Las mañanas ya casi siempre me parecen iguales. Las mañanas parten con Friends y las noticias aparecen tipo las 8. La ventana semi-empañada ocultando una día que se levanta medio nublado. Quizás, con algo de suerte, algo de Coca-cola queda en la botella. Siento mis pulmones hinchados en humo, contraído. Siento mis ojos pesados, pero el sueño me repele. Una vez escuché a alguien que dijo -o quizás lo leí- que cuando uno soñaba se metía en el mundo perfecto. Creo que me sucede todo lo contrario.
Hoy me levanté -no me acosté- con la cabeza revuelta. Como si mi cerebro fuese una olla a presión con agua hirviendo. No veo salir el vapor. Siento como si las venas de mi frente se hincharan, casi como anunciando que mi cabeza quiere hacer corto-circuíto. Tengo miedo, yo cacho. Tengo lata. Tengo y tuve todo y siento como si fuera nada.
Veo los callos y cortes y las uñas mordidas de mis manos y es como si todo lo que ha sucedido hasta hoy es un mero capítulo de una serie que no vi más. Todo lo pasado y el hoy son como nada. Como si hubiera estado durmiendo, como si lo hubiera inventado en mi cabeza, jugando con mis peluches. No sé si lo que sucede conmigo es algo permanente o es algo que salta de a poco. Pensaba que ya menos que antes.
Pensaba que a mi cabeza le era más fácil ocultar. Olvidar no es una opción, ocultar y hacerse el hueón era la fórmula perfecta. Era.
Me veo al espejo y tengo unas ojeras gigantes. Miro mi pelo largo y me pregunto todo lo que han visto, todo lo que han sentido y todo lo que ha pasado y que nunca volverá a pasar. Miro mis ojos y noto que las venas no están hinchadas como pensé. Están algo rojos. Ojalá tuviera Clarimir.
Caché, de la nada, divagando, extraviándome; que tengo tantas cosas que preguntar. Lo penca, lo lata, es que son ese tipo de preguntas que no debo hacer. De esas que sólo deben quedar entre tu pensamiento y el inconsciente. Preguntas que cansan, latean, aburren, extinguen, absorben de una manera tan enferma que las preguntas más importantes de la vida parecen ser triviales. Y creo que me están consumiendo y me da esa especie de paranoia de preguntar: A ver, con quién es tu lealtad, ¿conmigo o con quién nunca te aportó nada más que la mano una vez que salió una problema tan mínimo que duró menos de un mes?
Ya no sé en quién contar. Pero eso no es lo que pasa, es una consecuencia. No, no es el problema: es el residuo.
Supongo que cuando un alma es fracturada, no se vuelve a unir. Y si es que sana, no sana igual. Supongo que cuando uno es traicionado o herido o golpeado, nunca vuelve a ver un mismo evento similar como algo seguro. Siempre hay algo escondido, una paranoia, un sentimiento perseguido que no te deja pensar igual. No te deja disfrutar, vivir, respirar igual.
Sea lo que sea que suceda conmigo, no me gusta. No me agrada cerrar los ojos y despertarme de súbito con las mismas caras incrustadas en el interior de mis párpados, recordando todas esas canciones y lugares y seres extraños, en situaciones cuáticas, en días memorables que ahora no tienen significado alguno. No estoy de acuerdo con, cada tanto, sentir que todo lo que camina es mi enemigo y que todo lo que sucedió alguna vez murió conmigo y que la vida, para siempre, nunca más, hasta que de mi último respiro en esta puta tierra, sucederá.
¿Tan poderosa es una decisión?
¿Alguien mide, alguna vez, las consecuencias que tienen?
Me siento torpe. Me siento niño.
Siento que la vida ha avanzado tanto, que el cronómetro ya ha marcado tanto y yo recién estoy terminando de leerme el manual. Y, aun así, si me hicieran una prueba ahora mismo reprobaría.
Es simple: no tengo salvación, nunca me podré acomodar a la realidad.
Piensa en las cosas que te hacen sentir
cada segundo vivir o escapar
Este momento y la gente al pasar
Sientes por dentro que todos se van
Sientes por dentro que todos se van
Sientes por dentro que todos se van…
viernes, 28 de enero de 2011
Insomnio incoherente.
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viernes, 7 de enero de 2011
De la fuerza.
