miércoles, 28 de octubre de 2009

Una petaca frente a Copec.

¿Qué pasó por su cabeza -mareado, tirado- entonces? Esta no era la mejor solución. Tampoco lo más digno de su parte: quedar borracho y tirado porque sí, frente a la gasolinera que delimitaba oriente con centro. Patético. Totalmente.
Quizás sólo fueron sus rollos o su egoísmo un tanto comprensible de no querer compartirla con nadie. Quizás sólo eran unos sueños de niño o tonteras de "adultos". Al final de cuentas, sea cual sea la cuestión en sí, lo que era importante saber, era que estaba fuera de control. De balance. Tener el miedo colado en los huesos lo hacía sentir mucho más paranoico de lo común. Lo peor radicaba en que su miedo consistía en pensar que no era suficiente.



¿Y qué pasa cuando realmente no eres suficiente?
Viene algo llamado reemplazo. Y ser reemplazado es una de las peores cosas de este mundo.



miércoles, 21 de octubre de 2009

Don't.

Desde el sábado en la noche tengo un presentimiento. Desde el sábado en la noche que pensé ignorarlo.
Si todo es así...
¿Por qué hoy vuelve a aparecer en mi cabeza?

martes, 20 de octubre de 2009

Final feliz.

¿Y qué hacía después? Las respuestas eran vanas. Estaba yo y nada más. La cordillera se hacía lejana mientras más me sumergía en el centro. Pensando tonteras -"¿donde estás? ¿por qué tengo tanto miedo? ¿qué hago para no perder? ¿qué quieren de mí si no tengo nada que ofrecer?"-, mirando las tiendas cerradas y las calles vacías. La bohemia estaba en pleno esplendor, con gente semi-ebria deambulando por las orillas. Abrazados, inquietos, muertos de la risa. Supongo que un vodka no me haría mal, pero también supongo que terminaría peor.
La gente estaba estancada en las esquinas, algunos con cara de bajoneo, otros con residuos de fracaso. Estaba atrasado. Muy atrasado, tanto, que en realidad ya había pasado todo un día.
Llegué a las orillas del Mapocho y me apoyé en la baranda mirando hacia el horizonte. La brisa era fría y las nubes cruzaron rápido. No sé si fue mi estado de ánimo, no sé si fueron las nubes, no sé si fue el viento o la inevitable realidad, pero me quebré. Esto no había pasado en años. Sentir de nuevo las gotas saliendo desde de adentro era una sensación que parecía ser nueva. Me sentí un idiota. Me sentí torpe. ¿Cómo cresta no me había dado cuenta de todo?
Marcela había desaparecido y yo aun quería negarlo. Pensé que todo estaba tan perdido, pensé que tantas cosas se habían trizado aquel día en el aeropuerto que me cerré. El futuro que había pintado y planeado durante años con ella se habían esfumado en una decisión de un par de meses. Esperaba, todo el tiempo, que mis planes se trazaran en la realidad, armando ese final feliz que siempre se espera. Y ahora lo comprendía, ahora estaba todo claro: el final estaba. Y no era este; el final feliz siempre estuvo. Era cada momento y no me daba cuenta.
Recién había sido capaz de entender que los finales felices no eran el final del trayecto. Los finales felices eran cada momento en que ya habías alcanzado lo que -paradójicamente- te hacía feliz.
"Nadie me dijo que los finales felices tenían final" era precisamente lo que pensaba cuando los berridos de mi llanto se hicieron insoportables.
Una nube dio para pensar. Una nube como la gente, una nube como uno. Uno es como una nube que se pierde y nadie sabe donde vas. Y de repente te desapareces. Y de repente te das cuenta que planeaste tanto el final que nunca fuiste espontáneo. Que nunca disfrutaste cada momento.
Y ahora, ahora que lo entiendo, el final ya no es feliz.




El ruido del Mapocho comenzaba a ser opacado por los pasos de las multitudes que salían de los bares, tratando de caminar balanceándose hasta casa. Sentí pasos cerca mío y pensé que me iban a robar. Miré hacia atrás y callé. Y creo -no estoy seguro- que me tragué las lágrimas y sonreí.
-Rubén.
Me estaba mirando con las maletas como arrastradas. Me estaba mirando llorando, jadeando, pero sonriendo.
Era Marcela.

viernes, 9 de octubre de 2009

Insólito.

Y si miraste por sobre tu hombro, desolado, fue porque quisiste. De vez en cuando no puedes evitar que tu pasado y tu presente e incluso tu futuro colapsen en tu cuerpo, preguntándote si todo valió la pena y si lo que eres hoy es fruto de la ignorancia, de la compasión o de un altruismo que no tiene mayor lógica. Puede ser, quizás no. Probablemente todas estas cuestiones que te rozan la piel como cuchillas intentando entrar, son las pesadillas que materializaste en los personajes de terror aquellas películas en blanco y negro que disfrutas con pena y algo de angustia los viernes por la noche. Son, en efecto, pensamientos que no tienen ni pies ni cabeza, ni fundamentación alguna para poder decir que esto es un hecho <<coherente>>.
Lo más probable es que ahora comiences a derramar agua salada sobre las páginas amarillentas de tus memorias. Y tu cuaderno Torre quedará más mojado que aquel día que te perdiste en la lluvia. Y es que a veces lloras por felicidad y a veces porque la pena no cabe más en ti. Sea como sea, todo queda registrado.
Todo queda como una memoria en los machones donde la tinta, de las letras nerviosas en tu cuaderno, se fundió con tus lágrimas.

lunes, 5 de octubre de 2009

Tonto grave.

