miércoles, 10 de febrero de 2010

La soledad es parte de la libertad (final descartado de Adiós) + entrada aparte.

Es extraño, pero cuando Andrés miró por largo rato el Arco del Triunfo, supo que realmente había triunfado. Que realmente se sentía bien.
Sorbió un poco de ese café que tanto le costó pedir. A pesar de ya haber estado al menos unas cuatro veces en París, aún no agarraba mucho más del idioma que un simple
Au revoir. Mucho menos el acento.

La tarde estaba enfriando cuando al fin decidió dejar la cafetería de pinta renacentista. Decidió caminar por la plaza y escuchar ese mp4 de segunda mano que compró en un boulevard perdido en las calles de España.
Se sentó un una banca que miraba hacia donde el sol se ponía. Y ahí se quedó: escuchando música frente a las calles repletas de personas en abrigos de pieles, boinas y unas extrañas botas. Se miró y al ver la camisa un tanto deshilachada y esa chaqueta marrón con un botón faltante, sintió que era demasiado notorio que no era de allí.
Se puso la boina que compró de curioso en un almacén que debe haber existido desde los tiempos de Napoleón y se abrochó la chaqueta.
Se sintió más tranquilo. Llamaba menos la atención.
El cielo se había bañada de un color miel intenso. Prendió un cigarrillo y no pudo más que quedarse ahí y observar como el sol desaparecía tras los antiquísimos edificios de la ciudad.

No era la primera vez que estaba en París, cierto. Pero al igual que en todas las ciudades nuevas que visitaba, salió de noche a conocer la ciudad apagada. A revisar los mismos lados que probablemente vio en el día, pero con la ventaja de estar cubierto por la noche. Lo que lo hacía todo más exquisito. Más real, posible.
Se dio un par de vueltas por el centro, bajó por los suburbios y luego se perdió por las calles que desembocaban en la carretera.
Hacía frío, pero no importaba. Se dedicó a caminar sobres los
ojos-de-gato amarillentos del borde de la carretera, que, extrañamente, estaba sola, abierta. Solitaria.
Perfecta.
Por un momento miró hacia el cielo mientras caminaba sin miedo a caerse. Vio la luna, y pudo apostar que era como una ventanilla hacia atrás. Empezó a ver un par de recuerdos proyectados sobre la blanca tez de la luna. Y antes de desembocar en algo de lo que no podría retornar, subió el volumen del mp4 a lo máximo que daba para evadir los recuerdos. Para acallar los pensamientos.
Cosa que por años le había funcionado bastante bien.
Lo suficiente.




Dicen que los años cicatrizan las heridas. Andrés se preguntó tantas veces cuantos años necesitaría para no tener ni una huella del pasado sobre si. O si su vida sería suficientemente larga para alcanzar ese momento.
Se había quedado ya una semana en París. Y ése mismo día decidió partir, quizás, con suerte, a Manchester. Después de levantarse y hacer la cama de esa pensión de segunda, de tercera probablemente; se dio una ducha. Al salir, comenzó a empacar la maleta. Y por primera vez se dio cuenta que desde Chile había salido con tres maletas y un bolso. Y que ahora únicamente quedaba el bolso. Algo harapiento, algo roto. Pero era básicamente lo único que le iba quedando desde el inicio de esta etapa.
Recordó que una de las maletas la vendió en Berlín. Lo suficiente como para costear una cena en un restaurant caro del norte de Europa. La segunda la regaló en un pueblecito rústico de Ucrania. A una familia que lo alojó por más de un mes. Dejó su reloj, la maleta y varias prendas de ropa.
Y la tercera desapareció cuando, después de emborracharse en un muy bizarro bar de Alemania, estuvo tirado durmiendo a la intemperie soñando con todo lo que dejó atrás.
Pero no importaba, cada día era más notorio que todo lo que tenía era lo suficiente para ser feliz.
Una mentira. Casi verdad.

Había conocido tantas personas, había visto tantas caras, tantos acentos. Lenguas, calles, plazas; había estrechado tantas manos, comido en tantas casas. Observado las mismas estrellas de siempre, las mismas noches en tantos lados y aún así seguía completamente solo.
Básicamente solo. Y a pesar de sentirse mejor que estando atornillado en donde estaba, sabía que algo seguía faltando en su vida.
Y que probablemente no podría volver a tenerlo. Ya no, muy tarde.
Demasiado.




Antes de tomar el bus para UK, se dio una vuelta por la estación centrar de París. Compro cigarrillos y dio varias vueltas por la estación.
Luego de comprar el diario como excusa de leer algo, se sentó en una banca y subrayó todos los vuelos que partían a Chile. Todos los que nunca iba a tomar.
¿Se estaba arrepintiendo de todo esto? ¿O era sólo una etapa?
Quizás vivir todos los días sabiendo que huiste, que tuviste que sacrificar tanto para poder sentirte bien, podía llegar a agotar.
Antes de que todo esto se apoderara de él, Andrés cerró y tiró a la basura el diario.
Ya era hora, y el bus iba a partir.



Se paró y se internó en la calle donde estacionaba su bus. Y allí fue cuando quedó congelado. Frío, impactado.
Al otro extremo, al final de la cuadra, había una cara conocida mirándolo. Casi llorando, contenta.
Fue fuerte. Fue extraño. Pero era lo mejor que le había pasado en seis años.
Y una sonrisa se le escapó.

Esto era lo que andaba buscando.


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Esto va a terminar matándome. ¿Por qué puedo escuchar sus voces susurrando secretos que no me corresponden? Pucha, si pedí ser normal, ¿por qué tengo que tener esto en mi cabeza que salta a ratos?
Da lo mismo lo que me digan. Lo sé igual. Y no es agradable saberlo.