Si pudiera ser sincero un momento, quedaría la escoba. Estoy seguro. Lo que pasa es que uno siempre anda con sus secretos y todas esas cosas que uno tapa para que nadie sepa donde atacar. Con el tiempo me he dado cuenta que eso de la confianza y todo lo que conlleve, es una cuestión complicada, sí, pero más que eso: es un punto de no retorno. Es como ser un superhéroe y llegar y contarle a alguien que la kriptonita es tu debilidad. ¿Qué pasa si esa persona se transforma en tu némesis? Todo eso que llevó a formar un lazo, una relación, una amistad, lo que sea; todo lo "bonito" y "buena onda", lo agradable, los ratos que estuviste tirado en un sillón conversando se transforman en la flecha que ahora tení atravesá en el pecho. Algo así.
Tampoco es por ser paranoico, pero así es. No es la última vez que pasará.
Antes era muy curioso. Mucho más de lo que soy ahora. Siempre salía mal, pa-trás, herido, lateado. Todo, lo que en el fondo se oculta, es porque no debería ver la luz jamás. Y eso cuesta entenderlo. Con eso de la confianza y de querer saberlo todo, de querer compartir, de saber que las caras que uno ve son las reales y que no hay nada abajo que pueda pinchar y cortar; uno esperar que no hayan secretos sucios, oscuros, rastreros.
Pero la mayor parte del tiempo los hay. Y más vale hacerse el huevón que estar decepcionado todo el día. Por eso aprendí a mitigar las ganas. A buscar menos, a hacerme el sordo, a no ver.
Es eso o cerrarme permanentemente a la idea de poder contar con gente real y con lazos reales.
Comillas: "reales".
Hace un rato revisaba, daba vueltas. Pasó lo que podía ocurrir. Filo, supongo. Podía pasar.
La cuestión es que no sé de qué va todo esto. No sé qué tanto de antes y de ahora ha mutado en mí. Por la cresta, si hay algo que es cierto es que siempre he sido sincero. Y ahora que me acordé de un par de cosas, pienso que la gente jura de guata que olvidé todo y todo lo que habré dicho alguna vez. Y no, -a veces benditamente, a veces todo lo contrario- no se ha ido nada. No he olvidado las promesas del año pasado, las del anterior, las del colegio. Las extrajeras y las locales. Las a cara o en escrito. Las camufladas en algún cuento que escribí.
Igual no es fácil. No es fácil que algo pase y uno trate de saber cómo reaccionar. Y a veces aunque uno eche de menos o lo que sea, no es tan fácil perdonar. O siquiera volver a decirlo por algo de sanidad mental. Cualquier cantidad de gente que se ha ido o uno ha sacado de su vida por equis motivo y que en el fondo nunca volverán. Y gente que llega todos los días y aparecen y no tantos se quedan como solían quedarse antes. Mientras más pasan los años, más aumenta el handicap de la vida, yo cacho.
A veces me gustaría ser ermitaño y ahorrarme todo esto de las relaciones humanas. Con algunos lo paso bien, sí, pero nada me garantiza salir perdiendo mañana. Supongo que si lo intento, si sigo tratando de confiar -que a veces sucede, no lo niego y me asombra, mucho, demasiado y agradezco ene cuando pasa- es porque trato de sobrevivir. Experimentar, en el fondo, es porque supongo que mientras más complicado, aprendo más.
Es curioso, pero hablando de esto imagino cómo se borran las palabras que alguna vez habré dicho a alguien, esfumándose en humo de los cigarros que se van apagando y cómo se queman las palabras y letras que habré puesto en papel, ahora en el fondo de una pira, borrando el testimonio de lo que haya pasado.
Tantos platos rotos, tantos.
La vida es extraña y no la entiendo.
La gente es extraña y no la entiendo.
Nunca entenderé porque arman tantos enredos en sus vidas y ahogan sus alegrías en vasos de agua, creando tormentas, olas gigantes y arrasan con todo futuro, todo presente. Nunca entenderé por qué cuando son felices salen huyendo.
A veces me gustaría volver, retomar, hablar un rato, hacerme como si nada hubiera pasado, pero mi propia dignidad, mis ganas de querer avanzar, mis ganas de querer crecer y aprender y, por sobretodo, superarme, me hacen todo más difícil de aceptar. "A buenas razones, buenas repuestas. A preguntas cortas, repuestas cortas" Como leí por ahí.
Quizás el mañana es más claro. Quizás la vida se pega una vuelta y todo mejora.
Quizás hoy ya se está sembrando lo mejor.
Sería bueno.
Los fantasmas me siguen persiguiendo, pero ya no me asustan. Hay que avanzar.
Los ciclos se repiten, las rotondas interminables donde uno se queda de por vida. Pero, a veces, uno de tanto dar vueltas agarra vuelo y sale impulsado fuera de la rotonda. La cuestión, la pregunta, es la siguiente:
¿Es mejor arriesgarse en lo conocido de la rotonda, o cruzar los dedos esperando que donde uno caiga será mejor?
