Leonardo siempre fue un tipo desordenado. Sus recuerdos, memorias y experiencias eran sólo apuntes escritos con letra rápida pegados con scotsh dentro de un cuaderno de finanzas. A veces te lo podías encontrar en los pasillos viendo por largas horas fotos, quizás recordando cuando fueron tomadas. Su cara siempre había mantenido el tono de cuando éramos chicos, cuando estábamos en el colegio, ¿te acuerdas? Yo iba tres cursos más arriba que tú. Lo único que había cambiado de él eran sus ojos, que se habían vuelto más blancos y profundos con el tiempo. Me acuerdo que una vez, como broma, para su cumpleaños le regalamos una crema para las ojeras. Crema que terminé usando yo, por culpa tuya y del Leo que no quiso que lo hueviaramos más.
A pesar de todo, el Leo parecía tener una vida tranquila: ganaba bien, lo suficiente, vivía solo en un feroz departamento en Providencia, viaja cada tanto, sus fotos causaban furor en europa, aunque nunca la pisó; sus viejos lo querían y no tenía muchos amigos, aunque los que tenía éramos de los buenos.
El único punto débil del Leo era Pamela. Lo fue al principio y lo siguió siendo hasta... bueno, hasta ya sabes.
Me acuerdo que conocimos a la Pamela una vez que ayudamos a un curso de mi hermana a hacer un trabajo donde teníamos que vender unas macetas con plantas de papel crepé. Con el Leo saludamos a todos y cuando saludó a la Pamela y luego seguimos caminando, sus ojos no se despegaban del pelo largo y castaño de la Pame. Tuve que zamarrearlo un poco para que me pescara cuando fuimos a buscar las canastas. Una semana después, nos tuvimos que juntar con ellas de nuevo para pasarles la plata. La Tamara, compañera de mi hermana, nos pasó una luca a cada uno. Hablamos un poco y luego nos fuimos. Cuando íbamos caminando a esa completería que hay cerca de la estación del metro Viña del Mar a comer algo, el Leo me dijo: "hueón, te juro, me voy a casar con esa mina". Yo me cagué de risa, estábamos en tercero medio no más. Le dije coloriento.
Sea como sea, el tiempo pasó. De un momento a otro, el Leo, mi hermana, sus compañeras -obviamente la Pamela- y yo hicimos grupo. Nos juntábamos cada tanto y tomábamos vino con frutas y pisco. A veces carreteábamos el fin de semana entero. Me acuerdo que la Pame andaba con un tipo que a nadie le caía bien, y que el Leo lo odiaba por estar con ella. Sentía que se la habían quitado sin siquiera haber tenido algo. Por ahí por el 2006 la Pame había pateado a este loco. Joaquín, creo que se llamaba. La Pame no estaba un pelo de triste, pero el Leo estaba lo más feliz de la vida. Carreteamos un fin de semana, por Abril y terminamos demasiado curados. Cuando me desperté, con feroz caña, vi algo que me sorprendió: en un sillón, estaba la Pamela durmiendo semi abrazada del Leo, tomados de la mano. Me sonreí y no molesté a nadie y me hice el hueón. Una semana después, al Leo no se le podía quitar la risa de la cara. Y me contó: no se comieron ni nada, sólo se quedaron hablando hasta tarde cuando la Pame le tomó la mano y se acurrucó a su lado y siguieron conversando. Comenzaron a salir y a verse a cada rato. Un mes después ya todos sabíamos que andaban juntos. A los 4 meses estaban pololeando "oficialmente".
Duraron como dos años juntos, esa vez.
Pero el hombre propone y dios dispone: terminaron cerca de enero y la Pamela mandó a volar al Leo que intentó todo lo posible. El tipo se rompió, te juro. Los primeros meses fueron horribles. Una vez estábamos carreteando para apalear la pena y después de unos cuantos copetes terminó llorando conmigo en unos escaños con una botella de vodka con jugo de limón. El Leo se había deshecho de todas las fotos -me dijo que las había quemado, pero las había guardado en la cómoda que tenía en su pieza- y cosas que tuvieran que ver con la Pamela, pero en su cabeza los recuerdo estaban aun más vivos que antes: a todo color, fuertes, vibrantes, como burlas que lo insultaban diciéndole que en su mente estaba con ella, mientras en la realidad estaba más solo que un dedo.