Mark David Chapman: I believe in Holden Caulfield. And in the book, and what he was saying, what he was saying to a lost generation of phony people.



martes, 29 de septiembre de 2009

Cafetería.

-No pensé que haría tanto frío hoy, si igual estamos en primavera, ¿no?
-No sé, no soy el mejor para hablar del clima. Aparte, es como un tema comodín, último recurso para avivar algo. Y pésimo recurso en todo caso.
-Puede ser. Tampoco puedes culparme: he estado sentada viéndote por más de 15 minutos mirando por la ventana sin decir nada. Aparte, tu té se enfrió.
-Estaba malo.
-Como sea, tú lo pediste.


(silencio)


-¿Te está yendo bien?
-Supongo.
-Uno no puede suponer, se sabe. Es un "sí" o un "no".
-Bueno, entonces: supongo que sí.
-Ah.


(silencio)


-En todo caso, ¿para qué me citaste?
-No sé. Se me ocurrió, no te veía hace tiempo y pensé que quizás sería bueno.
-Ah.


(silencio)


-¿Y lo fue?
-Todavía no sé. Dime tú.


(largo silencio)


-Cote, ¿puedo preguntarte algo?
-Dime.
-¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza lo insólito que es que el mundo cambie todos los días, siendo que los días son plazos que un tipo cualquiera inventó?
-Todo el tiempo, pero, ¿a qué quieres llegar?
-Nada, nada en especial. Sólo me llama la atención como es que todo el mundo y todas las cosas y las personas se rigen y miden por intervalos de 24 horas, cuando en realidad, hace una hora atrás, siguen siendo los mismos.
-Supongo que a veces necesitamos excusas para tomar una actitud distinta y se nos antoja cambiar algo. Los ciclos son así: son un pretexto para cambiar, echándole la culpa al tiempo.
-Puede ser.
-Tú, al parecer, no has cambiado nada.
-Tú sí.
-Lo necesitaba.
-Yo quizás también, pero nunca encontré el día.
-Ese es el problema, Roberto: tú no encuentras el día, el día lo hace y no te das cuenta.
-Estás excusándote.
-¿Y qué más puedo hacer?
-Decir la verdad.
-Nunca fui buena en ello. No cuando la verdad molesta tanto.
-No, en el fondo, como cuando eso de la verdad y la mentira es, a veces, tan ridículo como medirse por los días; dirás.
-Algo así, Roberto, algo así.


(silencio)


-Creo que sí fue bueno.
-¿Qué cosa?
-Verte.
-Ah... Supongo que también.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cambio de estaciones.

¿Qué pensaste después de la tormenta?
¿Qué pensaste después de que respiraste de nuevo y abriste los ojos?
¿Qué pensaste después de que viste aquella foto y sólo querías arrojarla a la basura?
¿Qué pensaste luego de que tus recuerdos -poco importantes y totalmente lejanos- te miraron... otra vez?


Un día después de callar, la gente volvió a pasar con ritmo rápido. Las calles llenas de pasos se abrían de par en par mientras yo caminaba sin rumbo alguno. Mire mis dedos y estaban negros, como llenos de hollín, demostrando a cualquiera que las tomara que había fallado mucho. Tanto, que no tenía perdón.
Miré al ahora de frente y me esquivó la mirada. Sabía que preguntaba demás y que las respuestas eran vanas. Sólo curiosidad. Fue, en efecto, su retrato lo que me atrajo, sin saber que toda línea que la construía tenía demasiada historia. Tanta que, quizás para mi cabeza nueva y poco experimentada, era difícil de comprender. Aun, cuando para todo el resto del mundo -y los que vendrían después- era de lo más normal. Y era imperfecta, la historia tenía fallos. Y era perfecta, la historia fue densa.
Miró de reojo mientras apuntaba al suelo y luego se volteó. Pensé que no se iría, pero se marchó. Era primavera y la brisa hacía mecer las hojas y el polen daba un color amarillento a la atmósfera. No sabía lo que hacía, no tenía idea de donde estaba parado. Me habría encantado decir que no sabía como había llegado hasta aquí, pero lo sabía. Perfectamente: yo me lo busqué.




Cuando desperté llovía. Los vestigios del invierno se había puesto de acuerdo para terminar de caer hoy. Mis manos, mojadas, no se lavaban y sentía un dolor que me recorría la espalda. Las calles estaban vacías, mientras yo, sentado en esas escaleras verdosas frente a esa gran alameda, me preguntaba cómo es que podía terminar -de raíz- con los días que se salían de todo margen. Miré hacia el miércoles y me pareció añejo, de otro tiempo. Y hoy, que es otro día, sentí que los minutos comenzaban a apilarse sobre mis zapatillas como barro.
¿Que cómo me sentí después que todo pasó? Ni idea. Quizás pueda responder cuando realmente todo haya pasado.
Quizás.