domingo, 14 de febrero de 2010

Back to home.

Cuando regresé, la noche había caído. El peso acumulado en mis zapatillas tenía un motivo y el barro donde caminaba se hacía espeso. Las calles pasaron de estar llenas a vacías y en cada esquina sentía que se escondía alguien. Pensaba que la noche me estaba provocando una paranoia enorme. O quizás la incertidumbre de tener ventajas, que de ventajas no tenían nada.

El escuchar, oler, sentir el aroma cargado me hacía sentir ajeno. Lejos, pensando si alguna vez si terminaría aislado en algún sector cercano a los Alpes. O por ahí, por Filipinas o algo así. Una parte lejana y dejada del mundo. Alaska sería muy de película.
Sentía como mi organismo de daba indicios de lo que mi cabeza pensaba no tenía idea, mientras un cigarro me quemaba los dedos antes de bajar la vereda.
Por alguna razón, me sentí culpable. O algo así. Traté de hacerme el fuerte y pensar como lo que soy: alguien a quién le dicen adulto. Me sentí torpe, al caminar, dándome cuenta que siento como un niño. Y me sentí tonto, también, al saber que no puedo controlar nada aunque así lo quisiera.
Me imaginé en una selva. Me imaginé como cazaba y como veía a otro predador. Sentí como odiaba al predador, como su presencia, su olor distante, esperando cazarme antes de defenderme; me calaba dentro de los ojos y me inundaba. Pasé de sentirme un cazador a sentirme presa. Y sentí como es verse asechado por un montón de ojos. Pero eso ya lo tenía claro, ya lo tenía aceptado cuando me sentía cazador.
Cuando había pasado el puente, ya me había dado cuenta de que la metáfora que había pensado era simplemente estúpida. Me abroché una zapatilla y traté de ordenarme el pelo.
Creo que en ese momento fue cuando caminé lo más rápido a la puerta temiendo la oscuridad.
Por alguna extraña razón, quería estar dentro antes de que me topara el sol.
Y después, después de entrar y acostarme en posición fetal, descubrí que había huido de la oscuridad, de la noche, para sumergirme en la oscuridad de mis propios párpados.

Y realmente, no recuerdo si pude dormir.

sábado, 13 de febrero de 2010

Up/Down

Estoy bien. Eso creo, estoy bien. El problema es todo adentro. No entiendo el revoltijo. No entiendo cómo es que fui a caer en esto. O como es que todo cayó en la coincidencia de estar al mismo momento.

La cuestión es que es como si estuviera en un estado bipolar. No dudo de lo que tengo, no dudo de lo que siento. Dudo de lo que me traduce por dentro. De saber si todos los impulsos, todas las cosas que conectan con mi sistema nervioso -imágenes, sonidos- fallan al entrar en mi cuerpo o son así.

Necesito tranquilizarme. Necesito estabilidad. Necesito que me digan que estoy puro hueviando, pero en buena, de verdad. Necesito mantener las 24 horas del días lo que ha sido tan poco esta semana.

Estoy bien. Eso me dicen, eso creo que sé.
¿Entonces por qué cresta me siento así?

Necesito rebobinar o adelantar rápido este trozo de película antes de que me vuelva loco.
Necesito reencontrarme con todo cuando me hacía sonreír. Un par de horas atrás, o un par de días, o semanas.
Necesito reencontrarme con la normalidad.

Antes de que este extraño y conocido proceso comience a aparecer, después de estar extinguido tanto tiempo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La soledad es parte de la libertad (final descartado de Adiós) + entrada aparte.

Es extraño, pero cuando Andrés miró por largo rato el Arco del Triunfo, supo que realmente había triunfado. Que realmente se sentía bien.
Sorbió un poco de ese café que tanto le costó pedir. A pesar de ya haber estado al menos unas cuatro veces en París, aún no agarraba mucho más del idioma que un simple
Au revoir. Mucho menos el acento.

La tarde estaba enfriando cuando al fin decidió dejar la cafetería de pinta renacentista. Decidió caminar por la plaza y escuchar ese mp4 de segunda mano que compró en un boulevard perdido en las calles de España.
Se sentó un una banca que miraba hacia donde el sol se ponía. Y ahí se quedó: escuchando música frente a las calles repletas de personas en abrigos de pieles, boinas y unas extrañas botas. Se miró y al ver la camisa un tanto deshilachada y esa chaqueta marrón con un botón faltante, sintió que era demasiado notorio que no era de allí.
Se puso la boina que compró de curioso en un almacén que debe haber existido desde los tiempos de Napoleón y se abrochó la chaqueta.
Se sintió más tranquilo. Llamaba menos la atención.
El cielo se había bañada de un color miel intenso. Prendió un cigarrillo y no pudo más que quedarse ahí y observar como el sol desaparecía tras los antiquísimos edificios de la ciudad.