Por ahí por junio, el Leo parecía recuperado. Se reía de nuevo y hueviaba con nosotros. El grupo se había desintegrado, pero quedaban un par de fieles que seguíamos saliendo cada tanto. Él decía que estaba bien, pero desde aquel entonces sus ojos comenzaron a ensombrecerse y a adquirir el color que tenía la última vez que lo vimos, ¿te acuerdas? sus ojeras eran casi tan negras como las chaquetas de cuero que usaba.
El Leo conoció varias minas cuando estábamos en la U. Salió con varias, pero nunca duró mucho. Una vez, curados, me dijo que había visto a la Pamela en el metro una vez con un tipo. Ella lo vio nerviosa y se rió escondiendo la cara. El Leo se dio media vuelta y se cambió de vagón. Me dijo que él sabía, que en el fondo de lo que sea que tuviera dentro de los huesos, nunca iba a poder olvidar a esa mina. Curao, le dije que demás, que era heavy, pero en el fondo pensaba que no era más que otra etapa de negación no más. Hasta que pasó el asunto del 2016: el Leo estaba trabajando, sacando fotos. Como andaba con poca plata por aquel entonces, aceptó la pega de una oficina de hacer un perfil de sus trabajadores. Lo que no sabía era que la Pamela trabajaba ahí. Cuando entró ella a hacerse la foto, el Leo se quedó congelado sosteniendo la batería de recambio de la cámara. La Pamela lo saludó como lo más natural del mundo, diciéndole "tanto tiempo". El Leo le sacó la foto y hablaron un par de palabras, en una conversación vacía que terminó en un "ojalá nos veamos de nuevo y no te pierdas" de parte de la Pamela. Él me dijo que cuando ella cerró la puerta, él quedó atónito sosteniendo la cámara, viendo a la tipa esa en la pantalla de LCD: estática, perfecta como antes, añejada ligeramente con el tiempo. Cuando terminó las fotos, se quedó con una copia.
Una semana después, cuando el libro estaba listo, la empresa hizo una feroz fiesta en un hotel que queda por Av. Álvarez, en Viña. A él lo invitaron por ser el fotógrafo no más. Me decía que se quedó en la barra, sentado, dibujando en las servilletas puras hueás. Sabía que quizás la Pamela estaba ahí, pero le daba miedo buscarla. Hasta que ella se sentó a su lado y lo saludó y pidió un gin con gin. Ella le metió conversa. El Leo me dijo que parecía estar pasada de copas. Estuvieron hablando -y tomando- toda la noche. Ambos estaban demasiado curados y terminaron yéndose de la fiesta a la casa de la Pamela por la subida a Agua Santa. Tiraron, sí.
Cuando el Leo despertó en la mañana se vio acostado en esa pieza junto con la Pamela a su lado, como antes. Sonó el teléfono y la Pamela ni se inmutó, así que para no despertarla, el Leo descolgó el teléfono y lo puso en su oreja. "¿Amor? ¿Amor, estás despierta? ¿Vas a venir al aeropuerto, acuérdate que llego en la tarde a Santiago". Me acuerdo que cuando me dijo esta parte, sus dientes rechinaron. Y no es para menos: cuando colgó, impactado, levantó las sábanas y más adelante del cuerpo desnudo de la Pamela, estaba su mano con un anillo en el dedo. Cruel po.
El Leo se vistió y salió de esa casa, cuidando de no hacer ruído, ahogando el portazo que quería darle a la puerta. Cuando hablaba del camino a la casa, olvidaba detalles a propósito, haciéndose el hueón, como si no recordara como llegar. Pero, obviamente, lo sabía. Fue como en junio cuando llegó a esa casa donde vivimos en Viña antes de mudarnos acá. Estaba muy borracho, pero lúcido. Me dijo que había pasado sentado bajo un árbol en la acera del frente hasta que la luz en la casa de apagó. Su única compañía era una petaca de Mistral y un pito que le regalaron.
