Me gusta saber que cuando quiero puedo ser lo más explicativo que quiero. Se entiende todo, a la primera. Y no, mentira, no es cuando quiera: es cuando sale. En el fondo es eso. Es eso lo que me gusta: no tener el control de saber cuándo las ideas que tire sobre el papel, la pantalla o con el arcaico método de mi voz tendrán el efecto que quería. Si será más críptico o claro. Si es que, mi cerebro me protegerá e intercambiará las palabras o las dejará fluir. Esa como selección extrasensorial y ese mutismo y dislexia tan poco practicados que se puede manifestar de la forma más natural -de la nada y sin pautas- al tratar de explicarme, de decir lo que siento.
La gracia de todo eso es que cuando funciona, es bacán, porque lo siento como un logro. Cuando no sucede se presentan tantos tonos distintos que ninguno es mejor que el otro. A veces, incluso, causa mejor efecto que si funcionara y todo fuera tan claro.
Hoy, a mis 26 años, sigo dándome cuenta que mi cabeza es un cúmulo desordenado de ideas inconexas. Una caja cerrada, una cueva oscura donde sólo dentro se sabe si las cosas son o no son. Un libro grueso con más de la mitad de las hojas vacías, donde cualquiera puede llegar y leer, pero no cualquiera entender.
Un pedazo de vidrio, un prisma, tan claro y transparente, tan indefenso; pero que si es visto desde la perspectiva errónea puede ser confuso, desenfocado y errático.
I'm 67 years old. Every day, the future looks a little bit darker. But the past... even the grimy parts of it... keep on getting brighter.
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