No era la primera vez que estaba en París, cierto. Pero al igual que en todas las ciudades nuevas que visitaba, salió de noche a conocer la ciudad apagada. A revisar los mismos lados que probablemente vio en el día, pero con la ventaja de estar cubierto por la noche. Lo que lo hacía todo más exquisito. Más real, posible.
Se dio un par de vueltas por el centro, bajó por los suburbios y luego se perdió por las calles que desembocaban en la carretera.
Hacía frío, pero no importaba. Se dedicó a caminar sobres los
ojos-de-gato amarillentos del borde de la carretera, que, extrañamente, estaba sola, abierta. Solitaria.
Perfecta.
Por un momento miró hacia el cielo mientras caminaba sin miedo a caerse. Vio la luna, y pudo apostar que era como una ventanilla hacia atrás. Empezó a ver un par de recuerdos proyectados sobre la blanca tez de la luna. Y antes de desembocar en algo de lo que no podría retornar, subió el volumen del mp4 a lo máximo que daba para evadir los recuerdos. Para acallar los pensamientos.
Cosa que por años le había funcionado bastante bien.
Lo suficiente.




Dicen que los años cicatrizan las heridas. Andrés se preguntó tantas veces cuantos años necesitaría para no tener ni una huella del pasado sobre si. O si su vida sería suficientemente larga para alcanzar ese momento.
Se había quedado ya una semana en París. Y ése mismo día decidió partir, quizás, con suerte, a Manchester. Después de levantarse y hacer la cama de esa pensión de segunda, de tercera probablemente; se dio una ducha. Al salir, comenzó a empacar la maleta. Y por primera vez se dio cuenta que desde Chile había salido con tres maletas y un bolso. Y que ahora únicamente quedaba el bolso. Algo harapiento, algo roto. Pero era básicamente lo único que le iba quedando desde el inicio de esta etapa.
Recordó que una de las maletas la vendió en Berlín. Lo suficiente como para costear una cena en un restaurant caro del norte de Europa. La segunda la regaló en un pueblecito rústico de Ucrania. A una familia que lo alojó por más de un mes. Dejó su reloj, la maleta y varias prendas de ropa.
Y la tercera desapareció cuando, después de emborracharse en un muy bizarro bar de Alemania, estuvo tirado durmiendo a la intemperie soñando con todo lo que dejó atrás.
Pero no importaba, cada día era más notorio que todo lo que tenía era lo suficiente para ser feliz.
Una mentira. Casi verdad.

Había conocido tantas personas, había visto tantas caras, tantos acentos. Lenguas, calles, plazas; había estrechado tantas manos, comido en tantas casas. Observado las mismas estrellas de siempre, las mismas noches en tantos lados y aún así seguía completamente solo.
Básicamente solo. Y a pesar de sentirse mejor que estando atornillado en donde estaba, sabía que algo seguía faltando en su vida.
Y que probablemente no podría volver a tenerlo. Ya no, muy tarde.
Demasiado.




Antes de tomar el bus para UK, se dio una vuelta por la estación centrar de París. Compro cigarrillos y dio varias vueltas por la estación.
Luego de comprar el diario como excusa de leer algo, se sentó en una banca y subrayó todos los vuelos que partían a Chile. Todos los que nunca iba a tomar.
¿Se estaba arrepintiendo de todo esto? ¿O era sólo una etapa?
Quizás vivir todos los días sabiendo que huiste, que tuviste que sacrificar tanto para poder sentirte bien, podía llegar a agotar.
Antes de que todo esto se apoderara de él, Andrés cerró y tiró a la basura el diario.
Ya era hora, y el bus iba a partir.



Se paró y se internó en la calle donde estacionaba su bus. Y allí fue cuando quedó congelado. Frío, impactado.
Al otro extremo, al final de la cuadra, había una cara conocida mirándolo. Casi llorando, contenta.
Fue fuerte. Fue extraño. Pero era lo mejor que le había pasado en seis años.
Y una sonrisa se le escapó.

Esto era lo que andaba buscando.


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Esto va a terminar matándome. ¿Por qué puedo escuchar sus voces susurrando secretos que no me corresponden? Pucha, si pedí ser normal, ¿por qué tengo que tener esto en mi cabeza que salta a ratos?
Da lo mismo lo que me digan. Lo sé igual. Y no es agradable saberlo.

martes, 9 de febrero de 2010

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952.

Día 1:
Para Francisco, estar en su ciudad homónima no era tan glorioso como lo hubiera pensado. El silencio circundaba en sus oídos, taponados con los audífonos baratos que encontró antes de salir. Las vigas del tren no se oían en lo absoluto, la música que debería estar reemplazándola estaba muerta. El paisaje no cambiaba en lo absoluto: la enormidad de la ciudad le aterraba un resto. "Viña es un suburbio" pensó al ver la extensión de los edificios que se perdían detrás de otros.
Esto no era casa. Este era el mundo nuevo que le habían prometido.
Nadie le había advertido que iba a ser lo más difícil que pasaría jamás.



