sábado, 15 de mayo de 2010

En medio del vapor.

Lo curioso es que no para. No se detiene. Ni por a-b-c motivo, no por Pedro o Juan. Continúa. La espiral descendente donde nada es como debería sigue siendo la tónica de las semanas. Se posiciona como contexto. Se aferra y apropia hasta de lo más mínimo.

Desearía volver a pensar que todo suceso es un accidente. Un error, poco menos. Así sería más simple descartar todos estos sucesos y almacenarlos (o derechamente quemarlos) en algún lugar.
Es ahora, este sábado -como tantos antes-, donde me vuelvo a quedar frente a ese trozo de papel con la gran pregunta:

"Sigues, o no sigues, Felipe".

¿Sigues?

Qué pasaría, si, luego de un tiempo reacciono y caigo en cuenta de todo. Si me pusiera a analizar cada pedazo de historia, probablemente sacaría lo peor. Hilaría hasta que todo tuviera la tónica más bastarda posible. Desconfiaría más. Se me iría mi mundo a la mierda, de nuevo. Pensar que cada palabra, cada posible promesa sólo es golpeada por el tiempo y adiós.
Esa es la palabra: adiós.

Cuando me corté, no noté que las cuchillas estaban tan afiladas. Me quedé un rato viendo como la sangre caía y formaba espirales en el lavabo. Como en El código Da Vinci o algo peor. No sé si era el ambiente húmedo o caluroso del baño, pero sentía que no podía sostener mi cabeza. Si la pregunta fue "escaparse o bancar", la respuesta fue "escapar". La cachetada fue fuerte, sí, pero peor fue asumir lo que vendría más tarde. Más rato, ahora, pasado las diez.
Y en la madrugada.
Y en la mañana.

Y que las canciones más rebuscadas que oculté suenen ahora en el televisor.

Es todo una señal: escapa lo más pronto posible de allí.
¿Y quién tiene la fuerza suficiente para desobedecer cuando no queda qué rescatar?