Siempre se puede estar mejor, dijo el optimista.
Siempre se puede estar peor, dijo el pesimista.
Siempre se puede estar no más, dije yo.
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miércoles, 22 de diciembre de 2010
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martes, 21 de diciembre de 2010
Eclipse.
En todo caso, si esto se llama eclipse, no es porque hable de él: es porque no se me ocurrió nada más.
Lo importante -y lo extraño- es que queda poco para terminar. Finalizar este año extraño de una vez por todas.
Sé que me quejo, pero tampoco debería tanto. No pasó tan mal como pensé. Tampoco fue de lo mejor. No supera el año anterior, en el balance general. Digamos que su nota, sin contar el último lapso que se viene ahora sería de un extraño 4.2. Lo único que ha salvado el promedio ha sido lo único bueno que ha pasado después de tantos quiebres -en general y en específicos-.
Lo que es extraño, lo que me causa curiosidad, es ¿por qué ahora? No entiendo. No tiene sentido ni tiene lógica. No me cuadra en lo absoluto. Y creo que fui más cortante de lo que yo mismo pensé que sería alguna vez. Pero no fue mi culpa.
Para nada, sé que yo no hice nada más allá de lo que siempre hice y que no pude seguir haciendo.
Es cuento viejo, sí, pero es parte de lo que me definió alguna vez. Harto. Digamos que tener un disco duro en la cabeza es algo que pesa hasta que se apaga. Ese es el problema: nada se olvida. Nada. Aun se mantiene lo bueno, lo malo, lo rescatable y los días que baneé de mi consciente. Más, si pasa esto.
Más si el hilo, la secuencia de eventos se reactiva después de.
Yo no cacho. Trato de bloquear los impulsos. No hay interés, no hay respuesta. No vivo a base de testeos.
Por muy cruel que pueda sonar.
En todo caso, el cruel en este asunto no fui yo.
Sólo traté de sobrevivir.
Ya no es noche, ya es de día y mis ojos acusan sueño.
Supongo -aunque algo extraño ocurra en el interior y todos esos pensamientos flotantes y gritones que se acumulan en el hemisferio derecho y que calan como punzadas y que se repiten y que son en widescreen, como en un cine- que es mejor dormir. Y dejar los días atrás. Las semanas, las horas, los recuerdos, los vestigios, los imperios, los países, las cicatrices -que duran para siempre- atrás.
Aunque sea lo más difícil que he hecho desde hace mucho tiempo.
Y se sabe -¿usted?- por qué es así.
Y yo nunca mentí. Así que tengo por seguro que sabe es así.
Estoy dando la hora. Ando puro hablando hueás.
¿O no?
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miércoles, 15 de diciembre de 2010
Bruises than won't heal.
Miro al techo y no pasa nada. No llueven cigarros, ni nada por el estilo.
Miro mis manos y no pasa nada.
Miro mi boca y está vacía.
El espejo, creo, es un consuelo que no me queda. No me sirve, no me agrada.
No sé que ha sucedido, ni sé que pasó. Lo que sí sé es que quedé en medio de una tormenta.
Quedé dando vueltas.
Y no quiero girar más.
No sé por qué tuvo que suceder esto.
Justo hoy.
Justo ahora.
Justo al final
Justo cuando todo tenía un orden aparente.
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sábado, 11 de diciembre de 2010
I'm staying.
-What are you doing?
-I said okay.
-Don't pull this, Dale.
-I'm not pulling anything. If you're staying, I stay too. He's right. We know what's waiting for us out there. I don't want to face it alone.
-Dale, get the hell out. I don't want you here.
-Too bad. See, you don't get to do that, to... to come into somebody's life, make them care and then just check out. I'm staying.
The matter is settled.
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martes, 7 de diciembre de 2010
Autista.
Me acuerdo que cuando caminaba por av. Libertad pensaba que los ciclos que pensé repetibles se volvieron lo contrario. Cuando salí de ella y me encaminé hacia avenida San Martín, las calles aun estaban cálidas y la notoria ausencia de cosas estaba más que perceptible. Me acordé que caminé estas calles acompañados de tantos cuerpos distintos y que ahora ninguno estaba. El ciclo de la vida, le dicen. Algo que aun no me calza del todo.
