lunes, 18 de octubre de 2010

El insomnio es sólo una consecuencia.

La idea hoy era acostarme temprano. Pero no: acá estoy, tarde. Fumando, tomando -paradójicamente sano- un vaso de leche, tratando de sacarme los últimos pesos de encima para poder dormir. Es -o era- domingo y los sigo odiando. Su lentitud y yo estando echado. Con una canción que suena desde la tarde -desde la noche de sábado- y que se mantiene en un loop constante en winamp. En repetición. Una canción de mi pasado y que dice tantas cosas que alguna vez quise decir.
¿Cuál? Nah, nunca tan pavo. Nunca soltar todo, siempre algo de misterio. Y no, no la scrobblié en Last.


Los días han transcurrido como si nada, mientras yo estoy estirado y rasco los pelos al borde de mi ombligo. Han sido días que se han mantenido con el mismo tono: solitarios, lentos, con alguna que otra risa esporádica. Nada tan malo, nada tan bueno. Neutro, totalmente al medio. Peaks bajos, ninguno alto. El otro día salté mis ojos donde no debí y me dolió la cabeza. Me caí, estuve un rato paralizado, de piedra, en cámara lenta y en blanco y negro. Fue uno de esos momentos en que me hubiera gustado hundirme, pero no lo hice. Ya no soy lo que era. Me sentí bobo, harto. Me sentí un ajeno en mi cabeza y me reí de mi mismo por ser incapaz de completar algo. Y también recordé que eso jamás lo iba a poder completar y que sería un punto suspensivo que sería permanente. Uno -otro más- de esos recuerdos eternos y que aparecen sin que lo premedites a cada cierto tiempo, apuntando, frío, acusador.
Pasó, no lo pude evitar.


El jueves desperté y fue tarde. Me quedé en bóxers frente al ventanal del living largo rato mirando el poco sol que había. No había nadie y parecía que yo tampoco. Lo único que amortiguaba el silencio era el interminable tic-tac del reloj del living. ¿Que hacía yo parado en medio de la nada, medio desnudo y sin expresión? No me acuerdo. Pero recuerdo que no quería saber nada que ocurriera ese día. Que si la semana había sido inerte y lenta, ese día lo sería más. Más lento, más seco, más ajeno, sin nadie. Caminé y fumé, por la casa, evitando ciertas piezas. Me senté un rato en los escalones mirando al patio y me paré y fui a jugar con mi perro. 
Estuve largo rato acariciándolo, fumando, mirando. Me acaricié el labio y noté los vellos que crecían y que formaban casi un bigote que debería rasurar. Y fue ahí cuando pensé que cuando estaba más solo que un dedo, al menos, estaba con mi perrro. Y eso, no había sucedido nunca. 
Subí a la pieza, me puse algo de ropa y me tiré en la cama y ahí me quedé. Y no fui nada, sólo una mente volando en un cuarto de un metro setenta y uno, y de sesenta y tres kilos. Y repasé y cree y escuché canciones que se perdían en las ruinas de lo que fue un disco duro. Me sentí solo. Y lo estaba. Cuando llegó gente a la casa, las cosas no cambiaron.
Me paré, fui al baño y me miré al espejo. Recordé que ese espejo una vez me miró a mí y a alguien más y que me reí. La escena no era la misma y mi pelo estaba corto. Ahora es una mezcla de mechones que no saben donde caer.
Era extraño seguir recordando, como si se tratase de la última voluntad de un fantasma. Pero no era tan sólo eso, era también todo y todo lo nuevo. Era estar de nuevo en esta posición, y recordar y comparar que esto no ha pasado una sola vez. Era como ser inexperto de nuevo. Sin nada de todo lo que me adorné tiempo atrás.
Odié, mucho, las conexiones. Ese día y los que vinieron hasta hoy. Me pareció extraño como es que el destino -y la lógica, la puta lógica- seguían haciendo de las suyas. No supe cómo explicarle a nadie cuando me pareció curioso y extraño ver los hilos que unen todo. Alguien lo notó. No me dijo nada. Yo tampoco.


El sábado me vi en octubre y recién lo supe. Recién reaccioné. El tiempo ha avanzado sin que nadie le diga nada y el cúmulo de situaciones, eventos y personajes no han sido pocos. Y yo, aun tratando de aprenderme el mantra de que "la vida sigue, sea lo que sea que ocurra". Pensé en muchas fechas y en muchos días y me dieron ganas de escribir una carta. A quien sea, a cualquiera. Poder comunicar a lo lejos, destinado, por correo, todo lo que sucedía. Mi pedazo de historia en la vida, lo que uno le cuenta a los amigos más íntimos pero que cuesta tanto sacar. Estaba, de nuevo, viéndome al espejo. A ver si algo había cambiado en mi cara más que el incremento de las ojeras.
Y me quebré. No sé si porque estaba muy mal o muy bien o sólo porque necesitaba sacar algo. La cuestión es que vi imágenes y sonidos y todos pasaban rápido, como cuando vuelves de un desmayo. Y supe que la soledad y el miedo permanente a no terminar nunca nada siempre estarían en mí. Y que serían mis fantasmas y que estaría toda mi vida tratando de exorcizarlos.
El único sonido ajeno que rompió todo ese caos fue mi celular. Un mensaje había llegado. Lo vi y cerré los ojos.
No estaba tan solo como creía.










No tengo idea de si lo que quería que saliera de mí salió. No me queda claro, pero al menos siento algo más vacío. Al menos, sé, que hoy no reventaré. Y que mañana, debo mirarme al espejo, a los ojos, sin miedo y enfrentarme y aprender a cumplirme a mí mismo.
Aprender, de una vez por todas, a hacerme caso cuando me digo lo que debo hacer.
Y ahora, Felipe, lo que debes hacer, es dormir.
Supongo que sí.

No hay comentarios: