La cosa es que despertar en la mañana con humedad en el ambiente
y una leve llovizna que a nadie molesta, simula un olor, un aroma, casi
idéntico al sur. Casi, pero nunca igual. No sé si fue por eso, o porque
quizás como me quedé dormido escuchando una y otra vez Tren al Sur,
pero soñé con el sur. Con Valdivia, con Chillán. Con tierras perdidas
cuyos nombres no me sé porque tengo mala memoria geográfica. Pero con
los olores, con los cielos nublados, con todo el verde que hasta daña
la vista de ser brillante. Y me acuerdo de las veces que he ido. Tanto
acompañado como solo. Como cuando fui con Manuel y nos fuimos en el
tren y cuando sonó la canción en mi mp3, nos miramos y no reímos. En
ese tren en que íbamos en el tercer vagón, sin hablar mucho, ene
cansados, yo mirando por la ventana y notando como los edificios, el
color metálico y el plomo-civilización se hacía más tenue conforme el
tren sonaba como esos que habían antes en todos lados. Sonido a rieles,
nada de ruido a metro.
Como una de las veces que fui solo, cuando me dejé quedar por ahí por
la bajada entrando a Chillán y pasé un día entero solo dando vueltas
antes de llegar. Me acuerdo que me metí en un lado lleno de árboles y
era como bosque intacto: pájaros cantando, esa onda. Olor a tierra
mojada, a eucaliptus. A hojas deshaciendose. Lo sé, sé que suena muy
cliché escuchar esa canción así. Más para un citadino promedio de la
quinta región que viaja hacia abajo, pero es uno de mis fetiches. De
alguna forma me hace sentir bien. Me hace sentir que esas ganas innatas
de ir allá cada vez que puedo es porque de alguna forma pertenezco ahí.
Quizás más allá que acá.
Recuerdo el verano pasado y yo feliz y en mi salsa porque podría llegar
hasta Chiloé. Chiloé y su olor, el paisaje, la casa donde nos quedamos.
El patio que terminaba a las orillas de un lago que desembocaba un poco
más allá en el mar. Un bosque chico, con un refugio interno sellado por
los árboles donde la tierra estaba empapada y los troncos casi
podridos. Como ese tronco de un antiguo canopi roto, con musgo
creciéndole por los lados e impregnado de un olor que acá no hay. Y que
a veces seriamente extraño más de la cuenta.
Cuando los días pasan y me encuentro al final de un ciclo -llámese
semana- justo antes de dar un salto hacia el siguiente y me doy cuenta
que no viví siquiera un día de la semana, me dan ganas de correr e
internarme en el sur. Cuando llueve, cuando cae el agua porque sí y ni
siquiera porque debiera, me dan ganas de estar mojándome en la
carretera austral. Haciendo dedo, comiendo una empanada cerca de
Temuco. Pensando que si llego a Valdivia, podré sentirme pleno.
Este día, partió con un aire sureño. Raro, algo atípico. No sé, algo
extraño en el aire. Ahora que el día se fue y que para todos lo más
importante del día fue el partido que practicamente perdimos con
Venezuela, para mí una de las cosas más importantes fue sentir como ese
aroma a bosques se desaparecía. Y con él, las cosas que hoy en la
mañana existían y ahora no. Algo así. Como un vaivén de recuerdos
fundidos con algo de nostalgia. Como algo tierno mezclado con llantos
en el suelo. Como una risa disimulada estando ebrio.
Como un sueño perdido entre las sábanas.
Y ahora, si miro hacia afuera, hacia la ventana, sólo veo árboles en
movimiento, yendo hacia atrás, marcando dirección. Y me dan ganas de
salir con cualquier cosa puesta y llegar a estación central y subirme
al tren y escuchar música. Y pensar que algún día, todos los días
podrían ser así. Y que no me dijeran pobre, porque iría contento,
feliz, viajando así.
Así.
Y no me digas pobre
Por ir viajando así
¿No ves que estoy contento?
¿No ves que voy feliz?
