martes, 9 de febrero de 2010

952.

Día 1:
Para Francisco, estar en su ciudad homónima no era tan glorioso como lo hubiera pensado. El silencio circundaba en sus oídos, taponados con los audífonos baratos que encontró antes de salir. Las vigas del tren no se oían en lo absoluto, la música que debería estar reemplazándola estaba muerta. El paisaje no cambiaba en lo absoluto: la enormidad de la ciudad le aterraba un resto. "Viña es un suburbio" pensó al ver la extensión de los edificios que se perdían detrás de otros.
Esto no era casa. Este era el mundo nuevo que le habían prometido.
Nadie le había advertido que iba a ser lo más difícil que pasaría jamás.



Día 104:
Los meses habían pasado rápido. A pesar de todo, del bachiller, del trabajo de medio tiempo en Carol's, del idioma ajeno que no podía colarse en su mente; Francisco esbozaba una sonrisa. El departamento cerca de la facultad -algo viejo, como de los 40, con astillas en algunas maderas y con techos como los de Valparaíso- era cómodo, con un aire a conocido. Un refugio donde su pieza, en el segundo piso, repleta de libros en español y uno que otro en inglés, lo mantenían distraído. Ocupado. Todo parecía ir bien. Todo parecía estar tapando el vergonzoso pasado.



Día 217:
El cielo está gris. La calle húmeda. Francisco se balancea en la silla pensando en cómo escaparse de las ideas que tiene en su cabeza. Después de haber escapado con su madre de Chillán, estudiar Psicología en la Católica de Santiago y haber aceptado la beca en la USF, las cosas parecían haber remontando. Haberse ido de menos a más. De la nada a todo. Pero, al parecer, el fracaso es genético, la locura, la tendencia al vaso vacío estaban tan arraigado a su sistema, a su vida, a todos los aspectos de sí mismo que este asunto -esa cabeza llena de miedos y esos ojos distorsionando la realidad- no podría ser cambiado.



Día 410:
-¿Cómo un loquero puede enloquecer?



Día 608:
-El día ya no es lo que solía hacer cuando había luz.



Días 704 al 828:
Francisco da vueltas. Cada cierto tiempo viene mucha gente y lo visita. Sus ropas son distintas a las de él. Ellos lo miran y anotan. A veces, vienen chicos como de su edad. Ellos lo miran asombrados. Las chicas no le hacen caso. Él quisiera invitar a una a salir. Hacerse amigo de uno de esos chicos e invitarlos un trago.
Nada pasa.


Día 952:
Hoy era el día 952. Hoy, hace 952 días atrás, Francisco tenía la esperanza de haber escapado de todo asunto, todo daño colateral, directo e indirecto. Las marcas del cuchillo cazador hechos por su padre era lo único que quedaba de Chile en él. Ya no hablaba español. Ni inglés. Balbuceaba. Tenía un anillo, regalo de su madre. Se lo habían quitado cuando lo internaron. Nunca más lo vio. Ya había pasado demasiado tiempo dentro, pero para Francisco ya no importaba. Ahora se sentía seguro. Seguro, pero con un miedo eterno.
Nadie lo venía a ver, su madre había muerto hace dos años. Dicen que fue cuando se enteró que a Francisco lo habían internado en una institución mental por orden del decano de Psicología de la USF. No lo soportó y se murió de la impresión.
Lo curioso de todo esto, era que su carrera, su vida, se basaba en explicar cómo su padre había decidido a acuchillarlos a ambos. Y al verse fracasado de haberlos matado, haberse rajado el estómago botando sus intestinos mientras ambos estaban amarrados observando la escena atónitos. Su vida se había basado en ingresar a la mente de su padre. A explicar cómo alguien comienza a pudrirse por dentro hasta explotar. Después de tanto tiempo fue capaz de comprender que no había sido su padre quien se había podrido. Él había descubierto que todo lo que lo rodeaba era lo que se había podrido. Su esposa, sus amigos, su vida entera estaba recubierta por un hedor que no era posible tapar.
Francisco se dio cuenta de lo mismo. Su carrera, su viaje, la gente que conoció. Pero por sobretodo, las relaciones humanas. La gente. La no entrega, las mentiras, las excusas que encubrían error tras error. Los besos de las mujeres que sólo querían sentirse acompañadas. Los amigos de palabra, entregados al egoísmo más puro. Los errores, las personas que se repetían en un mismo ciclo enfermizo, un círculo que se cerraba y cuando estaba frente a ti podías dilucidar cada mentira, cada vicio, cada engaño ocultado en palabras tiernas. Cada arranque de rabia hiriente, cada truco sucio bajo los pies. El no entender, el no sentirse completo dentro del mundo, el odiar cada tufo, cada mínimo olor escondido tras un desodorante de cada persona en San Francisco le hacía pensar que el mundo se pudría frente a sus ojos, como bailando decadentes sabiendo que van a morir.
¿Era la locura o la comprensión total?
¿Era la locura o haber observado a la humanidad completamente desnuda?

Tras los barrotes, tras la habitación blanca -impecable, sin olores que detestar más que el suyo propio- a Francisco le gustaba mirar el poner del sol. Y pensar que este era un sueño. O un problema muy difícil de resolver. Como un problema de un matemático, esperando ser resuelto, esperando ser entendido completamente desde todos los puntos de vista posibles. Y cuando lo hiciera, podría salir y hacerles entender a todos su descubrimiento.
Y salvarlos a todos.


O matarlos a todos.

No hay comentarios: