jueves, 5 de marzo de 2009

Antes de dormir.

La noche está en silencio. Soy un secreto en medio de toda la oscuridad, inserto entre cigarros, bebida y comas y puntos suspensivos.
Hay una sensación en la espalda, un vaivén lento que recorre toda la espina, como cuando uno se echaba Calorub o algo similar. Mi pijama huele a tabaco, supongo que yo igual. Tabaco, colonia y un olor que no es mío, pero que impregna mi polera Levi's potentemente.
Bacán, rico. Podría oler toda la noche.
O lo que queda de ella.

Las horas avanzan, dentro de segundos que se codean por llegar a marcar, mientras siento mi cuerpo sometido a todo esto nuevo que lo envuelve. Esto ya lo pasé antes. Aun así no deja de ser nuevo, extraño, diferente. Pasó, pero es como que fuera un novato. Sé que respiro todos los días, pero es como que hoy aprendí a inhalar. Y exhalar. Mucho.
No me gusta que los días acaben, que mueran negros y yo siga aquí, pero no hay otra forma de ser. No hay otra forma de estar bien con uno mismo, si es que eso es posible.
Veo como este día murió y yo sin darme cuenta estoy atrapado en el mañana.
Tengo miedo. Como siempre. Nada nuevo bajo el sol.
No, error, ya no tengo miedo. Sólo tengo ansias.

Mi cabeza repasa secretos que ya no lo son. Mi pecho se siente liviano por ya no estar repleto de palabras atoradas. Dicen que todo siempre es para mejor. Creo. Espero. Soy la persona más insegura que conozco completamente. Pero a veces, como ahora, no puedo evitar sonreír al acordarme que los nervios que ya no están son los del silencio. Quizás lo que uno cuenta es fome. Pero todo algún día se sabe, lo sé y, por lo demás, es lo mejor. Relaja, aliviana, reactiva más de lo afirmado.
Escuchas y cuentas y con cada secreto se escapa una especie de vapor desde el pecho, el estómago. La cabeza.
Relajo, relajo, silencio. Tranquilo.
Los nervios que quedan son los disfrutables.

Puede ser.

No puedo creerlo. No sé como es que terminé aquí, no lo explico, lo siento. Puede ser que sea mi gran trauma, no quiero hablar por un rato, hazme callar.
No sé, de la manera que sea, sólo no me dejes hablar.
Me siento medio tonto. Con medio cerebro, en realidad. No sé como es que soy tan poco convincente. Tan poco creíble, sueño como un niño que no sabe hablar. Tartamudo y de boca pesada.
Quizás, sigo siendo lo que fui. No sé como es que alguien puede soportarme. A veces ni yo lo hago cuando me leo. Cuando me miro al espejo y veo más allá de los ojos cansados tratando de mantenerse despiertos.

Divago. Harto.

No puedo quejarme. A pesar de lo que soy, de quien soy, lo único que he perdido es lo que no quiero. Y lo único que he ganado es lo que no esperé. Complejo. La sensación permanece después de tanto tiempo a pesar de los tropiezos entremedio. De las caídas, de los golpes, de los ratos tirado en el suelo sin preocuparse por levantarse. Se mantiene, pero no es igual. Cambió. Mutó, mejoró, puede ser. No sé cual es la palabra. Es como las cosas que me carga determinar. Ponerle nombres a las cosas por lo demás, cuando probablemente lo que a mí me importe nunca tenga nombre para el mundo. Los nombres propios son lo mejor.
Los nombres que nacen superan con creces el resto. Al resto.
Uno los mira de lejos, los critica y lo encuentra estúpidos. Y lo son. Uno está "dentro", los mira de lejos, los critica y los sigue encontrando estúpidos. Y lo son.
Uno jura de guata que lo propio es lo mejor.
Y lo es.

Lo es...

Entonces, ¿por qué tanto rollo interno?
¿Porque tanto susto a lo que ya se esfumó?

La reacción, puede ser.

Sólo dos moralejas: deja de ser tan estúpido. Deja de ahuyentar lo que tu mismo esperas ser, vivir y sentir.
Total... quieres -quieres, mucho-. Total, eres.
Total, todo está bien.

¿No?

...








Sí.




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