Viajando en este tren,
En este tren al sur...
y una leve llovizna que a nadie molesta, simula un olor, un aroma, casi
idéntico al sur. Casi, pero nunca igual. No sé si fue por eso, o porque
quizás como me quedé dormido escuchando una y otra vez Tren al Sur,
pero soñé con el sur. Con Valdivia, con Chillán. Con tierras perdidas
cuyos nombres no me sé porque tengo mala memoria geográfica. Pero con
los olores, con los cielos nublados, con todo el verde que hasta daña
la vista de ser brillante. Y me acuerdo de las veces que he ido. Tanto
acompañado como solo. Como cuando fui con Manuel y nos fuimos en el
tren y cuando sonó la canción en mi mp3, nos miramos y no reímos. En
ese tren en que íbamos en el tercer vagón, sin hablar mucho, ene
cansados, yo mirando por la ventana y notando como los edificios, el
color metálico y el plomo-civilización se hacía más tenue conforme el
tren sonaba como esos que habían antes en todos lados. Sonido a rieles,
nada de ruido a metro.
Como una de las veces que fui solo, cuando me dejé quedar por ahí por
la bajada entrando a Chillán y pasé un día entero solo dando vueltas
antes de llegar. Me acuerdo que me metí en un lado lleno de árboles y
era como bosque intacto: pájaros cantando, esa onda. Olor a tierra
mojada, a eucaliptus. A hojas deshaciendose. Lo sé, sé que suena muy
cliché escuchar esa canción así. Más para un citadino promedio de la
quinta región que viaja hacia abajo, pero es uno de mis fetiches. De
alguna forma me hace sentir bien. Me hace sentir que esas ganas innatas
de ir allá cada vez que puedo es porque de alguna forma pertenezco ahí.
Quizás más allá que acá.
Recuerdo el verano pasado y yo feliz y en mi salsa porque podría llegar
hasta Chiloé. Chiloé y su olor, el paisaje, la casa donde nos quedamos.
El patio que terminaba a las orillas de un lago que desembocaba un poco
más allá en el mar. Un bosque chico, con un refugio interno sellado por
los árboles donde la tierra estaba empapada y los troncos casi
podridos. Como ese tronco de un antiguo canopi roto, con musgo
creciéndole por los lados e impregnado de un olor que acá no hay. Y que
a veces seriamente extraño más de la cuenta.
Cuando los días pasan y me encuentro al final de un ciclo -llámese
semana- justo antes de dar un salto hacia el siguiente y me doy cuenta
que no viví siquiera un día de la semana, me dan ganas de correr e
internarme en el sur. Cuando llueve, cuando cae el agua porque sí y ni
siquiera porque debiera, me dan ganas de estar mojándome en la
carretera austral. Haciendo dedo, comiendo una empanada cerca de
Temuco. Pensando que si llego a Valdivia, podré sentirme pleno.
Este día, partió con un aire sureño. Raro, algo atípico. No sé, algo
extraño en el aire. Ahora que el día se fue y que para todos lo más
importante del día fue el partido que practicamente perdimos con
Venezuela, para mí una de las cosas más importantes fue sentir como ese
aroma a bosques se desaparecía. Y con él, las cosas que hoy en la
mañana existían y ahora no. Algo así. Como un vaivén de recuerdos
fundidos con algo de nostalgia. Como algo tierno mezclado con llantos
en el suelo. Como una risa disimulada estando ebrio.
Como un sueño perdido entre las sábanas.
Y ahora, si miro hacia afuera, hacia la ventana, sólo veo árboles en
movimiento, yendo hacia atrás, marcando dirección. Y me dan ganas de
salir con cualquier cosa puesta y llegar a estación central y subirme
al tren y escuchar música. Y pensar que algún día, todos los días
podrían ser así. Y que no me dijeran pobre, porque iría contento,
feliz, viajando así.
Así.
Y no me digas pobre
Por ir viajando así
¿No ves que estoy contento?
¿No ves que voy feliz?
Viajando en este tren,
En este tren al sur...
1 comentario:
BAGÓN!??!?!!? mátate.
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