Día 104:
Los meses habían pasado rápido. A pesar de todo, del bachiller, del trabajo de medio tiempo en Carol's, del idioma ajeno que no podía colarse en su mente; Francisco esbozaba una sonrisa. El departamento cerca de la facultad -algo viejo, como de los 40, con astillas en algunas maderas y con techos como los de Valparaíso- era cómodo, con un aire a conocido. Un refugio donde su pieza, en el segundo piso, repleta de libros en español y uno que otro en inglés, lo mantenían distraído. Ocupado. Todo parecía ir bien. Todo parecía estar tapando el vergonzoso pasado.



Día 217:
El cielo está gris. La calle húmeda. Francisco se balancea en la silla pensando en cómo escaparse de las ideas que tiene en su cabeza. Después de haber escapado con su madre de Chillán, estudiar Psicología en la Católica de Santiago y haber aceptado la beca en la USF, las cosas parecían haber remontando. Haberse ido de menos a más. De la nada a todo. Pero, al parecer, el fracaso es genético, la locura, la tendencia al vaso vacío estaban tan arraigado a su sistema, a su vida, a todos los aspectos de sí mismo que este asunto -esa cabeza llena de miedos y esos ojos distorsionando la realidad- no podría ser cambiado.



Día 410:
-¿Cómo un loquero puede enloquecer?



Día 608:
-El día ya no es lo que solía hacer cuando había luz.



Días 704 al 828:
Francisco da vueltas. Cada cierto tiempo viene mucha gente y lo visita. Sus ropas son distintas a las de él. Ellos lo miran y anotan. A veces, vienen chicos como de su edad. Ellos lo miran asombrados. Las chicas no le hacen caso. Él quisiera invitar a una a salir. Hacerse amigo de uno de esos chicos e invitarlos un trago.
Nada pasa.


Día 952:
Hoy era el día 952. Hoy, hace 952 días atrás, Francisco tenía la esperanza de haber escapado de todo asunto, todo daño colateral, directo e indirecto. Las marcas del cuchillo cazador hechos por su padre era lo único que quedaba de Chile en él. Ya no hablaba español. Ni inglés. Balbuceaba. Tenía un anillo, regalo de su madre. Se lo habían quitado cuando lo internaron. Nunca más lo vio. Ya había pasado demasiado tiempo dentro, pero para Francisco ya no importaba. Ahora se sentía seguro. Seguro, pero con un miedo eterno.
Nadie lo venía a ver, su madre había muerto hace dos años. Dicen que fue cuando se enteró que a Francisco lo habían internado en una institución mental por orden del decano de Psicología de la USF. No lo soportó y se murió de la impresión.
Lo curioso de todo esto, era que su carrera, su vida, se basaba en explicar cómo su padre había decidido a acuchillarlos a ambos. Y al verse fracasado de haberlos matado, haberse rajado el estómago botando sus intestinos mientras ambos estaban amarrados observando la escena atónitos. Su vida se había basado en ingresar a la mente de su padre. A explicar cómo alguien comienza a pudrirse por dentro hasta explotar. Después de tanto tiempo fue capaz de comprender que no había sido su padre quien se había podrido. Él había descubierto que todo lo que lo rodeaba era lo que se había podrido. Su esposa, sus amigos, su vida entera estaba recubierta por un hedor que no era posible tapar.
Francisco se dio cuenta de lo mismo. Su carrera, su viaje, la gente que conoció. Pero por sobretodo, las relaciones humanas. La gente. La no entrega, las mentiras, las excusas que encubrían error tras error. Los besos de las mujeres que sólo querían sentirse acompañadas. Los amigos de palabra, entregados al egoísmo más puro. Los errores, las personas que se repetían en un mismo ciclo enfermizo, un círculo que se cerraba y cuando estaba frente a ti podías dilucidar cada mentira, cada vicio, cada engaño ocultado en palabras tiernas. Cada arranque de rabia hiriente, cada truco sucio bajo los pies. El no entender, el no sentirse completo dentro del mundo, el odiar cada tufo, cada mínimo olor escondido tras un desodorante de cada persona en San Francisco le hacía pensar que el mundo se pudría frente a sus ojos, como bailando decadentes sabiendo que van a morir.
¿Era la locura o la comprensión total?
¿Era la locura o haber observado a la humanidad completamente desnuda?

Tras los barrotes, tras la habitación blanca -impecable, sin olores que detestar más que el suyo propio- a Francisco le gustaba mirar el poner del sol. Y pensar que este era un sueño. O un problema muy difícil de resolver. Como un problema de un matemático, esperando ser resuelto, esperando ser entendido completamente desde todos los puntos de vista posibles. Y cuando lo hiciera, podría salir y hacerles entender a todos su descubrimiento.
Y salvarlos a todos.


O matarlos a todos.

lunes, 8 de febrero de 2010

HLASDLALKWEJLKSHFLKAJDKLSAHLKJ!

DGKJDHASKJFGASLJKDSKLAGFLKSAJEDWGDOASKHLAFKSJDLKAJPWYHELAKJDLKSHALKDJSALKFGKLSADJSLAK!!!!!!!

sábado, 6 de febrero de 2010

Ignóralo.

34 lecturas después me di cuenta que al final, daba lo mismo. ¿O no?
Who cares, cierto?

La manía de hacerse mala leche.