Un agujero en el tiempo, las horas avanzan al revés. Y el silencio se corta y oyes los ruidos lejanos. Tu cara se marca sobre la escarcha y no alcanzas a darte cuenta del estruendo cerca de mi cuerpo.
Quisiera que estuviera lloviendo, que las gotas estuvieran tratando de separar nuestras caras, pero no pasa. Es muy temprano aun para que eso suceda. Se sienten ojos en mi espalda, fríos, recorriendo los milímetros y, aunque los aborrezco, no me importan, no me frenan, pero me detienen igual.
Es un espacio, un mundo totalmente nuevo. Mis ganas de querer evitar los daños y mis ganas de no frenar lo que estoy sintiendo se reflejan en la torpeza: en una temblorosa y mal actuada normalidad. Está bien, es algo que hay que hacer.
Pero, ¿cómo evito seguir? ¿cómo puedo evitar parar todo esto?
No quiero parar, no quiero que sean las manos que están alrededor de este espacio lo que frene lo que se supone es normal. Un beso eterno, quizás sólo largo, con un cuerpo que no es mío, pero que se siente como tal, cerca y tibio alejado de todos, menos de mí. No cuesta nada soñar, más cuando es como la realidad.
Tu cara tiene un matiz que me agrada, aunque no me dejes mirar todo lo que quisiera. Mi cabeza vuela y se pierde y casi se escapa, pero es tu mano la que como un hilo la mantiene sujetada en la tierra. Y eso que me dicen "creativo", que tiendo a volar. Un cable a tierra es sano, tu mano me hace bien.
Me siento como un ciego, acostumbrado a vivir en la oscuridad. Como un ciego que dos veces por semana -cuando se puede- abre los ojos y funcionan y todo se ve distinto. Y escucho una risa, pero no es la mía. Escucho música, pero no es la mía. Y siento que en un segundo puedo arruinarlo todo, pero me salvas y no pasa. Creo, no tanto como suelo destrozar. Me siento amortiguado, acostado sobre una sábana menos rugosa que la normal. Más suave que las mías. Esas, las mismas donde me acuesto cuando un día acaba y estoy de vuelta, con ojos cerrados, ciegos marrones apagados a voluntad, y un sentimiento de que algo se fue.
No sé que más podría decir, no sé como podría afectar una palabra más o una menos. Esto es un porque-sí, esto es lo que quiero decir y no siempre tengo tiempo o la fuerza, o la situación. Esto es algo que nace y que cuando lo hace necesito dejarlo registrado. Porque si no puedo pecar de ser como cualquier otra persona, cualquier otro ser que olvida lo que recordó al despertar.
¿Lo escuchas? Quizás no, pero está sonando. Marcando paso. Incesante.
Yo sí, lo escucho, pero no es mío. Ahí está otra vez.
Y el silencio volvió.
Y volvió a contar horas, días, segundos y vacíos temporales.
Y ya está claro, ya soy muy obvio.
Pero no importa, estos son esos secretos que se entienden cuando uno sabe qué entender.
Y... ¿Qué puedo decir después de esto?
Nada, sólo las cosas que rompen tu tímpano cuando mi voz es más fuerte de lo que debería ser.
Quisiera que estuviera lloviendo, que las gotas estuvieran tratando de separar nuestras caras, pero no pasa. Es muy temprano aun para que eso suceda. Se sienten ojos en mi espalda, fríos, recorriendo los milímetros y, aunque los aborrezco, no me importan, no me frenan, pero me detienen igual.
Es un espacio, un mundo totalmente nuevo. Mis ganas de querer evitar los daños y mis ganas de no frenar lo que estoy sintiendo se reflejan en la torpeza: en una temblorosa y mal actuada normalidad. Está bien, es algo que hay que hacer.
Pero, ¿cómo evito seguir? ¿cómo puedo evitar parar todo esto?
No quiero parar, no quiero que sean las manos que están alrededor de este espacio lo que frene lo que se supone es normal. Un beso eterno, quizás sólo largo, con un cuerpo que no es mío, pero que se siente como tal, cerca y tibio alejado de todos, menos de mí. No cuesta nada soñar, más cuando es como la realidad.
Tu cara tiene un matiz que me agrada, aunque no me dejes mirar todo lo que quisiera. Mi cabeza vuela y se pierde y casi se escapa, pero es tu mano la que como un hilo la mantiene sujetada en la tierra. Y eso que me dicen "creativo", que tiendo a volar. Un cable a tierra es sano, tu mano me hace bien.
Me siento como un ciego, acostumbrado a vivir en la oscuridad. Como un ciego que dos veces por semana -cuando se puede- abre los ojos y funcionan y todo se ve distinto. Y escucho una risa, pero no es la mía. Escucho música, pero no es la mía. Y siento que en un segundo puedo arruinarlo todo, pero me salvas y no pasa. Creo, no tanto como suelo destrozar. Me siento amortiguado, acostado sobre una sábana menos rugosa que la normal. Más suave que las mías. Esas, las mismas donde me acuesto cuando un día acaba y estoy de vuelta, con ojos cerrados, ciegos marrones apagados a voluntad, y un sentimiento de que algo se fue.
No sé que más podría decir, no sé como podría afectar una palabra más o una menos. Esto es un porque-sí, esto es lo que quiero decir y no siempre tengo tiempo o la fuerza, o la situación. Esto es algo que nace y que cuando lo hace necesito dejarlo registrado. Porque si no puedo pecar de ser como cualquier otra persona, cualquier otro ser que olvida lo que recordó al despertar.
¿Lo escuchas? Quizás no, pero está sonando. Marcando paso. Incesante.
Yo sí, lo escucho, pero no es mío. Ahí está otra vez.
Y el silencio volvió.
Y volvió a contar horas, días, segundos y vacíos temporales.
Y ya está claro, ya soy muy obvio.
Pero no importa, estos son esos secretos que se entienden cuando uno sabe qué entender.
Y... ¿Qué puedo decir después de esto?
Nada, sólo las cosas que rompen tu tímpano cuando mi voz es más fuerte de lo que debería ser.
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