sábado, 31 de marzo de 2012

Parece que viste un fantasma.

Podría pecar de previsible, pero da lo mismo. Tampoco soy culpable de nada. Punto uno, no es que no quisiera escribir, no podía. Punto dos, sigue siendo extraño que a pesar de que uno crea en algo toda la vida, de repente te aburras de tener razón. ¿Cuánto me demoré? Un minuto cuando veía al suelo, más o menos. Bueno, era así la cosa, minutos más, minutos menos, toda una orquesta coordinada para que las cosas ocurran.
Debía pasar, yo cacho. ¿Para qué? Ni idea. Darme cuenta de algo, quizás.
Eso es lo curioso. Sé y no sé.
Y vi un fantasma, pero no sé si yo fui visible también. A lo mejor fui transparente, tendría sentido. Y eso que creo que ahora soy un poco más opaco que antes, y no es por el sol.
20 minutos de querer escribir como bestia, pero imposible: había cedido mi asiento.
Ver todo y ver nada.
¿Se cacha?
Hay gente que está y no está al mismo tiempo.
Yo no sé, pero lo que sí sé es que yo no era un fantasma. Yo estaba allí.
Quizás sí, estaba allí: solo, como en casi todos mis viajes en metro.
La realidad es siempre, siempre, SIEMPRE, más extraña que la ficción.
Eso está claro.

O está más o menos claro, hasta que pasa.