Pamela le mandó un mail. No se atrevió a decirle las cosas a la cara. Decía algo como que lo sentía, que nada estaba dentro de los planes. Que estaba casada hace un año y que en realidad nunca se le había pasado por la mente volver a meterse con él entre las sábanas, porque para ella era pasado-pisado.
Y sí que lo pisó.
No volvieron a hablar en bastante tiempo. Unos años, creo. Tres, quizás. Leonardo ya estaba viviendo acá en Santiago, y nosotros a un mes de casarnos. Fue le padrino.
No sé cómo, la Pamela se enteró de que nos casábamos y envió esa postal felicitándonos. Pero eso no era todo, de alguna manera también se enteró de donde vivía el Leo. Y ese fue el detonante.
Fue el 3 de marzo. Me acuerdo bien, porque me llamó en la noche, al celular, justo cuando cumplía años mi mamá y yo estaba con ella. Estaba seriamente alterado y decía que no sabía que hacer. Me dijo que la Pamela se había aparecido en su casa, en su propia puerta. Me dijo que se veía serena, pero ocultando algo. La Pamela se quedó en la puerta, diciéndole que había pasado mucho tiempo, que había estando pensándolo desde hace unos años atrás y que al fin se había dado el coraje de... El Leo la paró. Le dijo que cómo se atrevía a aparecer en su casa, que de donde había sacado que él vivía ahí, que cómo era tan maraca como para después de tanto tiempo volver a abrir la herida. Ella le dijo que fue la propia Tamara -¿recuerdas que la invitamos al matrimonio y que no pudo venir porque estaba enferma?- la que le dijo sobre su paradero. Ella aún conversaba con Leo. La cosa es que la Pamela le decía que necesitaba verlo. Necesitaba conversar. El Leo se enfureció, porque a pesar de que muy probablemente aun sentía cosas por ella, sentía que era una persona completamente distinta, una copia, una emulación de lo que fue la Pamela. Tomó un vaso y lo tiró al suelo gritando que se fuera lo más lejos posible y que no se atreviera a buscarlo de nuevo. Yo cacho que más que nada por respeto a él mismo de sentirse tan dolido. La Pamela subió el tono, argumentando que tenían que hablar, pero el Leo no cedió. La Pamela se puso a llorar y le dijo que se había esperado un recibimiento malo, pero nunca así. Le dijo que en el fondo, estaba confundida. Y más por lo que había venido a hacer a Santiago. El Leo le gritó por última vez y le dijo que se fuera. La Pamela, llorando, le dijo que debía pasar, que debía enterarse y le tiró un sobre marrón a los pies mientras daba pasos asustadizos hacia atrás. Cuando el Leo le gritó, salió corriendo y él cerró la puerta lo más fuerte que pudo. Se quedó mirando el sobre un rato, hasta que decidió tomarlo. Lo cogió por los bordes con intención de romperlo, hasta que antes de terminar el trabajo, vio una foto saliendo de adentro. Y se sentó. Y leyó. Y lloró.
Puta, es la hueá más penca que le pudo haber pasado. La Pamela ahora tenía un hijo, de dos años y medio. La mina le contaba en una carta hecha en hojas de cuaderno como esos de caligrafía, que el hijo era de él. Que ella lo sabía, porque a pesar de que se acostó con su marido ese mismo día y eso en un principio la calmó pensando que era de él, la guagua tenía sus mismos ojos. Y no me refiero a color: la guagua en la foto tenía los mismos ojos semi caídos del Leo, el mismo semblante, la misma sombra. Cuando el Leo vio la foto, se vio reflejado en la cara de un niño. Lo supo. Le quedó claro. El tipo estaba devastado en lo más profundo de las vértebras.
