viernes, 13 de febrero de 2009

Departamento de recuerdos.


Estás. A medias, pero estás. Es el sueño, supones, o quizás el frío.
Pero estás. A medias, pero estás.

Tu cabeza está llena de pisos flotantes, cámaras de circuito cerrado y piscina de adultos separadas de la de los niños. Como las de los departamentos en La Dehesa, Antofagasta y Concepción. Estás mal. Chato, lleno de imágenes de casas que no son tuyas. Ni lo serán.
Pero bueno, vale la pena, piensas. Luego no sabrás nada de esto y lo que obtienes es otro momento que desearás congelar.
Planear y dejarse llevar. Nada que meditar.

La mañana está bañando tu cara, no tienes cigarros, no tienes donde ir. Tu destino, si se le pude llamar así, es estar aquí ahora. Despierto, extraviado dentro de las anomalías metales que tratas de procesar. Son impulsos, recuerdos, imágenes e ideas las que llenan cada espacio vacío entre tus neuronas. Palabras perdidas dentro de una borrachera o silencios que deseaste se prolongaran por mucho más. Tonteras, probablemente, que no vienen al caso, que no son necesarias de convocar ahora. Y te extravías, te dejas caer en una ruta totalmente externa, nada que ver con lo pensabas. En tu cabeza ahora sólo hay imágenes de las comisuras de sus labios. Y te parecen bien. Podrías quedar así un rato, ¿no? Después de todo, ya has repasado una y mil veces la escena más agradable del último tiempo.

En la mesa, un teléfono que no es tuyo, marca "última llamada - 00:48:12", juntos a unos CDs llenos de planos y proyectos que deben estar erigiéndose viga a viga en las calles del gran Santiago. Un vaso de jugo que tomas y tratas de obtener la última gota. Piensas que un café a esta hora no estaría mal. Y quizás vestirse y ver si puedes comprar algo para comer que no sea pan de ayer.
Cambias de frecuencia, cambias de posición: te cruzas a la cama, con la cabeza bajo la ventana, con los pies tocando el suelo, en una posición como tratando de abrazar el vacío. Sólo el ritmo incansable de tu propia respiración es lo que se oye en toda la habitación.
Tranquilo, Felipe, es sólo el cansancio. El día ha sido largo, sí. La semana también. Estás bien. Nada de que alarmarse. Déja de perseguirte.

Eso.


Te relajas. Dejas caer tus brazos sobre la cama y son tus mismos pensamientos los que te conducen a pensar sobre ti. Sobre tu propio control, el que piensas que cada día es menos. Y que así lo sientes mejor. Piensas en tus estímulos y tus deseos. Y sabes, te garantizas, que cuando llegue el momento lo harás. Que no dudarás, porque no hay nada que dudar. Lo que no sabes es que si será igual desde el otro lado. Es una sorpresa, te dijeron. Y estás tranquilo, las sorpresas te gustan.

Abres los ojos y te sientas en la cama. Por un momento, pensaste que podías oler su aroma. Pero no, fue una jugada de tus sentidos, nada más. Lávate la cara. Yo cacho que debes dormir. Te hace falta, en serio.

Porque... en todo caso, no tienes nada malo en que pensar. Más en que mañana debes seguir escribiendo direcciones y subir fotos de 2, 3 y 4 habitaciones, baño, logia y amplias salas de estar. Porque todo el resto en tu vida, por hoy -y esperas permanentemente- funciona mucho mejor de lo regular. Y eso, sabes, te hace feliz.
A ver, ¿sonríe frente al espejo?
¿Ves? No era tan tonto hacerlo.
O quizás sí. Pero da lo mismo, porque hoy quieres sonreír.
Y te da lo mismo que piensen lo demás.


...
Vamos, sonríe otra vez.

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