viernes, 1 de octubre de 2010

Metro: esos 20 minutos de vacío entre un lugar y otro.

Tenía varias cosas que quizás podía presentar, pero al momento de exponerme a la hoja en blanco nunca nada salía.
Pensé que iba a terminar de hablar de otra cosa, más reciente, pero no pasó. Quizás luego lo haga, necesito sacarlo de adentro. Pesa demasiado. Y es más raro de lo que alguna vez pensé.
Estoy seguro que se llamará House it's not a Home. Esa canción le queda bien. Ok, retomo:
no tenía nada que escribir y nada salía. Miento, tengo mucho que escribir y nada sale, así que me aproveché de este texto que encontré en el note, cuando me da por escribir en el metro. Está hecho en varios días y con un tema de fondo y muchos temas como acompañante.
Al final, siempre trata todo de lo mismo, así que da igual.
En fin, la entrada.


Es martes. El día antes de la tormenta. Estoy en el metro, con el note. Y este inicio, este comenzar de la entrada me hace revisar que en este mismo notebook –algo lento, sobrecargado, con faltas de un buen formateo que lo libere- hay al menos unas 3 o 4 entradas escritas en el metro. Habladas en el metro. Realmente no recuerdo cuántas de ellas habré publicado, pero me llega a llamar la atención cuanto puedo concebir en el metro. Cuantas ideas pueden llegarme en 20 minutos de viaje con solo ver las caras de los que se acomodan en los asientos de plástico-con-tela.
Creo que sus caras me dan ideas. O me hacen comenzar a pasarme películas sobre qué será de ellos. De sus vidas. De por qué sus caras son como son ahora. Siempre lo he hecho, creo. Siempre he intentado adivinar qué está detrás de cada puerta. O detrás de cada arruga, detrás de cada ojo que se cae por el sueño.
A pesar de todo, a pesar incluso de que alguna vez pude haber dicho lo contrario, creo que me gusta el metro. No completamente, ni estoy del todo seguro. Pero se me ocurre que a veces no la paso tan mal como esperaría. Ahora no es el momento idóneo para ejemplificar esta teoría, pero la idea no deja de cruzarme la cabeza. Se me hace lógico, después de todo paso ene tiempo metido en estos vagones, y no precisamente por amor, si no por necesidad. Que a veces –si no siempre- te hace dejar de lado todo lo demás. Y el resto no importa.
Una vez lo recordé en otra entrada, pero ahora comenzó a sonar la canción de nuevo y no puedo evitar recordarlo. Tren al Sur. Tiene recuerdos. Sur, sábado en la mañana, Manuel, camiones, camionetas, carretera austral. Calor. El recuerdo me abruma. Qué buenos tiempos. Fue ideal, fue –casi, casi- perfecto. 
Me encantaría repetirlo. En serio. Las condiciones ahora no son favorables para que así sea. Sería imposible. Las piezas que estuvieron en ese entonces ya no están. Se desplazaron, se corrieron. Perdieron ubicación, o peor aún, forma. Ya no calzan. Ni aunque quisiera. Perdieron pedazos, fragmentos, no se pueden recuperar. Ya no.

Todo lo que se triza alguna vez, por más que se le pegue, lo trisado queda. Las grietas son las evidencias.
 
 
Son las como 20 para las 9, por lo que dice el letrero del metro. En 6 minutos más debería pasar mi metro a casa. Estoy en viña, entregando –entregué- un trabajo. Me acabo de comer una de esas sopas instantáneas que siempre veía comiendo a los orientales. Me encantan, son tan químicamente bacanes. Entré el calor mientras, curiosamente, daban el partido de paraguay contra Japón. 0 a 0. A cero. Finalizando el segundo tiempo. Hace poco –ayer- perdió chile también. Se aprecia una leve –pero aceptada, se sabía, “por confirmar”- depresión colectiva en el ambiente. En realidad, más allá de gustarme la adrenalina que provoca ver un partido del mundial –más si tu país juega y tú juegas a tener esperanzas-, me da lo mismo. No me sumo. Era lógico, quizás.
Mi mente está en otro lado. Mi mente siempre está en otro lado. Como viviendo a paralelos. Es raro eso de sentir tu cuerpo en un lugar, mientras la proyección interna en tu cabeza está pasándote películas en 35mm de lugares que nunca has conocido. Como, no sé, las callecitas antiguas de París. La cafetería que antes solía ser la casa de Nicolás Flamel. Las amplias carreteras llenas de campos, cerca de Stalingrado. El tren subterráneo camino a Inglaterra. Supongo que toda mi vida he estado en esos lugares vagando, deambulando,  recorriéndolos, en mi mente. Una suerte de experiencia de separación de cuerpos. Extracorporal, quedaría mejor.

 
 
Eso lo escribí anoche. Anoche era un día en que no sabía nada. Hoy, sé un poco más. No lo suficiente aún. Aún queda. Aún un par de preguntas que contestar. 
Anoche iba a seguir tecleando en el viaje de regreso. Cuando llegó el carro y cerré el note en la estación, noté que todos venían como sardinas. Me sumergí en el mar de gente, haciéndome un cupo. Imposible de teclear. Me entretuve –ya que como dije, mi iPod está muerto- en la conversación de una tipa y un tipo que estaban a mi lado.
-El profe siempre me molesta. Supongo que es por mi nombre, no cacho, o por mi viejo.
-Es que igual po, cuando yo te conocí no podía creer tu nombre.
-Siempre le pregunto a mi viejo que por qué po. Pero nunca me responde bien.
-Es que igual es raro po. O sea, cuando yo te conocí dije “qué onda” porque igual yo soy fanática de los Beatles. ¿Y tení segundo nombre?
-Sí. Samuel. Lennon Samuel. No pega mucho. –ríe.
-Pa’ nah… -ríe también.