Después de varias horas de hacer nada en el departamento, hasta que las luces se licuaban en el horizonte y la ciudad empezaba a brillar, el Leo decidió llamarme. Y fue esa llamada de la que te hablo. Yo me quedé mudo: no podía entender cómo es que la vida daba tantas vueltas y cómo, precisamente, en la vuelta más retorcida que podía tocar. Le dije que se calmara y que más rato me pasaba a su casa, pero me dijo que no. Dijo que necesitaba estar solo. Y no le creí.
Una hora después llegué a la puerta de su departamento con una botella de ron. Golpeé, pero nadie nunca abrió. Fue a la bajada que el nochero me dijo había salido hace un rato. Y lo esperé. A eso de las 3am no aguanté más y me vine al departamento.
El resto es historia: el 4 de marzo hubo un accidente en la madrugada, en plena Alameda, que salía en las noticias de la mañana. La única víctima era Leonardo Rodríguez Pereda. Me rompí.
Según los informes de la policía y los testigos, el tipo iba corriendo por la Alameda, hasta que cruzó una calle, sin mirar hacia el lado en que una micro del Transantiago le pasó por encima y lo mandó a volar 20 metros más allá, cayendo en seco dejando una estela de sangre. Aparecimos varios del grupo ese día en el hospital. Pero no la Pamela. Entre sus pertenencias, estaba la dichosa carta y la foto. Y ahí fue cuando las investigaciones de policía y el resto, dieron con la Pamela. El esposo se enteró y mandó a hacer exámenes de ADN, comprobando que lo que decía la Pamela, era verdad: el hijo era del Leonardo. Y su nombre era, curioso, Joaquín.
El tipo, furioso, dejó a la Pamela y pidió el divorcio. La Pamela terminó sola con el niño en la casa de sus padres. Hasta hoy dicen que son los papás los que crían al cabro chico y que la Pamela está un poco fallada. No tuvo cargos, fue un accidente.
La mamá del Leonardo cada tanto va a ver al niño y según me contaron, siempre termina llorando cada vez que va.
Te cuento esto -a pesar de que no es la primera vez que te cuento la historia-, porque la vida es cuática. Porque hoy es 4 de marzo y porque hace 2 años que el Leonardo no está. Porque es extraño como un amor puede matarte o puede salvarte. Porque, por ejemplo, tú me aceptaste y has estado conmigo siempre y desde que pasó esto, creo que soy capaz de sentirme afortunado de que tú me hayas tocado y no una mina como la Pamela. Como que me hizo crecer un poco, sentirme mejor, aferrarme a tierra. Y también porque se lo debo a un gran amigo, que murió con el corazón roto. Con los hueso quebrados y los sesos sobre el pavimento frío en una ciudad fría. Porque creo que es una lección y que nadie la debería de pasar por alto.
La vida y el amor no son juegos. Y la Pamela nunca lo entendió. Y por jugar y jugar, no se quemó ella tanto, si no que incineró la vida de la persona que quizás más la quiso en toda su vida.
La vida mata, sí, pero a veces puede matar de la peor forma posible.
Es por eso mientras esté a tu lado siento que me mata, pero lento y no duele para nada.
Porque a diferencia de este caso, tú me salvaste.
Tú no jugaste conmigo.
Ya, lo siento: dame un beso. Te prometo que no volveré a tocar el tema.
No quizás, hasta el próximo 4 de marzo.
Vamos a comer algo.
miércoles, 27 de abril de 2011
Cuatro de Marzo.
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jueves, 7 de abril de 2011
The right place at the right time.
Dicen -y vi en una serie hace un rato- que todo lo que te sucede es porque el universo se pega giros bruscos para que estés donde tengas que estás en el momento adecuado.
Si fuera así, significa que los 195 minutos en los que debí estar en clases se alargaron en 210 porque yo debía evitar que pasar ese camión enorme que cortó el transito 15 minutos antes, para así poder llegar y tomarme esa cerveza y luego juntarme con alguien y después ir al metro y perder el número porque debíamos hacer más tiempo para cuando al salir de la otra estación nos encontráramos con alguien más y luego salir de su casa y comernos esa hamburguesa que tenía demasiadas ganas de comer ese día y con grata compañía; por ejemplo.
