Estoy mirando el cielo. Raso, pintado de azules, blancos y cianes. Estirado, eterno y largo sobre todo. Despreocupado y lento, moviendo la brisa y dibujando cosas que sólo entiendes si te detienes un rato a ver y pensar un poco. Si haces una pausa en tu vida.
Mentí. No estoy viendo nada. Estoy imaginando, pero no estoy viendo nada.
Tengo un brazo estirado. Una mano tratando de alcanzar lo más alto y no agarro. No encuentro nada en el viento donde sujetarme. Podría sostener un paraguas. O quizás no: estar en la misma forma, con la lluvia sobre la cara, sobre todo el cuerpo, empapado, con los calcetines cafés de haber pisado el barro. Pero no llueve, no llueve y sigo esperando que se vaya el sol.
Infinito e incesante. Tic, tac, tic, tac. Bom-bom, bom-bom. Todo al compás, con un ritmo. Voy a tener que practicar bailar más a menudo: no quiero perder la marcha.
Adelante, atrás, adelante, hacia un lado y frente a frente. No te alejes. Sólo un rato, ¿ok? No es nada, sólo quiero.
Es un deseo no más, un quiero. Es que no me gustan los finales. Ya sean felices o no. Una vez oí que los finales felices no existen. No lo sé. He tenido muchos finales hasta ahora, tantos, que ya no sé cuando está terminando algo y yo ya me ví inmerso en algo que no quise comenzar. Por mí, leería un libro por siempre.
Estoy seguro.
Puede ser que yo esté sólo imaginando, fantaseando o palabreando, pero da igual esto: estas palabras y relleno de más, o pseudo-novela contada en bits sobre mí. Importa lo que pasa afuera, lo que se devuelve una vez que lanzas el boomerang. Lo que viene cuando ya decidiste saltar. Por eso, por esto mismo, es que no quiero dar finales. Y desde ese mismo concepto, es que esta entrada no tendrá punto final. Sólo puntos seguidos.
Sin final
Mentí. No estoy viendo nada. Estoy imaginando, pero no estoy viendo nada.
Tengo un brazo estirado. Una mano tratando de alcanzar lo más alto y no agarro. No encuentro nada en el viento donde sujetarme. Podría sostener un paraguas. O quizás no: estar en la misma forma, con la lluvia sobre la cara, sobre todo el cuerpo, empapado, con los calcetines cafés de haber pisado el barro. Pero no llueve, no llueve y sigo esperando que se vaya el sol.
Infinito e incesante. Tic, tac, tic, tac. Bom-bom, bom-bom. Todo al compás, con un ritmo. Voy a tener que practicar bailar más a menudo: no quiero perder la marcha.
Adelante, atrás, adelante, hacia un lado y frente a frente. No te alejes. Sólo un rato, ¿ok? No es nada, sólo quiero.
Es un deseo no más, un quiero. Es que no me gustan los finales. Ya sean felices o no. Una vez oí que los finales felices no existen. No lo sé. He tenido muchos finales hasta ahora, tantos, que ya no sé cuando está terminando algo y yo ya me ví inmerso en algo que no quise comenzar. Por mí, leería un libro por siempre.
Estoy seguro.
Puede ser que yo esté sólo imaginando, fantaseando o palabreando, pero da igual esto: estas palabras y relleno de más, o pseudo-novela contada en bits sobre mí. Importa lo que pasa afuera, lo que se devuelve una vez que lanzas el boomerang. Lo que viene cuando ya decidiste saltar. Por eso, por esto mismo, es que no quiero dar finales. Y desde ese mismo concepto, es que esta entrada no tendrá punto final. Sólo puntos seguidos.
Sin final
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