jueves, 6 de septiembre de 2012


Me gusta sentir el viento yendo en mi contra. Y las calles repletas, abriéndose como mares de gente que deambula.
Me gusta que a pesar de que esté con audífonos escuche mis zapatillas al caminar. Y todo este clima extraño, de nubes que actúan como sol.
Me gusta ver los edificios y parques y lugares que componen la historia. Mi historia. Y todo lo que ha ocurrido.
Me gusta escuchar el crujir de las pocas hojas que van quedando, atrasadas de temporada. Y el sonsonete constante, como enjambre, de autos que luchar por llegar primero que nadie.
Me gusta ver como la gente que no se ve hace tiempo se cruza en la calle y se saluda y se promete ver luego. Una sonrisa queda en la cara, que se desvanece al compás de los pasos que se alejan de la intersección.
Me gusta ver la gente que espera en la calle una llamada, un mensaje de texto, un mail que nunca llegará.
Me gusta ver cómo los edificios céntricos, que de seguro hubiera podido serían rascacielos, se tratan de levantar del suelo. Algo más cerca del sol.
Me gusta ver cómo los perros van caminando, haciéndose pasar por humanos por los pasos de cebra.
Y el metro.
Y camino a casa.
Una tipa tiene celular en mano, bajando las escaleras.
Suena.
Contesta: “hola”, le dicen.
Silencio.
“Hola”, responde con la cara sorprendida.

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