Puede ser. La cosa es que si es así, los movimientos mega-macro-cósmicos son realmente extraños, por decir menos. Eventos que no me calzan del todo bien, como si fueran poco lógicos o algo así. No, nada malo sobre ello. De hecho, una parte de ello ha sido bastante grata. Es esta otra parte, la algo más tediosa y que viene desde hace harto más la que aun no entiendo qué papel juega en todo esto de el-lugar-perfecto-a-la-hora-indicada. Shit happens, pero fuera de eso: aun no entiendo donde va todo. Donde quedará el punto final de donde debí estar y a la hora que debí estar. ¿Y si ya pasó? No sé, para qué ser tan pesimista.
Divago, retomo: la cosa es que quizás me emociona un poco saber que si toda esta teoría es correcta, pensar donde estaré. Y qué hora será. Si es que sucede, debo agregar un memo mental:
Pasó, ve la hora.
Listo.
Quién sabe qué cresta tendré que hacer o qué más pasará para que eso suceda. Supongo, y me imagino, que debe ser algo bueno para que tanta agua haya pasado bajo el mismo puente reconstruído tantas veces.
Y aunque me emocione pensar que calza con mi forma de ver la vida, supongo que también debo tomar lo otro que se dice: "Disfruta el viaje". Y aunque el viaje a veces se vea demasiado opaco, y que este blog se llene de tantas entradas negras en el futuro, debo admitir que a veces el viaje trae sorpresas. Buenas, malas, irónicas, bobas, brutales. Tampoco ha sido un viaje tan malo. Además, cuando llegue al final de la historia podré contarla de nuevo, pero esta vez, sabiendo todos los extraños detalles que provocaron EL final.
Por ahora, y supongo que como recordatorio propio también: siempre se puede mejorar. Nunca es tan tarde, y si te esmeras mucho, puedes obtener otra oportunidad más. La cosa es quererlo, creo.
Mejor dormir y dejar que este pensamiento random se vaya conmigo a la cama.
Quién sabe, quizás cuando despierte mañana muerto de sueño y con ojeras y lagañas en mis ojos, aun me la crea.
Ojalá que sí.
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Me suena como a Never Forget, Random, Realidad, Recuento
lunes, 4 de abril de 2011
>implicando que tenga ideas.
Iba a escribir algo, pero nunca supe bien qué quería que saliera.
Quizás mañana.
Lo que sí tengo claro es recordar esta frase que dije hoy:
"Siempre pienso en los diálogos primero".
No tiene importancia, ni significado, para nadie más que para mí.
Y es cierto, totalmente verdad.
No sé qué quería escribir ahora, pero sé que algún día lo haré.
También sé que dije algo alguna vez que haría si alguna vez escribía algo grande.
Y aunque no tenga significado ahora, o en aquel entonces -que muchos años más pueden pasar- lo haré.
Promises are promises.
Porque si yo no las recordase o yo no las fuera a cumplir, quizás se perderían para siempre.
Mal que mal, he contado millones de veces por qué comencé a escribir.
Lo que no todo el mundo sabe es qué me alentó a seguir haciéndolo.
Y eso, queda para mí.
Uno de los tesoros secretos que se quedan dentro de la boca, de la tinta y del alma.
Anyway.
Mañana algo saldrá.
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miércoles, 30 de marzo de 2011
No button to stop.
Es este estado, este sentido inconexo y poco apegado a la realidad; estos sueños que poco tienen de onírico, incrustados como cataratas en mis ojos, nublando la realidad. Es esta incandescencia que siento en el alma, este tirar en los brazos y la grava en los pies lo que me hace caer. Sentarme, acostarme, taparme.
Música, fuerte. Coldplay, Radiohead, Entwine, Incubus, Foo Fighters. Joy Division, Placebo, The Beatles, Oasis.
