viernes, 28 de enero de 2011

Insomnio incoherente.

Las mañanas ya casi siempre me parecen iguales. Las mañanas parten con Friends y las noticias aparecen tipo las 8. La ventana semi-empañada ocultando una día que se levanta medio nublado. Quizás, con algo de suerte, algo de Coca-cola queda en la botella. Siento mis pulmones hinchados en humo, contraído. Siento mis ojos pesados, pero el sueño me repele. Una vez escuché a alguien que dijo -o quizás lo leí- que cuando uno soñaba se metía en el mundo perfecto. Creo que me sucede todo lo contrario.
Hoy me levanté -no me acosté- con la cabeza revuelta. Como si mi cerebro fuese una olla a presión con agua hirviendo. No veo salir el vapor. Siento como si las venas de mi frente se hincharan, casi como anunciando que mi cabeza quiere hacer corto-circuíto. Tengo miedo, yo cacho. Tengo lata. Tengo y tuve todo y siento como si fuera nada.
Veo los callos y cortes y las uñas mordidas de mis manos y es como si todo lo que ha sucedido hasta hoy es un mero capítulo de una serie que no vi más. Todo lo pasado y el hoy son como nada. Como si hubiera estado durmiendo, como si lo hubiera inventado en mi cabeza, jugando con mis peluches. No sé si lo que sucede conmigo es algo permanente o es algo que salta de a poco. Pensaba que ya menos que antes.
Pensaba que a mi cabeza le era más fácil ocultar. Olvidar no es una opción, ocultar y hacerse el hueón era la fórmula perfecta. Era.

Me veo al espejo y tengo unas ojeras gigantes. Miro mi pelo largo y me pregunto todo lo que han visto, todo lo que han sentido y todo lo que ha pasado y que nunca volverá a pasar. Miro mis ojos y noto que las venas no están hinchadas como pensé. Están algo rojos. Ojalá tuviera Clarimir.
Caché, de la nada, divagando, extraviándome; que tengo tantas cosas que preguntar. Lo penca, lo lata, es que son ese tipo de preguntas que no debo hacer. De esas que sólo deben quedar entre tu pensamiento y el inconsciente. Preguntas que cansan, latean, aburren, extinguen, absorben de una manera tan enferma que las preguntas más importantes de la vida parecen ser triviales. Y creo que me están consumiendo y me da esa especie de paranoia de preguntar: A ver, con quién es tu lealtad, ¿conmigo o con quién nunca te aportó nada más que la mano una vez que salió una problema tan mínimo que duró menos de un mes?
Ya no sé en quién contar. Pero eso no es lo que pasa, es una consecuencia. No, no es el problema: es el residuo.
Supongo que cuando un alma es fracturada, no se vuelve a unir. Y si es que sana, no sana igual. Supongo que cuando uno es traicionado o herido o golpeado, nunca vuelve a ver un mismo evento similar como algo seguro. Siempre hay algo escondido, una paranoia, un sentimiento perseguido que no te deja pensar igual. No te deja disfrutar, vivir, respirar igual.
Sea lo que sea que suceda conmigo, no me gusta. No me agrada cerrar los ojos y despertarme de súbito con las mismas caras incrustadas en el interior de mis párpados, recordando todas esas canciones y lugares y seres extraños, en situaciones cuáticas, en días memorables que ahora no tienen significado alguno. No estoy de acuerdo con, cada tanto, sentir que todo lo que camina es mi enemigo y que todo lo que sucedió alguna vez murió conmigo y que la vida, para siempre, nunca más, hasta que de mi último respiro en esta puta tierra, sucederá.
¿Tan poderosa es una decisión?
¿Alguien mide, alguna vez, las consecuencias que tienen?

Me siento torpe. Me siento niño.
Siento que la vida ha avanzado tanto, que el cronómetro ya ha marcado tanto y yo recién estoy terminando de leerme el manual. Y, aun así, si me hicieran una prueba ahora mismo reprobaría.
Es simple: no tengo salvación, nunca me podré acomodar a la realidad.


Piensa en las cosas que te hacen sentir
cada segundo vivir o escapar
Este momento y la gente al pasar
Sientes por dentro que todos se van
Sientes por dentro que todos se van
Sientes por dentro que todos se van…

viernes, 7 de enero de 2011

De la fuerza.

Si pudiera ser sincero un momento, quedaría la escoba. Estoy seguro. Lo que pasa es que uno siempre anda con sus secretos y todas esas cosas que uno tapa para que nadie sepa donde atacar. Con el tiempo me he dado cuenta que eso de la confianza y todo lo que conlleve, es una cuestión complicada, sí, pero más que eso: es un punto de no retorno. Es como ser un superhéroe y llegar y contarle a alguien que la kriptonita es tu debilidad. ¿Qué pasa si esa persona se transforma en tu némesis? Todo eso que llevó a formar un lazo, una relación, una amistad, lo que sea; todo lo "bonito" y "buena onda", lo agradable, los ratos que estuviste tirado en un sillón conversando se transforman en la flecha que ahora tení atravesá en el pecho. Algo así.
Tampoco es por ser paranoico, pero así es. No es la última vez que pasará.

