lunes, 6 de octubre de 2008

Along The Way.

Sábado, 8am. No lo pensé dos veces, el exceso de temblores y la manía de no poder estar quieto ayudó para no dudar: salí a trotar para cansarme. Lo necesitaba, quedar lona, muerto.
Leí un poco de Mala Onda. El episodio del Cerro Santa Lucía y las bicicletas y Antonia. Tomé una botella, me puse lo más cómodo que encontré y salí a enfrentarme a ése sol que venía saliendo hace un par de horas.
El iPod me ayudaba a concentrarme poco y sólo correr y sentir el viento. Pero no había bicicletas, ni era el Cerro Santa Lucía, ni había una Antonia conmigo. Pero, supongo, no podía ser de otro modo. Y quizás no debía ser así.
Corrí harto, por un par de horas. Cuando llegué, ya se acercaba medio día y yo estaba cansado, como quería.
Dormí todo el sábado, pero no fue suficiente.
No lo fue.

Lunes, 10am. Hacer hora es latoso. Contesté un par de mails y me puse a hacer cosas que jamás hago, leí cosas que jamás leo y, de alguna manera, todo era igual, a pesar de estar intentando romper una rutina que comenzaba a ahogarme.
Un tipo de al lado me habla y pregunta tonteras. Me apesta, decido virar.
Camino sin rumbo y en Av. Valparaíso me encuentro con alguien que no veía hace tiempo. Me pongo a conversar y me doy cuenta que no recuerdo quién es. Después de unos 10 minutos de charla suelta una pista y puedo recordar su nombre y de donde la conozco. Me siento más seguro, puedo controlar la conversación.
Mi camino sigue y me doy cuenta de que paso por varios lugares donde ya he estado antes. Pero no solo. Tampoco a estas horas. Y un par de recuerdos comienzan a aflorar.
El destino, a pesar de querer sorprenderme y llevarme a algún otro lado, era obvio: roquerío de Av. Perú. Mismas rocas de siempre.
Un cigarro, leer el final de Mala Onda y dejarme sumergir dentro de todos los pensamientos que se venían cosechando. No lo puedo creer.
Me dejo llevar por el momento y pierdo el control de mis emociones. Ha sido todo tan extraño, tan nuevo, tan poco común.
Y aún así rutinario. Lo usual.
Mala Onda está por finalizar y reléo al menos dos veces:

"Eres un pesimista", recuerdo que me dijo una vez, a lo que yo le respondí que sí, que lo era pero que eso era una ventaja.
-¿Por qué? -me dijo.
-Porque siempre espero lo peor. Así, cada vez que no ocurre, me sorprendo. Quedo feliz. Y cuando ocurre, porque de que ocurre, ocurre, no me deprimo ni me decepciono. es lo acostumbrado. Es lo normal. Es como es. Pero no necesariamente como debe ser.
-Y yo, ¿te sorprendo?
-A cada rato.
Pero no me sorprende. Quizás en otro momento, pero ahora no.
Y ahora que lo pienso, ¿qué es lo que me sorprende hoy en día?
¿Contesto?
Mejor es quedarse callado.

Paso una hora sentado, viendo el mar, viendo las colillas que tiro a las olas, sintiéndome algo culpable por contaminar. Me paro, esto no puede seguir así.
Camino y una estatua humana, que señala al oriente, me guiña el ojo. Como en Amelié. Lo veo, pero lo ignoro y pienso en el oriente, en Bangkok, en Beijing, en Shangai, en el Tibet y estar perdido, muerto de frío, alejado y solitario, ajeno a todo pero aún así más centrado, más cómodo que en todo lo conocido.
Y me deprime, me arrebata.

Es tarde, mi clase va a comenzar y yo estoy lejos. Quizás más lejos de donde realmente estoy.
Mis manos no sienten las paredes que tocan, pero sé que mis pies avanzan, aunque no los puedo ver.

¿Qué resta ahora? Quizás el cierre perfecto para una mañana que se cae a pedazos dentro de un pozo de recuerdos -que laten y salen y se dejan ver y hacen sentir- es no seguir. Es abandonar.
Volver me supera y refugiarme en el metro me parece más ideal.
Más certero.

Aunque, siendo sincero, ya no tengo certeza de nada.


----------------
Now playing: The Honorary Title - Along The Way
via FoxyTunes

1 comentario:

Esebloguero dijo...

Es extraño eso de andar solo, se nos vienen encima los recuerdos de los que estuvieron...