Julián se sentó en la arena y miró en dirección al mar. Se avergonzó de sus muslos flácidos que dejaban ver ese roñoso traje de baño que compró en Cartagena hace unos diez años atrás. El tiempo estaba pasando la cuenta de un montón de cosas que ya no tenían importancia alguna. Y si en algún momento la tuvieron, ya es demasiado tarde para corregirlas.
Detrás de sí, montones de parejas y gente y familias y tipos bronceados caminan por la caleta, llevando cafés caros y uno que otro anillo comprado en una tienda de artesanía. La vida perfecta, o una buena copia de ella. Frente a él, el mar se abría pleno y vacío, como un mundo nuevo y extraño, distante, pétreo. El futuro, quizás. Algo bastante más lejos, y muy peor aún, algo bastante más cerca de lo que pensó. La pregunta aquí es: ¿qué ocurre cuando el futuro te pilla? Después de prepararte por años, excusándote, creyendo que nunca te pasaran la cuenta de todo ese enorme y largo parque de diversiones; ¿cómo enfrentas cuando no tienes cómo pagar? A Julián esa pregunta se le olvidó por mucho tiempo. Demasiado.
Su cara tenía pegada el sol, con un expresión que a los que pasaran podrían decir que era serena. Todo menos eso, quizás estática, inexpresiva de tanto miedo. De tanto sol. Estar sentado es lo que mejor ha sabido hacer, evitando pararse, ya que sus piernas no son capaz de soportar el peso de todos sus errores. Ya hasta una pequeña panza comenzaba a aparecer en su vientre.
La televisión, los vicios, el cine, el sueño; todos acumulados a sus 32 años, casi pasando un parte por imbécil. Ya ni siquiera vale la pena llorar, para qué.
Cuando Julián miraba el mar, no miraba nada más que sus cuatro paredes de aquel departamento de segunda en la periferia de Santiago sur. Esas mismas paredes que hoy en día deberían estar con gente, o mínimo, otra respiración aparte de la suya. Cuatro paredes para una sola persona es demasiado espacio. Aun aunque sea de tan sólo 3x3.
"La vida no es tan fácil" le dijo su madre antes de que cerrara la puerta de su casa cuando trató de volver. En algo tenía razón, la vieja. Por única vez.
Julián intentó buscar un cigarro en los bolsillos con cierre, pero no encontró más que el encendedor rosa y un papel que escribió la noche anterior viendo televisión, una manía típica para recordar frases que le gustaron. Abrió el papel y leyó:
"¿Quién planea su vida por los próximos 50 años y luego se tira por la ventana?"
-Sí, quién.
Cerró el papel y lo tiró. "Mucha ficción", pensó.
Detrás de sí, montones de parejas y gente y familias y tipos bronceados caminan por la caleta, llevando cafés caros y uno que otro anillo comprado en una tienda de artesanía. La vida perfecta, o una buena copia de ella. Frente a él, el mar se abría pleno y vacío, como un mundo nuevo y extraño, distante, pétreo. El futuro, quizás. Algo bastante más lejos, y muy peor aún, algo bastante más cerca de lo que pensó. La pregunta aquí es: ¿qué ocurre cuando el futuro te pilla? Después de prepararte por años, excusándote, creyendo que nunca te pasaran la cuenta de todo ese enorme y largo parque de diversiones; ¿cómo enfrentas cuando no tienes cómo pagar? A Julián esa pregunta se le olvidó por mucho tiempo. Demasiado.
Su cara tenía pegada el sol, con un expresión que a los que pasaran podrían decir que era serena. Todo menos eso, quizás estática, inexpresiva de tanto miedo. De tanto sol. Estar sentado es lo que mejor ha sabido hacer, evitando pararse, ya que sus piernas no son capaz de soportar el peso de todos sus errores. Ya hasta una pequeña panza comenzaba a aparecer en su vientre.
La televisión, los vicios, el cine, el sueño; todos acumulados a sus 32 años, casi pasando un parte por imbécil. Ya ni siquiera vale la pena llorar, para qué.
Cuando Julián miraba el mar, no miraba nada más que sus cuatro paredes de aquel departamento de segunda en la periferia de Santiago sur. Esas mismas paredes que hoy en día deberían estar con gente, o mínimo, otra respiración aparte de la suya. Cuatro paredes para una sola persona es demasiado espacio. Aun aunque sea de tan sólo 3x3.
"La vida no es tan fácil" le dijo su madre antes de que cerrara la puerta de su casa cuando trató de volver. En algo tenía razón, la vieja. Por única vez.
Julián intentó buscar un cigarro en los bolsillos con cierre, pero no encontró más que el encendedor rosa y un papel que escribió la noche anterior viendo televisión, una manía típica para recordar frases que le gustaron. Abrió el papel y leyó:
"¿Quién planea su vida por los próximos 50 años y luego se tira por la ventana?"
-Sí, quién.
Cerró el papel y lo tiró. "Mucha ficción", pensó.
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