Si la vida son experiencias nuevas y gente nueva, todo eso implica olvidar. Renovar, cambiar, mutar. Cambia el aire, la gente, las ganas, el cielo, el largo del bigote, lo rápido de los pies. Me parecía y me parece extraño, aislado. Lejos. Nunca me agradó esto de lo súbito. Siempre me costó aferrarme a cosas nuevas, crear algo más que un simple dibujo en un papel. Era tanto el tiempo de aprendizaje, de adaptación, que cuando terminaba se me hacía injusto. Me sentía como recién entrando a un juego donde me sacaron porque la pelota me cayó en la cara. Y puta que me desangró de narices.
El iPod estaba metido en su idea de hilar canciones de Smashing Pumpkins con NIN. Pasé por fuera de Starbucks y revisé mi billetera. No había nada más que los 5 soles peruanos y los 200 pesos colombianos, así que caminé a la playa. Cuando me senté en el escaño de piedra gastada recordé que acá vine con una amiga una vez y que quedó la cagá, porque empezamos una guerra de arena que terminó con mi ojo derecho rojo. Recordé también que una vez vine a llorar. Plancha y de las peores caras de mi vida: fue una vergüenza ajena caminar por ahí.
Estaba aburrido y comencé a ojear el cuaderno de turno. Nunca tengo uno en específico y nunca me acuerdo que escribo en cada uno. Encontré que tenía -entre la materia de un ramo del año pasado- de esas mini-notas que quieren ser cuentos. Apuntes autistas y descargos varios. Junto con un par de anhelos que nunca pasaron. Fue casi como recordar todo lo que quise decir y que nunca dije para no andar sobrando. Para no herir, en una de esas. Si me pagaran por todas las veces que callé y que pude decir algo que realmente quería decir, pero que no dije porque pensé que en el futuro habría algún momento idóneo -tonto, nunca pasó-; no sería millonario, pero tendría de sobra para comprarme un auto. Uno piola y que me serviría como para tirarme al sur. Bencina incluída por un par de días. Fue raro, porque volví a ese trance inútil y sobretocado sobre las relaciones humanas. Y la gente. Ese extraño nexo sobre encajar.
Revisé todas esas películas que había visto sobre lo mismo y que cada vez me identificaban más. Las mismas preguntas y las mismas dudas eternas de sobre cómo funciona la gente. Sus problemas y miedos, sus ganas de ocultarse y arraigarse a uno. La cantidad de secretos y promesas y planes que a uno lo ligan al tiempo con todos los demás. Y como que le tomé peso y lo sentí en mi hombros, así que me desplomé y quedé acostado en la arena. Por suerte, mucha suerte, me quedaba un cigarro. Fue ad-hoc.
Mirando al cielo y buscando la forma de alguna tortuga es que me quedé con la idea de eso. Y descubrí que con el tiempo, con mucho tiempo y harto ensayo-y-error, me obligué a aplastarme dentro de mí y a tratar de fusionar una especie de personaje extrovertido con las cosas que siempre quise decir. Fue como si el autista que siempre fui se aisló aun más dentro de un personaje que controlaba desde adentro. Como haciendo el descubrimiento del siglo -y ni tanto- de que para ser un real autista había que estar rodeado de más gente. Mientras más extrovertido, más se alimentaba el ser solitario e incomprensivo -de la realidad, la vida, la gente, sus sentimientos, sus mundos, sus "verdades"- que se resguardaba detrás de un disfraz. Uno bastante malo, por cierto.
Reciclé harto rato hartas anécdotas y hartas verdades a medias. Un montón de confesiones que sonaron fuerte años atrás y que ahora eran nada. Y traté de pegarme bien fuerte al presente, rogando a dedos cruzados que otra vez las cosas no volvieran a cambiar, pero con el pesimista interno gritando que sucedería over and over again.
Ahí, justo, sonó Jean Michele Jarre y me dejé llevar y traté de apagarme un rato con tal de cambiar de onda.
Al parecer, la frecuencia no fue muy fuerte.
Cuando me paré habían pasado unos 20 minutos. Y vi las siluetas y las huellas en la arena. Y caché que la mía estaba algo más aislada de donde estuvo un grupo. Y a unos 5 cuerpos de huellas de una pareja que caminó junta. Dibujé con un dedo una silueta al lado de la marca que dejó el peso de mi cuerpo y me eché a caminar, borrando cada tanto las huellas de mis zapatillas.
La arena me lo había dejado claro: ser autista -encubierto, camuflado, fuera de foco- no era tan malo, pero cada cierto tiempo -y con mayor fuerza- pesaba.
Y cada vez que eso pasaba, era hora de simular más.
Total, mentir un rato es parte del juego.
Se le llama sobrevivir.
Y en ese juego no iré ganando, pero me defiendo.
"Levemente autista. Como todos los grandes.".
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Me suena como a Historias cortas., Música, Paréntesis, Realidad