mi sangre en alcohol de mediana calidad. Es todo una ilusión que no cesa, es un show que nunca acabará. Y pienso que las calcetas que tiré sobre la tele estaban frías y que mi pies no sangraban en lo absoluto.
Quise que estuvieras presente pero no fue así. Quise conversarme otra cerveza con mis amigos. Quise saber los secretos que ocultas bajo tu pelo. Quise conocer tu vida a ver si me inspirabas a escribir. Quise oír a ver si tenía algo que aportar. Quise vencer el nerviosismo y actuar en serio. Quise poder ser un aporte importante a tus días. Quise que todo esto fuera verdad.
Y con esos pensamientos vagabundos en mi mente es que me fui a dormir.
Para tratar de comprobar si es que durmiendo se puede descansar.

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