No se apaga, no tiene switch. Cada vez que sucede, la angustia invade lo más dentro de mis entrañas. Es cargante no poder controlarlo o enfocar todo este asunto en juegos, trabajos, música o alcohol.
Una vez que me atrapa, no sale hasta que se calmó. Es así desde que años tengo.
Soy un tipo que no sabe lidiar con saber y hacerse el hueón.
Soy un tipo que no sabe lidiar con querer y no tener puta idea.
Soy algo entre el equilibrio y el sacarse la chucha.
La noche gira y gira, apilando canciones como donde pasó un tornado. El corazón no calla, la mente tampoco.
Los datos parecen triviales, siento como si los recuerdos me estuvieran siendo arrebatados.
Y no me gusta, no me agrada, no es la sintonía. No es no. Y el silencio es peor.
¿Cuántas veces deberé estar en la misma situación, en la misma habitación, con las mismas palabras trabadas en la boca, esperando que alguien se de vuelta a siquiera mirar?
El mundo no para de cambiar.
Y yo me sigo quedando atrás.
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domingo, 20 de marzo de 2011
Quickly.
-What was the very reason that Dana Gray couldn't die?
-Why?
-Because she needed to be here to save those people's lives.
-You think it was her destiny.
-Well, destiny, fate. Jung called it synchronicity, the interconnectedness of apparently unrelated events.
Si me perdiste, no fue tanto por el destino: fue porque prometiste estar aquí y te has ido.
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domingo, 13 de marzo de 2011
Jaque.
La brisa no me calma. Roza mi piel mientras el auto avanza sin que nada lo detenga.
El sol está fuerte y siento como taladra mis ojos a través del parabrisas y de los lentes del sol.
El campo es el campo. Nada de analogías ni metáforas. Por ahora, por hoy, no siento que me relajo ni nada. Ni los árboles meciéndose ni las praderas, ni los pájaros volando. Por alguna razón lo que sería sinónimo de anti-stress me parece nada. Un campo abierto y vacío, intocable e intachable que no parece perfecto. Y tampoco lo es.
La rutina volvió, dicen. Y me siento como tal. Rutinario y persona-de-sistema. Un número reemplazable dentro de la sociedad. "Bonito", sure.
Al frente de mí, un tipo arrea unas vacas. Un hombre y su hija están sentados en una especie de paradero de madera. El tipo no parece tener más de 38 años y la niña -no mayor de 7- le dice al papá colores, diciéndole que le adivine "quién es". El tipo no la pesca mucho: mira para los lados, no la infla; busca los potos de las minas que pasan. En el fondo, se nota que el tipo no quería ser papá. Menos que esta era la vida que quería. Seguramente a sus 38 hipotéticos años, está pensando en donde debería estar. O qué es lo que debería haber alcanzado para ese momento. Quizás lamentándose por no tener plata y estar carreteando como rockstar y tonteras así. Lata que la vida no es nunca la que quieres. Y ahí hay un asunto.
Un serio asunto.
Uno quiere y no quiere cosas en su mundo. Uno espera tener lo mejor para este mínimo -a veces largo, latero, extenso, retardado, en slow motion, pero siempre igual corto- tiempo de vida: la mina perfecta, la plata, la casa, el auto, los "amigos" -comillas-, las experiencias, los conocimientos y tantas otras estupideces que puedes sacar de cualquier encuesta. ¿Pero qué pasa si ni siquiera sabes donde va tu micro? ¿Si no sabes qué es lo quieres, lo que te mueve, lo que te llena? ¿Qué pasa si quedas varado en el campo más aburrido de tu existencia?
Hay gente que dice que lo peor que te puede pasar en la vida es no saber lo que quieres. No tener ni motivación ni pista siquiera de donde vas a terminar mañana.
Nada que ver.
Lo peor que te puede pasar en la vida es saber exactamente qué es lo que quieres. Ese es el peor caso, la peor situación posible. Porque en ese caso, si fallas -si te mandas un condoro y te cagas tu futuro o whatever; si nada pasó como debía pasar o todo estaba pasando y de un momento a otro acabó-, si no lo consigues: cagaste. Fuiste, finito, capút. Nada más que hacer, compadre. Hasta aquí llegamos.
