martes, 21 de septiembre de 2010

Un 7 y un 2.



Estoy al fin de la pérdida, si se le puede decir. O sea, al final de un lapso en que no sentí ni fui nada.
Digamos que lo que sucede es que fue como si todo hubiera sido una gran entre-línea. Algo fuera de norma. Así se sintió. 
Pasaron cuatro días en los que sentí mi casa un hotel. Un motel, más bien: mucho más rápido, mucho más ajeno y radical. Nada de lo que usualmente estaba en determinado sitio se quedó ahí. Vi, entre otras cosas, como las mismas personas que me orbitaban se habían alejado. Algo así como una explosión de supernova, o algo más grande, que terminó de dejar todo fuera de conexión. Lo noté, recuerdo, en la precisa mitad de esos días, pero pensé que era algo transitorio. Algo común de la fecha o algo así -el famoso 18 que nunca he celebrado, que casi me da completamente lo mismo, que me es irrelevante; pero que trastorna el aire-.
Creo que fue un día después, casi 25 horas desde ese primer pensamiento, en que me di cuenta que esto podía ser algo mayor y me puse extraño. 
Fingí.
Usé caras de póker -tan mío, últimamente-.
En el fondo, todo lo que pasaba era lo mismo de siempre. Mi cara siempre fue la misma. Nadie dijo ni notó nada y eso, al menos, era un poco reconfortante. Algo que contrapesara esa incomodidad, esa preocupación, ese sentimiento extraño dentro. Una lejanía, quizás. Como dar lo mismo.
Son las apuestas ciegas. Esas que pasaron hace rato y que yo aposté -casi- all in. Ni siquiera están todas las cartas en la mesa y ya creo perder y aun así sigo apostando. Pero no pasa. Nada, en lo absoluto.




Ayer era un día antes de la primavera. La primavera me da lo mismo. Lo importante es que ayer fue seco, vacío, después de un sueño que prolongó horas y horas sin control ni medida. Cuando desperté, ni siquiera había una pose de ignorar. Ni siquiera eso. No había nada. Nadie. Silencio completo y absoluto. Hubiera preferido ser ignorado. Al menos, así, sabría que había alguien más allá de la ventana. Una mínima segurar, pero ahora no tenía nada. 
Lo sé, no me paso rollos -más que este-: estoy solo y lo sé. No he pensado lo contrario, pero, al menos, pensé que estaba volviendo a entrar en el juego: esa leve y creciente adrenalina de la apuesta a ojos cerrados. Parece que no.
Te juro que no sé qué es lo que pasó. Yo, por mí, ojalá dejara de pensar tanto fuera de mi cabeza, de pasarme estas películas añejas una y otra vez. Pero lo hago y me hicieron así. Me fijo y noto todo y me carga. Me carga darme cuenta de las cosas. Sobretodo de las idas.
Yo sólo pido dos cosas: o señales de vida o al menos un adiós.
Después de todo y aunque duela y uno esté vacío: si uno pierde una apuesta, debe retirarse lo más tranquilo y digno posible.
Aun, cuando sea desnudo y directo al abismo.




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*la entrada se llamar "Un 7 y un 2" pues es la pero mano que existe en el Póker.
*all in significa apostar todo en la mesa.

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