Antes era muy curioso. Mucho más de lo que soy ahora. Siempre salía mal, pa-trás, herido, lateado. Todo, lo que en el fondo se oculta, es porque no debería ver la luz jamás. Y eso cuesta entenderlo. Con eso de la confianza y de querer saberlo todo, de querer compartir, de saber que las caras que uno ve son las reales y que no hay nada abajo que pueda pinchar y cortar; uno esperar que no hayan secretos sucios, oscuros, rastreros.
Pero la mayor parte del tiempo los hay. Y más vale hacerse el huevón que estar decepcionado todo el día. Por eso aprendí a mitigar las ganas. A buscar menos, a hacerme el sordo, a no ver.
Es eso o cerrarme permanentemente a la idea de poder contar con gente real y con lazos reales.
Comillas: "reales".

Hace un rato revisaba, daba vueltas. Pasó lo que podía ocurrir. Filo, supongo. Podía pasar.
La cuestión es que no sé de qué va todo esto. No sé qué tanto de antes y de ahora ha mutado en mí. Por la cresta, si hay algo que es cierto es que siempre he sido sincero. Y ahora que me acordé de un par de cosas, pienso que la gente jura de guata que olvidé todo y todo lo que habré dicho alguna vez. Y no, -a veces benditamente, a veces todo lo contrario- no se ha ido nada. No he olvidado las promesas del año pasado, las del anterior, las del colegio. Las extrajeras y las locales. Las a cara o en escrito. Las camufladas en algún cuento que escribí.
Igual no es fácil. No es fácil que algo pase y uno trate de saber cómo reaccionar. Y a veces aunque uno eche de menos o lo que sea, no es tan fácil perdonar. O siquiera volver a decirlo por algo de sanidad mental. Cualquier cantidad de gente que se ha ido o uno ha sacado de su vida por equis motivo y que en el fondo nunca volverán. Y gente que llega todos los días y aparecen y no tantos se quedan como solían quedarse antes. Mientras más pasan los años, más aumenta el handicap de la vida, yo cacho.
A veces me gustaría ser ermitaño y ahorrarme todo esto de las relaciones humanas. Con algunos lo paso bien, sí, pero nada me garantiza salir perdiendo mañana. Supongo que si lo intento, si sigo tratando de confiar -que a veces sucede, no lo niego y me asombra, mucho, demasiado y agradezco ene cuando pasa- es porque trato de sobrevivir. Experimentar, en el fondo, es porque supongo que mientras más complicado, aprendo más.
Es curioso, pero hablando de esto imagino cómo se borran las palabras que alguna vez habré dicho a alguien, esfumándose en humo de los cigarros que se van apagando y cómo se queman las palabras y letras que habré puesto en papel, ahora en el fondo de una pira, borrando el testimonio de lo que haya pasado.

Tantos platos rotos, tantos.

La vida es extraña y no la entiendo.
La gente es extraña y no la entiendo.
Nunca entenderé porque arman tantos enredos en sus vidas y ahogan sus alegrías en vasos de agua, creando tormentas, olas gigantes y arrasan con todo futuro, todo presente. Nunca entenderé por qué cuando son felices salen huyendo.
A veces me gustaría volver, retomar, hablar un rato, hacerme como si nada hubiera pasado, pero mi propia dignidad, mis ganas de querer avanzar, mis ganas de querer crecer y aprender y, por sobretodo, superarme, me hacen todo más difícil de aceptar. "A buenas razones, buenas repuestas. A preguntas cortas, repuestas cortas" Como leí por ahí.
Quizás el mañana es más claro. Quizás la vida se pega una vuelta y todo mejora.
Quizás hoy ya se está sembrando lo mejor.
Sería bueno.

Los fantasmas me siguen persiguiendo, pero ya no me asustan. Hay que avanzar.


Los ciclos se repiten, las rotondas interminables donde uno se queda de por vida. Pero, a veces, uno de tanto dar vueltas agarra vuelo y sale impulsado fuera de la rotonda. La cuestión, la pregunta, es la siguiente:
¿Es mejor arriesgarse en lo conocido de la rotonda, o cruzar los dedos esperando que donde uno caiga será mejor?
Siempre se puede estar mejor, dijo el optimista.
Siempre se puede estar peor, dijo el pesimista.
Siempre se puede estar no más, dije yo.