Es miércoles y estoy de nuevo en el metro. Ahora sé que mi pellejo se puede salvar. Un poco. Creo. No estoy del todo seguro ahora, sólo falta algo por confirmar. Creo que tengo fe o esperanzas o algo así. 
Hoy ha sido un día largo. Quizás, por una serie de eventos desafortunados, más pasable de lo que pensé. Un poco más desanimante de lo que quería. Un poco mejor de lo que sospeché. Llevo ahora, hoy, otras ideas en la cabeza. Y se me ocurre que nunca había tecleado por dos días contínuos un texto que no tiene mayor relevancia ni fin. Sé he tecleado más, de una, de corrido. Vomitando material de una. Esto es distinto, creo. Se siente así. Es como cuando estaba embalado escribiendo y escribiendo un cuento que resultó ser más largo de lo que sospeché. Llegó a sumar 109 páginas y aun no terminaba. En su tiempo, estaba metido con esa historia. Me gustaba cómo se iba desarrollando. Creo que si la leyera ahora, después de tanto, después de todo lo que ha pasado entremedio, junto con esta distancia del tiempo; no me parecería lo mismo. Quizás no me gustaría. No la aprobaría, me daría vergüenza por mala.
Estando en esto, creo que mi necesidad de escribir continuamente es por una mera cuestión de distensión. De liberar las cuotas de frases y escenas y personajes que me van saltando. O para tener un registro de las cosas que veo y que me llaman la atención. “Esos pequeños pedazos de nada que nadie nota, pero que a ti te gustan” como bien los tildó una amiga.
Supongo que alguna vez me gustaría escribir una novela. O publicar algo. Ver si estos pequeños pedazos de nada le llegan a alguien más. Si me sirve para ver si provoco algo, si conecto o algo así. O si alguien es capaz de conectar. Es lo mismo que con el dibujo. A alguien tiene que provocarle algo o no existe. Pero… bipolarmente, no es la necesidad de conectar con alguien lo que me hace escribir en realidad. Es, no sé, una necesidad de soltar todo lo que se acumula dentro. Lo dije arriba, sí, pero es más que eso. Es, si pongo en práctica la teoría que salía en Tinta Roja, un exceso de líquidos dentro del cuerpo. Entonces, para evitar un desborde, un descontrol, los litros se liberan de a poco por mis dedos. Empapando mi blog de puros cabos sueltos que no sé cómo es que alguien puede seguir leyendo. Bueno, sin contar al bot de google, que pasa cada tanto.

Ayer una amiga me preguntó:
-¿Y si alguien quisiera conocerte tendría que leer todo eso?

Le dije que me daba un poco de vergüenza, entonces suponía que sí. En realidad, en esa pequeña página en el enorme mundo del bit hay mucho. Demasiado de mí. Sobre todo lo más profundo, mezclado con mucho de ficción. Harto cuento, alguna que otra exageración. Lo curioso, lo que asusta, es que hay un par que son verdad pura. Sin filtro. Directa. Completamente escalofriantes de volver a leer. La pregunta es: ¿puede alguien conocerte sólo por tus letras? ¿qué tanto puede alguien aprender en un texto de otro? ¿es un manual?
Descartando las notas de facebook, los cuestionarios donde obviamente las respuestas si te hacen conocer a alguien más. ¿se puede conocer a alguien por su blog? Se me ocurre que sí. Si comparamos un blog con un diario de vida, perfectamente. Pero qué pasa cuando rayas más, cuando agregas parte de imaginación a lo tuyo. ¿Sirve? Si hablo desde lo que he visto, sí. Creo que sí. Creo que he conocido mucho a un par de personas por lo que escriben. Sobre todo cuando relatan sus miedos. Y todo esos textos, que, supongo, pensaran están por mucho escondidos, con palabras demás, embolando la perdiz, distrayendo; pero se entienden igual. Perfectamente. Todas sus trancas y miedos y secretos. Desde los buenos. Hasta los muy peores.
Sé incluso de gente que se ha enamorado de otra persona por sus textos. No es que diga que me vaya a pasar a mí, pero me han dicho que ocurre. Obviamente, alguien puede odiarte por los mismo. Por tu forma de expresarte, por tu prosa si es que la tienes, por tu voz.

 
...
Ha pasado ene agua bajo el puente y este no es el día siguiente al que estaba más arriba. No he retomado este texto desde entonces. No tenía por qué, pero es como si lo que dije en aquel entonces sigue siendo verdad. Me encantaría terminar esto y llegar a publicarlo. Pero tengo otra cuestión, otra entrada que dejar sacar. Luego de esa, quizás esta pueda salir. Si es así, un par de líneas más deberán estar. Algo así para dar testigo de que la leí. De que volví a escribir un texto que no tiene ninguna relevancia ni final.
Supongo que, de cierta manera es así: mi blog, mis textos no-cuentos, son como la novela de mi vida. No es muy interesante, no es muy profunda, pero sirve para pasar el rato. Creo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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