miércoles, 17 de junio de 2009

L'après



Les pones play y la dejas sonando. O quizás no, quizás no sé eso y en realidad nunca apretaste el botón. Pero sí, quiero apostar, el play quedó puesto, es eso lo que acompañó esto.




El tramo tiene 129 adoquines -planchas de concreto empotradas en el suelo- desde el punto A al punto B. Y por cada paso, cada baldosa que pisan tus pies es un paso más lejos de un momento que quedó congelado en el silencio, la oscuridad, el brillo azul y el secreto. Por unos momentos, mientras avanzas, tratas de encontrar una solución. Una salida, una idea loca o algo sobrenatural que te defienda, que te ayude y logres pausarlo todo, devolver los segundos y extenderlos a horas.
La realidad no es tan simple.

Tu sombra ahora está atrás tuyo. Cuidándote las espaldas mientras un cigarro te quema los dedos. Y tú; tú y tu cabeza, siguen dándole vuelta al asunto, esperando, tratando de asimilar que probablemente te salvaste. Que ahora puedes respirar un tanto más tranquilo. Relajado, despejado, feliz. Feliz en un final que sí es triste. Para ti, obvio. Quizás son tus nociones las que son extrañas.
Respiras, pero el olor ya no está. Otro adoquín y resumes, recreas, repasas escenas en tu cabeza. Repasas las ganas, esperando, quizás tontamente rezando alguna tonta confesión al cielo que está con ganas de llover y mojarte; pero que no lo hace, que te deja, te mantiene en un suspenso, en una animación suspendida, en slow motion...

Pero no es el momento que esperabas congelar.
No es, de ninguna manera, el segundo que quisiste extender.
Los segundos, esos mismos segundos, en los que te sientes bien.
Cuando todo, absolutamente todo, parece valer la pena.


1 comentario:

Esebloguero dijo...

Si logramos resumir la eternidad en un segundo, nada valdrá la pena realmente, porque querremos abreviar mil eternidades más, mil segundos y ahí vamos de nuevo al infinito.