viernes, 7 de octubre de 2011

Capital.

Las calles, llenas de rocío, frío y tonos pasteles. Santiago se me hace chico, lleno de estímulos, mientras mi pelo largo se enreda en la puerta mal cerrada del transantiago. Debería cortármelo. Hace rato que quiero.
El olor es familiar, el lugar no. Estoy distante, mucho más allá, de donde me manejo. Estos no son mis territorios. Menos.

Cierro mis ojos para sentirme solo unos momentos, conmigo. Tratar de encontrarme y tratar de seguirle buscando paz a mi alma. En volá.
Los árboles y el pavimento se mezclan, perdiéndose a lo alto en una nube espesa que suelta tímidamente gotas que van delineando una textura sobre la ciudad. Un ruido me hace abrir los ojos: se abren las puertas y me bajo.
Estallan los colores.
Las formas.
Los universos.
Los sentimientos.
Los comentarios.
Los deseos.
La vida.

Y sé y no sé. Es un extraño y compacto espacio, una exquisita entre-pieza de nada, entre ambas caras de una misma moneda. Miro hacia ambos lados y no sé qué escoger. Y busco, dentro de mí, esos momentos que me harían crear. Y no sé, encuentro, pero no los puedo articular.
Cierro los ojos y me concentro en un punto exacto, el culmine de la felicidad. Y juro que sonrío y de la nada, aplausos.
Me largo a aplaudir, también.




Los matices de los neones y los rebotes en el smog tiñen la ciudad como si una aurora boreal cayera en forma de pintura. Los pavimentos se iluminan como si fueran la pista de baile de un local donde tocan música disco. Los árboles brillan en su verde casi de luciérnaga y yo fascinado con sus reflejos en la ventana de la micro. La noche empieza y la lluvia se suma. El horizonte no existe y es como si Santiago estuviera construido justo debajo de las nubes. Me dan ganas de cantar los Bunkers, pero ya no queda nada y tú no estás.

Metro, gente, calles. Quisiera caminar solo. Quisiera perderme por el centro, Los Leones, Ahumada. Visitar el City de nuevo. Caminar la Alameda como por el 2009 y que me duelan las patas, pero sentirme tan lleno y tan feliz.
No estoy mal.
Melancolía se le llama, no más.

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