En cambio, si no sabes donde vas, lo que quieres en tu vida, te mantienes vivo, sobrevives. No sabes que lo que buscas, así que lo que llega lo tomas o lo descartas. Mutas, cambias, te adaptas a lo que pase y te sostienes del momento y de lo pasajero.
Pero me carga esa gente, ese tipo de gente. Al final, sobrevives, pero todo termina siendo insignificante y desechable: la gente, las casas, los lugares, las vacaciones, tu familia, tu propio cuerpo, tu dignidad, tu felicidad -la palabra fe ni cabe-. El problema es ese: no sé bien lo que quiero, pero sé que no quiero ser como ellos. Es una paradoja, quizás, y también un problema sin solución aparente. Un Jaque, pero no Mate. Es un problema que me había planteado, pero nunca con tanta frecuencia, ni con tanta potencia.
Es esto: este vaivén, este sentirte a la deriva y sin nada de donde agarrarse lo que provoca cuestionarme si voy donde debería ir. Siento que estoy en el medio del mar y no sé si tratar de nadar a tierra y rendirme de una y dejar de flotar. Esa era la palabra: flotar. Ahí está: no tengo los mismos cables a tierra que tuve alguna vez.
Extraño tanto y la vez tan poco. Estoy confundido de no poder expresar mis propias confusiones y estoy expectante al tratar de dilucidar si lo que sucede es o no verídico. Si es que algo es real. Porque siempre que tengo algo que parece seguro, al final pasa que no y son los propios hechos los que hablan. Ni siquiera son las dudas: son los cambios, los status, las sorpresas que te encuentras después de despertar las que te susurran en la oreja que te aferres con cadenas o te llevará la corriente.
Antes pensaba que "que colgara una nube sobre mí" era lo peor.
Ahora pienso que ni siquiera yo esté colgando de algo es lo peor.
No cuelgo: estoy a la deriva.
Not a good day for an epiphany.
It barks at no one else but me
Like it's seen a ghost
I guess it seen the sparks a-flowing
No one else would know
Hey man slow down, slow down
Idiot, slow down, slow down
Sometimes I get overcharged
That's when you see sparks
You ask me where the hell I'm going
At a thousand feet per second
Hey man slow down, slow down
Idiot slow down, slow down
Hey man slow down, slow down
Idiot slow down, slow down
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jueves, 3 de marzo de 2011
Ago.
Y el tiempo pasa y pasa y yo aun no lo entiendo. Llámame lento, pero la cosa es así.
Esto de no poder borrar nada mata, lentamente. Si retrocedo y me doy el lujo de revisar los detalles veo como todo se transforma al paso de los años y yo sigo inerte en el tiempo.
Cambios, cambios, cambios, cambios, más cambios. Nada se detiene, siento el mundo girar y sus voces en susurros y hasta los grillos esperando algo más.
Nada salió como lo esperé. Para bien o para mal, los asunto de la vida nunca se pusieron de acuerdo conmigo.
Las pruebas están en todos lados. Incluso este mismo blog es una huella de tiempo comprimido en letras y pegadas en la internet. Un crudo y muy fiel reflejo de lo que fui y soy y todo lo que perdí.
Estoy cansado, no quiero más.
Ojalá pudiera ordenar mi vida.
Curioso que cuando algo cambia ya no vuelve a ser lo mismo.
Y ahora mismo ya todo cambió.
Estoy cansado, demasiado. Mareado a mil, alterado. Pausas, intermedios, arranques de ira por un poco de sanidad mental.
¡Cresta! Debería estar rompiendo mi cabeza en el pavimento en este momento.
Quebrando todo fragmento de memoria, de alma, de recuerdo, de vivido, de juego.
Such a life.
Estoy mareado, quizás voy a vomitar.
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8:51
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Me suena como a Recuento